• P R Ó L O G O •

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El crepúsculo del amanecer atravesaba las finas hojas de un frondoso árbol, el cual le proporcionaba una fresca sombra a un joven pelirrojo que estaba recostado sobre aquel tronco, mientras leía un libro de filosofía. Pasaba las páginas con delicadeza, concentrado en procesar aquella innovadora información. Sin embargo, una traviesa libélula intentó posarse sobre su hombro, interrumpiendo su lectura. Pero no se enojó con aquél insecto, ya que gracias a eso se percató por el tamaño de la sombra del árbol que ya se había pasado de tiempo.

Cerró el libro de pasta dura, se levantó sacudiendo sus ropas para limpiarse un poco, procedió a dirigirse al puente que cruzaba un pequeño arroyo y finalmente llegó a su casa. Él era el hijo mayor de la familia Broflovski, tenían un par de tierras valiosas y buen fondo monetario aunque tampoco formaban parte de las cinco familias más prestigiosas del pueblo. De hecho, estos últimos meses se encontraban con algún que otro problema económico, ya que su padre, Gerald Broflovski, perdió ciertos ingresos importantes en apuestas.

Aun así su hogar podía mantener aquella pequeña mansión. Pero, desconocían por cuánto tiempo más podrían seguir así de "bien".

Subía las escaleras de piedra, que conducía a la entrada trasera de la mansión, cuando se percató que su madre conversaba con su padre. Se les podía apreciar a través de la ventana del despacho que colindaba con dichas escaleras.

—Querido señor Broflovski ¿Ya escuchó?... —hablaba la señora Sheila Broflovski.

—Supongo que quiera o no me lo vas a decir, querida —respondió su padre, el señor Gerald Broflovski.

Estaba claro que desde esa distancia no iba a alcanzar a escuchar con claridad que era aquello que su madre hablaba con tanta emoción, por lo que apresuró su paso, entró a la mansión y se dirigió directo a la puerta del despacho. No obstante, ahí ya se encontraba su hermano menor adoptivo, su primo y su mejor amigo, quienes oían con atención a través de la puerta. Eso en un incio le hizo parar el paso, evidenciaba que también era un curioso al igual que ellos y eso no era bueno para su imagen.

—Ike, Kyle, Stan, no deben escuchar conversaciones ajenas —el pelirrojo sostuvo el brazo de su hermano para apartarlo de la puerta.

Listo. Ahora no parecería un chismoso al igual que ellos, sino alguien correcto que fue a educar a esos monos que se empujaban entre ellos para poder escuchar mejor.

—Kyle, amigo, eso no importa —protestó Stan, callando al pelirrojo al colocar su índice sobre sus labios —. Una tal señorita Wendy Testaburger llegó del norte y es muy rica.

— ¿En serio? —no pudo seguir disimulando más su curiosidad y también pegó la oreja a la puerta.

—Y es soltera —agregó Kyle, su primo, acomodando sus anteojos.

Sí, su primo se llamaba igual que él. La única diferencia entre el pelirrojo y el castaño es que este se apellidaba Schwartz; Kyle Schwartz. Además de no ser alguien muy agraciado, aparte de enfermizo.

Ike, su hermano menor, los calló para poder escuchar mejor la conversación que se llevaba dentro de aquél despacho entre los mayores de la casa. Parecía ser algo crucial.

— ¿Y qué tiene que ver con nuestros muchachos? —cuestionaba el señor Broflovski no muy convencido de aquél chisme.

— ¡Oh! Señor Broflovski ¿Cómo puede ser tan pesado? Uno de nuestros retoños podría casarse con ella —indicaba la mayor de cabellos rojos.

—Así que su intención es establecerse aquí... —suspiró el señor Broflovski para después abrir la puerta y hacer que cayeran de narices los jóvenes de esa casa —. Ay, chicos —se burló y los esquivó para seguir su paso.

Eternamente orgullosos y prejuiciosos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora