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Arlene

Necesitaba un poco de calma y Demian supo dármela.

—Aquí tienes— me da una taza de humeante té caliente— esto te ayudará a calmarte.

—No creo que un té solucione mis problemas pero...

—"Nuestros" problemas— enfatizó en la palabra nuestros y me hizo sonreír. Se sentó a mi lado y besó mi hombro mientras bebía mi té.

—Me vas a hacer volcar— me quejé.

—Es la idea—. Sonrió y se incorporó a mi lado, me hizo sentir incómoda la forma en que me miró.—Arlene, ¿qué ocultas? ¿Por qué no eres sincera y me dejas ayudarte?

No estoy lista para abrirme a él, no aún. Mi mente es aún un lio, hasta para mí.

—Soy sincera, solo necesito tiempo, todo esto es muy difícil— espero que me comprenda, él me pasa el brazo por los hombros.

—No tienes de qué preocuparte, somos tres vampiros poderosos, perdón— carraspea— soy un vampiro poderoso y Lukyan y su esposa son dos buenos vampiros, que te protegeremos. Que no te quepa duda.

—Si, te creo, pero yo no quiero esa vida, de encierro y oscuridad, oculta en las sombras. Me enferma.

Las penumbras de la noche eran suficientes como para que tambien lo fueran de día. Me sentía asfixiada tras esas cortinas, cortando el sol que tanto amaba, alejándolo poco a poco de mí hasta que casi no lo recordara más.

—Tal vez deberías descansar un poco para aclarar esas ideas —volteé a verlo de frente.

—¿De qué hablas?— admito que puede que mi voz sonara un tanto exagerada.

—Todo lo que hacemos es por tu bien, ni bien todo se aclare podrás salir libre a correr por tu preciado sol— se pone de pie— no vengas ahora a echarme culpas, nadie te tiene prisionera —levanta los brazos exasperado.

—Eso no es justo, tú no entiendes...

—¡Claro que lo entiendo! Llevo casi un siglo escondiendome del sol. Y no porque sea bonito, sino porque es lo que me conviene si no quiero acabar como una fritura.

Nunca se me hubiera ocurrido que él anhelara estar bajo el sol, últimamente me sorprendo a mí misma en lo egoísta que soy.

Miro hacia la ventana, puedo ver las estrellas. Este es el panorama que ha visto él en el último siglo, una y otra vez. Las noches pueden ser hermosas, pero son frías y las sombras de las dudas y viejos recuerdos florecen en ellas. Me pregunto cuantas veces se sintió abatido por su propia existencia, por ser algo con lo que no contaba.

—¿Tú querías ser..., ser esto?— le pregunté despacio. Él giró hacia mi, su mirada lo dijo todo. Entre sorprendido y abatido por la situación, sus ojos buscaron en los míos un refugio. Se lo dí y esperé una respuesta.

—Me dieron a elegir, era esto o morir y... yo era joven, no quería morir.— Baja la mirada.— Probablemente morir habría sido lo más honroso.

—¿Por qué cambias ahora de opinión?

—¿De qué hablas?— me dirige una mirada inquietante.

—Hasta hace no mucho estabas orgulloso de ser lo que eras, ¿qué cambió ahora?

—Arlene — se acerca a mi—, nunca estuve orgulloso de ser quien soy. El tiempo fue haciendo mella en mí, quitó poco a poco pedazos de mi humanidad. Esto que ves, no es nada en comparación con lo que fue. Soy un animal, domesticado. Limpio mis asperezas cada día, pero no puedo negar lo que soy y lo que siento.

La chica de RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora