Área de juegos

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Agustín

04 de Marzo, 2015


Era miércoles, lo que implicaba que debía ayudar a Alexander a prepararse para ir a la escuela. Mi medio hermano aún se encontraba dormido cuando entré a la habitación, en sus pequeñas manos el triceratops celeste, el peluche favorito de Joaquín y regalo de su madre biológica, descansaba junto al niño. Alexander me recordaba bastante a mi hermanastro, si bien Tomás y yo no poseemos ningún lazo sanguíneo con Joaquín, Alexander, al ser medio hermano de los tres, tiene pequeños rasgos de cada uno de nosotros: la sabiduría de Tomás, mi sensibilidad y la determinación de Joaquín. Los ojos del mismo color que los míos, color miel, un timbre de voz casi calcado al que Joaquín tenía a los diez años y los lunares en las piernas de Tomás. Mi medio hermano era una mezcla perfecta de los tres. Todas aquellas características que formaban el carácter del pequeño lo envolvían sin saber en un aura de nostalgia. Para mí el verlo implicaba verme a mí mismo llorando por la muerte de mí abuela y de mi abuelo, al mismo tiempo qué veía a Tomás dándome ánimos y poniendose mucha más carga en los hombros de la que un niño debería cargar y sin dudas, lo que más me duele, es presenciar en la sonrisa de Alexander el recuerdo de las carcajadas de Joaquín cuando juntos solíamos ser inseparables.

¿En qué momento dejamos de ser amigos? La niñez, la adolescencia, el odiar a tu familia sin razón es algo por lo que todos tienen que pasar a medida que crecen y si bien tres años no parece mucho tiempo pasada la línea de los veinte a los trece esto es una eternidad. Joaquín tan solo quería jugar conmigo como lo había hecho tantos años pero yo no tenía tiempo para los juegos.

Me desplome sobre la cama de Alexander y, abrazando fuerte al pequeño, me largue a llorar.

—Perdóname, por favor, perdóname —supliqué alertando a un somnoliento y confundido Alexander. El niño no me preguntó que me había pasado, él sabía bien que cuando un "adulto" llora es porque su alma se ha roto para siempre.

Bajamos a desayunar y antes de darme cuenta el pequeño ya estaba en el colegio. Antes de entrar lo miré dudoso ¿y si le decía la verdad? Podría decir que fue un accidente. Mi medio hermano merecía saber que estaba pasando dentro de nuestro hogar. Mi celular comenzó a sonar, era una llamada de mi madre.

—¿Saben algo? —me apresuré a preguntar.

—Aun nada —contestó ella, mi mamá se encontraba en el hospital tomando su primer descanso —, no te llame por eso. Nuestro nuevo vecino me pidió si le podía mostrar el vecindario a su sobrina y le dije que me encargaría que alguno de ustedes lo haga por mi ya que no tengo tiempo.

—Pero mamá.

—¡Sin peros! Ella te está esperando, se lindo con ella pero no demasiado, no quiero otra nuera por ahora.

Andrea cortó la llamada.

Deambule por las calles evitando el kiosco del día anterior. "Ella podría seguir ahí" pensé a pesar de estar consciente de lo absurdo que eso sería. Me senté frente al túnel y, al igual que el día en que casi fue aplastado, Pablo apareció para hacerme compañía.

—No volverás a meterte ¿verdad? —me preguntó mi amigo. Negué con la cabeza.

—Solo vine a tomar un poco de aire.

—Me enteré que vas a ir con Carlitos —comentó Pablo con una pícara sonrisa.

Al escuchar eso mis nervios fueron evidentes, mi rostro se torno rojo y mis ojos llenos de brillos desacreditaron todo lo dicho por mí posteriormente.

—No es lo que piensas.

—¿Qué ambos se comen con la mirada?

—¡No es cierto! Él no me gusta y aunque lo haga no estoy en condiciones de formar nada con nadie.

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