Andrea
05 de Marzo, 2015
Volví a mi hogar arrastrando los pies, desde que nos enteramos de la desaparición de Joaquín me dediqué a hacer horas extras en el trabajo. En un principio por la esperanza de verlo cruzar la puerta junto a Jorge pero actualmente lo hago por la necesidad que las deudas me han generado. En cuestión de días nuestros números pasaron de un bello y modesto verde limón a un alarmante rojo vivo. Recosté mi cabeza en el marco de la puerta durante unos minutos antes de animarme a entrar. Mis párpados me pasaban y mi coordinación no llegaba a ser ni siquiera una tenue sombra de lo que esta mañana.
Desde el umbral vi a mis pequeños, Agustín y Alexander, sentados en el sillón mirando televisión como si nada hubiera pasado, tal y como yo lo quería en un principio: a veces no me doy cuenta del poder que mis palabras tienen sobre mi segundo hijo quien, a pesar de la reciente desgracia, hace todo lo posible para complacerme. Aún si eso significa hacerse daño a sí mismo o a los demás; sin embargo el dolor que él cargó en sus ojos era comparable a la culpa que yo tenía sobre mis hombros. Si para mi me era tan doloroso el tener que mentirles por su bien, para él el tener que seguir mis órdenes ciegamente debía de ser un infierno. Me resultaba tan irónico el tener que dejarlo arder en sus mentiras para poder mantener su felicidad e inocencia. Impulsada tanto por la culpa como por el cansancio tomé asiento junto a Agustín.
—Por favor díganme que hay algo para comer —pedí sacándome los zapatos.
—Claro que sí —gritó Tomás desde la cocina —, me ofende señora ¿Cuándo la deje sin comer?
—Bueno che ¿ya no se puede preguntar nada en esta casa? Me voy solo unas horas y ya te apoderas del lugar ¿o como son las cosas? No te olvides que aún soy tu madre. A mí me hablas con respeto ¿Está claro?
Tomás lanzó un resoplido pero no dijo nada.
—¿Y mami? —preguntó Alexander luego de un largo e incómodo silencio —¿Qué me trajiste? Ayer me dijiste que me ibas a traer algo pero yo no veo que me estés dando nada —lo miré con pesar, me sentía tan culpable. Nuevamente se había "olvidado" de traer su regalo.
—Lo siento —me límite a decir. Sabía muy bien que esta vez no podría ni hacer el intento de conseguir algo para mi pequeño, las deudas me apretaban el cuello y respiraban fuertemente detrás de mi oreja.
Mantener a tres hijos, un hogar y varios contratiempos sobrepasaban los límites de mi sueldo, aún con las horas extras y los ingresos que Jorge aportaba cada vez que le salía alguna changa la plata no me alcanzaba. Los gustos que antes me podía dar sin pensar ahora no eran nada más que vulgares anhelos a los que veía fuera de lugar.
—¿Tu amiga pasará a buscarte pronto? —le pregunté a Agustín al notar cuan arreglado estaba —el domingo no fuiste a cenar con ellos como me dijiste ¿lo pasaron para hoy?
—Oh, no exactamente. Oliver nos dijo que tiene una noticia para nosotros y un compañero me dijo para ir juntos. Ya le pase la dirección pero aún no me contesta, puede que se esté preparando o que esté en camino.
—¿Él es tu cita? —quiso saber Alexander.
—¿Cita? ¿Cómo que una cita? —me sobresalte al escucharlo —yo no le dejo tener citas a tu hermano.
—¿Y por qué no? —quiso saber Tomás quien volvía de la cocina con dos platos en la mano —ya está en edad.
—Claro que no y por cierto ¿Dónde está Jorge?
—¿Quién sabe? Últimamente no lo estuve viendo —respondió Tomás con voz cansada.
Al verle cambiar la expresión recordé la pelea que había tenido con él recientemente y caí en cuenta de mi error al nombrar a mi segundo esposo: el mayor de mis hijos no quería aceptar que él no podía mandar sobre la voz de su padrastro. Y menos sobre la mía. Aún le faltaba mucho camino para recorrer para ponerse a la altura de ambos aún más tratándose de una situación tan complicada como por la que estaba pasando. Jorge sabía que era lo mejor para sus hijos y yo también. Decidí cambiar de tema para apaciguar el ambiente, comencé a relatarle las novedades de mi trabajo, después nos pusimos a hablar de series y antes de darnos cuenta la cena finalizó. Jamás me sentí tan lejos de mis pequeños como en esta cena, aún con Agustín sosteniendo mi mano para ayudarme a aguantar las lágrimas o con Alexander regalándome más de una cálida sonrisa me sentía apartada, sola, sin salida. En mi pecho el aire llegaba tan áspero y frío como en el día en que vi por última vez el rostro de mi amado primer esposo antes de que el cajón se cierre. "Sin tan solo estuvieras acá nada de esto estaría pasando" me lamente decidí esperar a Jorge.
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Jóvenes Máscaras
Teen Fiction《Creo que estoy perdiendo la cabeza》pensó al notar la presencia de la amiga imaginaria de su medio hermano dentro de las fotografías.