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Arlene

Viajé por nebulosas de recuerdos, fui niña de nuevo y jugué con mi mamá otra vez, le sonreí y por fín pude ver su cara antes olvidada. ¿Estoy muerta? No recuerdo qué pasó, todo está confuso y dentro de esta niebla. De pronto mi madre se va y corro tras ella pero no logro alcanzarla, grito pero no me escucha. Desaparece en la oscuridad. Aparece monsieur Komarov, lo recuerdo, me había gustado mucho, sus ojos. Bailamos y me lleva a mi cuarto, todo se oscurece y me ataca ¿por qué me ataca? me hace daño, duele, duele mucho. Tengo miedo y todo se pone negro.

Abro los ojos.

¿Dónde estoy?

Tengo el cuello vendado y estoy en una amplia cama, en una hermosa habitación con placares y un ventanal con las cortinas tapando la vista. El cuarto está oscuro.

Entonces veo el destello de unos ojos en una esquina del cuarto y distingo la silueta de alguien.

—¿Quién eres?—pregunto temerosa. La figura se acerca despacio y reconozco el rostro de Demian, me alejo cuanto puedo en la cama y grito, grito todo lo que me da la voz. Él trata de calmarme con las manos, pero no puedo dejar de gritar y llorar al mismo tiempo.

La puerta del cuarto se abre y aparecen los que él había señalado como su hermano y la esposa.

—Tranquila mademoiselle, tranquila—trata de calmarme—él no te va a hacer daño, no lo permitiré.

Trato de calmarme pero el terror que siento es demasiado.

—¡¿Qué son?!—mi voz suena temblorosa.

—Creo que ya sabes la respuesta—sigue diciendo.—Me presento, yo soy Lukyan y ella es mi esposa Astrid. Ninguno en esta casa te hará daño.

—¿Él tampoco?

—Te lo juro.

La chica se acercó despacio hacia mí.

—Respira hondo—me dijo—hazme caso—respira conmigo.

Con miedo la seguí, inspiré hondo y luego largué el aire. Lo repetí varias veces.

—¿Estás mejor?.—Asentí.

—¿Puedo ir a mi casa?

—Me temo que no—dijo el tal Lukyan—primero tienes que estar recuperada, no podemos dejarte ir así con las heridas abiertas y medio moribunda. Perdiste mucha sangre, tienes que reponerte.

Me imaginé que me dirían que no, era lo más factible. Me tendrían de prisionera. Aunque no sabía exactamente porqué. Tampoco sabía por qué no me habían matado aún y seguía viva.

—¿Y qué se supone que haga?

—¿A qué te refieres?

—¿Debo quedarme prisionera en este cuarto sin siquiera poder mirar hacia fuera?

—No, ¡Bettly!—apareció por la puerta una chica jovencita de unos catorce o quince años—Bettly será tu criada durante tu estancia en la mansión, tienes los placares llenos de ropa limpia. Puedes moverte por la mansión a tu gusto. Hay una cocinera, pídele que te cocine lo que tú quieras.

—De todas maneras es una prisión.

—Es lo mejor que puedo ofrecerte por hora—sentenció.

—Te dejaremos sola para que proceses la información—dijo la chica y los tres se fueron cerrando la puerta tras de sí.

Me acosté en la cama demasiado abrumada y admiré el dosel que tenía. No quería quedarme allí, no con aquellos monstruos en forma de humanos. Por más amables que se vieran, solo esperaban el momento para atacar.

La chica de RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora