Lo que más anhelo

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Septiembre ocurrió como si nada pasase. Un mes tan normal como cualquier otro.

El primer fin de semana volvió a casa y su mujer se lanzó a sus brazos casi cuando salió de la chimenea.

No le dejó decir ni "hola", solo le besó, le desnudó y le montó en la alfombra que estaba frente a la chimenea. Tampoco es que opusiera resistencia. Y tampoco es que le molestase tener a su esposa gritando fuertemente que "adoraba montarle" mientras subía y bajaba encima de él con sus jugosos pechos al compás.

Tuvo guardia el segundo y el tercer finde, dado que suponía (y supuso correctamente), que Sirius tendría su celo pronto y no quería deber un fin de semana.

El último de septiembre no fue, así que aprovecharon para sacar la ropa de otoño. Sirius le hizo ir de compras con él y fueron a cenar a un italiano en el Callejón Diagón.

Pero ese miércoles por la noche, Sirius le escribió para decirle que probablemente al día siguiente entraría en celo así que pidió días libres y se fue, dejando todas sus clases atadas. Estaba algo nervioso cuando se marchó, y más, cuando llegó.

Se le pasó con un par de minutos de hacer cosas en el salón solo por no subir y enfrentarse a lo que venía, aún así olía muy bien y su pecho dio un ronroneo de gusto. Se recompuso en seguida, estaba acostumbrado por los más jóvenes de su clase pero había tenido ese gesto tan instintivo porque su alfa reconoció en seguida el olor de Sirius.

Su futura omega.

-Hola...- Escuchó su voz en el baño, estaba acabando de ducharse.

Salió y estaba en albornoz y toalla y su olor le inundó la nariz con fuerza- Hola.

Ella le habló un poco de su dolor de cabeza y sueño. Desconectó un poco su cerebro y pensó que dentro de poco esa mujer de olor agradable estaría en celo, un pleno éxtasis sexual omega, y vería ese cuerpo morir de placer para él y la marcaría, la mordería y la poseería.

-¿Severus? ¿Alfa?- Debió de preguntarle algo que no respondió.

-Disculpa, no te escuché.

-Ya, me he dado cuenta...

Parpadeó y se fijó que había acorralado a Sirius contra un esquina y estaba gruñendo con fuerza.

Ella solo se rió por su ligera cara de asombro, se acercó a él y le atrajo en un beso dulce y casto- Me alegro de que mi alfa quiera estar con su omega...- Sus manos acariciaban su cabello. Él la cogió de la cintura e, incluso bajo la toalla, se dio cuenta de que estaba mucho más caliente que se costumbre- Te he echado de menos...- Dijo en un susurro contra sus labios- Me aburro mucho sin ti- Echó media sonrisa y ella se volvió a reír ligeramente.

Se pasó el resto del día persiguiéndola sin querer. Se dejó llevar. Era lo que tenía que hacer si quería cachorros. Debía mostrarse interesado en ella y buscarla.

La seguía donde iba, ronroneando mientras seguía su olor y gruñendo en cuanto sus ojos hacían contacto visual. Ella comenzó a responder a sus reclamos con más gruñidos y ronroneos, e incluso algún castañeteo. De hecho, la pilló abrazando su chaqueta mientras emitía el mismo olor que salía de ella cuando comía chocolate.

Llegó un momento en el dormitorio por la noche que, aunque estaban dentro de la ropa de cama, en realidad estaban uno frente al otro llamándose mutuamente.

Él estaba erguido, mostrando a la mujer sus atributos como alfa. Tenía un gruñido constante como forma de respiración y había abierto la boca un par de veces para rugir con más fuerza.

A la omega le gustaba. Si no le hubiera gustado, se habría dado la vuelta; pero, por el contrario, ella había caminado a su alrededor balanceando sus caderas, cosa que le puso cachondo perdido. Sus pequeños gemiditos no se hicieron esperar como respuesta y eso le hizo erguirse más.

Sirius, la OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora