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Demian

Me despierto recostado en un banco de la estación de tren, Astrid está a mi lado. Me enderecé al instante y sentí la punzada en la cabeza, por el golpe.

—¿Pero qué demonios? —le dije sujetándola del brazo— ¿por qué estamos aquí sentados? —Trataba de parecer tranquila, pero estaba asustada. No sabía cómo lucía, no muy bien, seguro.

—Tranquilo— trataba de soltarse y miraba a ambos lados disimuladamente. Estaba buscando a Lukyan. —Estamos a punto de conseguir tren, tú tranquilo. Enseguida partiremos.

—¿No consiguen tren? —reí irónicamente— a cada rato salen trenes, ¿no saben comprar un ticket, par de inútiles? —la solté y caminé hasta la boletería, allí me encontré a Lukyan que me miró sonriendo.

—Que bueno que despertas... —mi puño borró su sonrisa. —¿Qué diablos te pasa? —se agarraba la cara y todos se habían volteado a vernos.

—Eso va por el golpe y por atrasarme, ¿qué hora es? —miré el gran reloj de la estación— Oh, no, ya casi amanece. Dame el dinero—le ordené a Lukyan.

—No, nosotros iremos contigo.

—Dame el dinero, ustedes solo me han hecho perder el tiempo.

—Solo esperaba un mejor tren adaptado a nosotros.

—Todos los trenes son iguales, dame el dinero. —Avancé hacia él, se encogió y me tiró los billetes al suelo. —Gracias, no te hacía tan cobarde. Me sorprendes.

Me acerqué a la boletería y compré tres tickets para el próximo tren que se detuviera en Bruselas. En media hora partiría. Con lo justo llegaríamos a subir antes del amanecer.

Nos quedamos en el andén a esperar. La última vez que había estado allí, había sido con Arlene. Íbamos a escapar, ser felices juntos y todo salió mal. Luego de eso no volvió a hablar conmigo de la misma manera, decidió que ya no era importante. Ojalá pudiera retroceder el tiempo y convencerla de hacer el viaje, dejarlo todo... aunque sería tan egoísta. Probablemente ahora no estaríamos en este aprieto.

Quien sabe donde está ahora, ¿qué le están haciendo? No puedo siquiera pensar en nada. La mente me pesa y el aire se me vuelve pesado.

—¿Estás bien? —Astrid me apoyaba una mano en el hombro, no había visto venir.

—¿Tú qué crees?

—Ya relájate, tu mente está perdida, puedo verlo...

—¡Ya deja de meterte en mi mente! —quise matarla, le grité enfurecido y embestí contra ella con violencia. De no haberme detenido Lukyan, no sé qué habría hecho.

—Ya cálmate por favor— me insistió mientras me sostenía y yo comenzaba a derrumbarme. No, no... sé fuerte. No dejes que te vean caer. Lo empujé y lo alejé de mí. El tren ya estaba por salir. No nos dijimos nada y solo subimos. Bajamos las cortinas de las ventanillas de la cabina que nos había tocado y nos quedamos en silencio. Así sería el viaje... hasta que Astrid habló.

—Demian, solo quiero que me escuches— la miré cansinamente y eso pareció notarlo— estamos de tu lado, déjanos ayudarte, por favor. —Lukyan asentía con la cabeza.

—Él que está contra ti, está contra nosotros. Somos una familia— sentenció Lukyan y se quedaron en silencio esperando mi respuesta, aunque estaba seguro que Astrid ya la sabía.

—Está bien, pero no me haré cargo de su seguridad. Ustedes se meten en esto por motus propio.

—Totalmente de acuerdo—asintió Lukyan.

La chica de RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora