Eco

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Agustín

14 de Marzo, 2015


Mientras que la amarillenta luz del pasillo se coló por debajo de mi puerta tomé asiento en el marco de la ventana y contemplé desde mi lugar las solitarias calles de mi vecindario. Era la segunda noche en que Tomás no me daba ninguna clase de señal y, si bien se había comunicado con Ámbar, no podía negar cuanta falta me hacía en aquel momento. Luego de ver unos minutos por la ventana algo me preocupó ¿Por qué no había nadie afuera en una noche tan linda? Saqué la cabeza al darme cuenta que ya había comenzado la llovizna, las gotas adornaron mi rostro con delicadeza y el frío alivió mi malestar. Hipnotizado por ese canto de sirena que las nubes me regalaron me asomé un poco más y más hasta quedar con la mitad del cuerpo afuera de la casa. La llovizna incrementó rápidamente su fuerza hasta ser una tormenta con vientos fuertes y pequeños granizos del tamaño del ojo de un pez. Aún así seguía avanzando.

-¿Qué haces? -escuché preguntar a una voz detrás mio.

-Tengo calor -respondí pausadamente -me quema, quiero aliviarlo.

Sin darme tiempo a decir nada más sentí cómo una helada mano se apoyaba en mi hombro derecho, al voltear la vista hacia atrás noté que no había nadie ahí. Entré con cuidado para evitar un accidente, desde ese ángulo me podría romper el cuello con facilidad, y una vez adentro me deslice por la pared hasta quedar sentado.

-La tienes que encontrar -dijo la misma voz que había escuchado momentos antes.

-¿Quién sos? -cuestione con la voz hecha un hilo en un arranque de valentía. No obtuve respuesta.

Me quedé en esa posición hasta que los primeros rayos del día se hicieron presentes, mis ojos estaban vidriosos y los sentía muy pesados. Tenía tanto miedo de perderme algún nuevo mensaje de la voz que la sola idea de poder dormir se me hacía impensable. Parpadeé lentamente, mis piernas estaban dormidas y sentía frío en todo el cuerpo. A duras penas logré ponerme de pie, el cosquilleo de la sangre recorriendo mis piernas me resultó insoportable.

Agarré el celular y revisé si tenía algún mensaje de mi hermano, al igual que las últimas veces que revisé, no había ninguno. Era solo cuestión de tiempo para que mi familia hiciera preguntas así que oficialmente debía comenzar una vez más con las mentiras. Me dirigí a la habitación de mi madre para avisarle que Tomás me había llamado.

-Ma -susurré.

-¿Qué pasó, bebé? -quiso a Andrea entre un gran bostezo. Ella había estado haciendo más horas extras de lo normal.

-Tomás me dijo que no va a volver en días. Ámbar la invitó a pasar unos días en la playa fue una sorpresa, ella me había avisado antes pero con todo lo que pasó me olvidé de contarte.

-De seguro quiso desconectarse de todo -reflexionó mi madre -no lo culpo, de no tenerlos a ustedes de seguro hubiera hecho lo mismo.

Mi corazón latía con fuerza al abrazar a mi madre, podía sentir cada latido retumbando en mi pecho, estos eran lentos y seguían un ritmo similar a una marcha militar. El sonido de mis latidos salió de mi pecho y se movió a mi alrededor. Por cada paso que di, por cada suspiro que liberé, por cada ocasión en que mis ojos eran cerrados con fuerza el arrollador sonido de golpes se hacía presente.

Mientras el día iba avanzando el volumen de los golpes incrementó. Llegada la tarde el sonido era insoportable, su melodía atacaba mis oídos con fuerza. Lo único que podía escuchar con claridad, a parte de los golpes, era mi propia voz dentro de su mente.

"Estoy haciendo lo correcto -me dije tratándome de convencer que aquello no era una locura -es más que necesario que lo haga, si les digo la verdad tan solo haré que mamá no pueda volver a dormir además podrían internarlo cuando no es necesario, cuando lo único que necesita es empezar con un tratamiento psicológico y no encerrarlo como un animal de nuevo".

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