• XIII •

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Como hoy no tuve clases les traigo un capítulo ✨

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«Estimado, señor Kenneth Mccormick.

¿"Señor"? No importa cuánto pase el tiempo, es tan extraño llamarte de esa manera. Aún recuerdo que hace unos cuantos meses eras el "joven Mccormick". De seguro ya has de sentirte viejo. Pero no te preocupes, para mí siempre serás ese joven rubio de 25 años que conocí en el festival de las vacas de South Park.

Pero en fin, Gracias por tu carta. Me alegra tanto que la casa, los muebles y los caminos sean de tu agrado y que la señorita Stevens... La señora Mccormick, quiero decir, haya sido tan amable contigo.

Pero con tu partida y la de Stan a Denver debo de confesar que mi vida se ha vuelto de lo más gris. Por suerte me entretengo mucho en mi trabajo y debo de decir que me gusta, es algo que de verdad disfruto hacer. A veces voy a la obra y les ofrezco a los trabajadores chocolate caliente. Las temperaturas están bajando y es injusto que trabajen en esas condiciones. Incluso a veces puedo darme el lujo de llevarles algo de pan. Las finanzas en mi casa se están levantando y tengo todo el orgullo de poder decir que es gracias a mí. Además de ser un trabajo grato de hacer es muy rentable.

En la primavera, cuando se inaugure, deberías de venir al campo de tiro. Serás uno de mis principales invitados junto con Stan así que no puedes faltar.

Si te preguntas por el señor Cartman solo he hablado con él por cartas de asuntos laborales. La otra vez estuve apunto de enviarle una carta más personal, que no tuviera nada que ver con el trabajo. Pero ¿Sabes qué? Al carajo. Creo que ya lo estoy superando. A veces me desvelo pensando en ello, pero supongo que el tiempo lo cura todo. Espero que ese también sea mi remedio. Tal vez es mejor, tal vez no estábamos destinados a estar juntos.

Y en cuanto al favor que me pides no es ningún favor. Estaré más que feliz de ir a tu hogar en cuanto puedas recibirme.

Kyle Broflovski».

Esa fue la última carta que le envío a su buen amigo el señor Kenneth Mccormick, quien se casó a principios de agosto con la señorita Bárbara Stevens; ahora Bárbara Mccormick.

Los meses pasaron rápido.

Ya era mediados de octubre y el judío recibió una invitación para presentarse al hogar del señor Mccormick, quien ahora vivía en un poblado a las afueras de Denver. Le emocionaba la idea de viajar hasta allá solo para verle.

Bajó del carruaje frente una mansión con preciosos jardines. Quién vería a aquél joven humilde en semejante morada. Kenny salió en cuanto lo vio y lo abrazó con emoción. La mujer de rizos dorados, con dos meses de embarazo, también se acercó para recibirle y darle la bienvenida.

—He desarrollado un pasatiempo en la jardinería —comentaba la rubia mientras entraban a la mansión —. Mi esposo, el señor Mccormick, me dijo que sería bueno para mi salud.

—Querida, me imagino que nuestro invitado ha de estar cansado por el viaje.

Señalaba Kenny, mientras llevaba al pelirrojo a su despacho, ya conociendo que cuando su esposa comenzaba a hablar del jardín no había quien la callara.

Preparó el té por sí mismo. Una costumbre que se le quedó por venir de orígenes humildes, y Kyle lo apreciaba, reconocía que el rubio preparaba un muy buen té. Conversaron por horas, poniéndose al corriente el uno del otro, el judío le contó todos los últimos chismes que había en el pueblo desde que el otro lo dejó.

Eternamente orgullosos y prejuiciosos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora