Capítulo 35: Delirio

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Advertencia ⚠️☣️☢️: A continuación se relataran situaciones que pueden ser sensibles y perturbadoras para los lector@s, se pide discreción. Gracias.

"Las personas somos historias, cada una es diferente a la anterior, hay historias que te dan la impresión de ser fantásticas, conmovedoras y otras que te dejan sin aliento trayendo consigo un pequeño vacío que se queda incrustado en lo más profundo de nuestro ser. Esas son las que pueden mover todo... aquellas que con tan sólo escuchar los primeros renglones te hagan desear cambiar el final que tienen escrito."

Catalina Alfaro Mejía

El sonido constante que hace la suela de mis zapatos con la tierra mezclada con esa arena que tiene un color rojizo natural sólo incrementa mis ganas de correr y nunca detenerme.

Una persecución en la cual sería atrapada.

A lo lejos escucho los pasos pesados y una respiración agitada, me escondo detrás de una pared cubierta de pequeños ángeles que miran al cielo, su dulzura me produce náuseas, hay hojas y ramas secas por todos lados, es un lugar abandonado. En el cielo, los tonos azules del atardecer se combinan con las nubes densas, grises, creando una ilusión en la que pareciese que el cielo está cayéndose; es una obra de arte divina de capturar en un lienzo.

Estaba a la altura de un cerro o eso es lo que me imaginaba, la corriente de aire es mucho más fría, helada; tanto que si respiraba mucho aire frío me congelaría los pulmones, si caminaba un poco más al fondo se podían ver árboles y pequeñas casas a lo lejos.

—¿Por qué huyes de la mano de Dios, pecadora?— me encojo en mi lugar y me llevo la mano a la boca; éstas manos lucen arrugadas y huesudas.

Observo mi apariencia y me doy cuenta que llevo un hábito y un velo negro, es la ropa de una consagrada; tocó mis labios y están resecos.

"Este cuerpo no es mío."

El nerviosismo me recorre entera y es cuando a unos metros veo la sombra de un hombre que en cuanto me ve comienza a ir tras de mí, como puedo empiezo a correr pero no a la velocidad que me gustaría. Figuras de ángeles y de personas mirando al cielo decoran en todas partes aunque se ven bastantemente descuidadas y cuarteadas.

No tengo idea si es un cementerio pero termino cayendo al suelo por unas ramas que se atoraron con la ropa que llevo puesta, me golpeó con una piedra arriba de la ceja, el ardor y el dolor que siento hace que me queje. Intento impulsarme con mis manos pero no tengo fuerzas, un líquido caliente escurre desde la parte de la herida, vuelvo a intentar levantarme pero alguien me jala de la cabeza hacia atrás y me arrastra, las pequeñas rocas y ramas se me encajan en la piel de mis piernas, la ropa se me desgarra, intento que mis brazos detengan el agarre de mi cabeza porque la ropa del cuello me está apretando pero un mareo me desorienta hasta que mi agresor me avienta contra una pared, jadeo e intento respirar mejor, la vista la tengo borrosa.

—¡Maldita pecadora!— lo oigo gritar mientras se limpia las manos. Al principio no lo reconozco por lo aturdida que estoy pero poco a poco visualizo quién es y en cuanto me doy cuenta la piel se me eriza y tiemblo.

Es imposible.

—Ana Teresa Beltrán Castillo.— se expresa observándome fijamente, parecía extasiado con el terror que le reflejaba mis ojos y fue ahí que me di cuenta del cuerpo que estaba poseyendo en ese momento.

"Hermana Ana."
"¿Por qué estoy aquí."

—¡Vamos Ana! ¿Por qué me miras así?— se burló mientras se ponía en cuclillas y acomodaba un pequeño mechón rebelde que sobresale fuera del velo. —Estoy haciendo mi trabajo al igual que tú lo hiciste.— el corazón me iba explotar, todas mis alertas se encendieron en mi mente, un gran terror me causaba el que se me acercara, me pegue más a la pared con el deseo de convertirme en parte de ella.

Auras dispersasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora