Sin opciones

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Kaamisha

Desperté de la pesadilla incorporandome con rapidez y me puse de pie incluso antes de abrir bien los ojos, había una figura borrosa frente a mí y de inmediato pensé en mi padre. Me abracé a él escondiendo mi rostro en su ropa.

- Papá.- Me quejé.- Tuve un sueño horrible en el que me perseguían hombres malos pero me salvaba un ángel y....-parpadeé enfocando, un par de ojos dorados me observaron directamente, me tambaleé hacía atrás y tropecé con mis propios pies cayendo sobre mi trasero.

- No soy tu padre.- Dijo sin expresión.

- Ugh.- Solté un ruido sin claridad y miré a mi alrededor en pánico. Parecía que estábamos en una especie de tienda, todo era minimalista y estaba en un orden excesivo, los colores eran neutrales e incluso me daba un aire militar. ¿No fue un sueño? ¿Dónde estaba? Estaba sola, yo nunca pasaba mucho tiempo sin Malek, mi padre o mi madre. Estaba asustada y mis ojos se llenaron de lágrimas.- ¿Dónde estoy? -Pregunté abrazándome a mí misma y él hombre frente a mi se puso de cuclillas viendome con curiosidad.

- Estás en mi campamento.- Dijo.- Mi nombre es Enoch Eckhart. Soy el general a cargo de todo el ejército de la familia real, pero yo debería hacer las preguntas aquí. Corriste hasta mi territorio con los enemigos detrás de ti.- Sacó una daga.- O es un movimiento inteligente de doncella necesitada de ayuda que esconde a una espía o solo eres una niña estúpida que se metió donde no debía.- Apuntó a mi cuello, el filo me hizo un fino corte.- Tu eliges.

Mi madre me había dicho que era importante aprender a defenderme sola, yo había confiado en que mi hermano y mi padre me salvarían de todas las situaciones en las que estuviera, solo en ese momento me di cuenta de lo mucho que ella tenía razón y a mi se me ocurrió hacer lo único para lo que sí tenía bastante práctica en mi vida: lloré, lloré tan fuerte que él hombre frente a mi retrocedió incómodo.

- ¡Quiero a mi papá! - Grité sacudiendo las piernas y golpeando el suelo con las manos.- ¡Llévame con mi padre! Estoy asustada, tengo frío, me duele todo, tengo hambre y quiero el chocolate de mamá.- Monté en un severo berrinche dejando fluir tal cual mis emociones.- ¡Ahhh Papá!

Él hombre de blanco me cubrió los labios pero lo mordí y seguí llorando, lo escuché maldecir separándose de mí, se puso de pie y dio vueltas algunas veces cubriéndose los oídos antes de girarse hacía mí molesto, la temperatura de la habitación se elevó.

- Si no te callas, te voy a cortar esa maldita lengua.- Amenazó levantando la voz.

Lloré con más fuerza y él se fue después de hacer un gesto de severa molestia. Cuando volvió yo estaba en una esquina abrazandome a mi misma y todavía respiraba diferente por los restos del llanto. Él puso un plato de comida frente a mí y yo lo empujé.

- No me gustan las verduras.- Dije.

- Es lo que hay.- su tono era brusco.- Come o muere.

Lo miré con resentimiento pero me negué a tocar la comida.

- No eres amable.- Susurré con voz ronca.

- Soy militar.- Contestó sirviéndose un líquido claro en una copa y bebiendolo camino a su escritorio. Se sentó y procedió a ignorarme.- No trabajo para ser amable.

- ¿Y por qué lo eres entonces? Pareces infeliz.- Cuestioné.

- ¿Terminaste de hacer preguntas? - Levantó la mirada y dejó los papeles.- ¿Te han dicho alguna vez lo irritante que eres? - Sacudí la cabeza e iba a contestar pero levantó un dedo para callarme.- Nueva regla, yo pregunto, tú respondes y más allá de eso te callas.

Sacudí la cabeza de nuevo, pero él no hizo caso a mi negativa y comenzó a preguntar. - ¿Cuál es tu edad? Te ves muy joven, pero la mayoría de los espías lo son o fingen que lo son.

- Quince.- Murmuré y él se puso de pie entornando sus ojos hacía mí, se acercó con su ropa que parecía tener varios siglos de atraso y se inclinó para tomarme repentinamente contra él. Traté de resistir pero me sujetó con firmeza haciendo que le diera la espalda.

- No te muevas, es molesto.- Dijo contra mi cuello, su voz me hizo paralizarme y me sentí extraña. Dejé de moverme y sentí que su mano se colocaba en mi espalda, sus dedos rozaron por encima de la ropa y presionó un punto que me sacó un ruido de garganta desconocido para mí, entonces me soltó y retrocedió. Me di la vuelta y lo vi con la misma cara de indiferencia.

- ¿Qu- qué hiciste? - Pregunté alejándome de él.

- Revisaba si eras sincera y si, eres lo suficientemente joven como para que tus alas todavía no hayan salido.- Se explicó.- Eres una niña. Dime, ¿Cuál es tu nombre?

- Kam.- Dije mi nombre acortado, no estaba muy segura de si debía decir mis apellidos. Mi padre me decía que tenía que tener cuidado con los desconocidos y no debía responder sus preguntas, pero creí hacerlo con él, al menos lo suficiente.

- Kam.- Él repitió y se desvió por un momento en mi cabello, tomó un mechón.- Es un color muy llamativo.- Murmuró más para sí mismo antes de soltarlo y mirarme a los ojos.- Tú eres escandalosamente llamativa.- Dijo repentinamente molesto y se quitó su capa para tirarla a mis pies.- Cúbrete, mocosa. Ese pedazo de tela no cubre nada.

¿Mocosa? ¿Por qué de repente era tan agresivo? Fruncí el ceño y vi mis piernas desnudas, estaban llenas de tierra y la herida de la flecha cubierta con una venda que se estaba regenerando.

- Esto es una falda escolar, genio.- Le dije extendiendo la tela azul que cubría lo necesario pero dejaba una buena vista de mis muslos al descubierto. Así lo usaban todas las demás chicas, ¿Cuál era el problema? - ¿Eres un pervertido?

- ¿Un qué? - Cuestionó.- Es indecente lo que llevas puesto.

- ¿Indecente? - Me burlé.- ¿Quién eres? ¿Mi abuelo? - Y aún así mi abuelo nunca me había dicho algo así por usar la ropa que yo quisiera, ¿Cómo se atrevía él a tener sus actitudes machistas? Había escuchado de mamá que las hadas eran conservadoras pero esto era excesivo. Me negué a cubrir mi cuerpo e incluso me atreví a sacarle la lengua cuando me dirigió una mirada de reproche.

- ¿No sabes comportarte? ¿Sabes modales siquiera? - Preguntó.- Te comportas como una salvaje.

- ¿Una salvaje? - Me puse de pie y pisé su capa blanca. Él hombre de cabello blanco levantó su cabeza por un momento, exasperado, antes de bajarla de nuevo a mi dirección.

- Esta bien, no te cambies si no lo quieres.- Tomó sus papeles y se dirigió a la puerta, se marchó con paso seguro, pero yo no alcancé a ver el nacimiento de una sonrisa en sus labios antes de comenzar a sentir el cuerpo caliente y un olor a quemado. Bajé la mirada para ver mi uniforme quemándose y grité por el repentino dolor porque el fuego me hería la piel, me quité las prendas que terminaron de consumirse con rapidez, tiré los restos de tela al suelo y zapatee varias veces gritando y llorando. Al final no me quedó de otra que tomar la capa y cubrirme con ella, hacía frío y debajo solo estaba en ropa interior pero no me atreví a subirme a la cama y en cambio volví a la esquina en guardia. En algún momento el cansancio me ganó y me rendí al sueño, pero cuando desperté estaba en la cama y había un vestido verde de tela suave y con adornos muy bonitos sobre una silla con zapatos a juego. Estaba siendo obligada porqué él había quemado mi ropa y la señal había sido muy clara: me estaba orillando a abandonar mi orgullo si quería sobrevivir.

Ni siquiera me había preguntado si me gustaba el verde... Mis ojos se llenaron de lágrimas y me lamenté con el nombre de mi gemelo en mis labios.

Necesitaba a Malek, quería que me salvara de esta pesadilla.

Nuestro legadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora