1. "Al acercarse la primavera"

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Amargo. Amargo como el té de Jazmin, que es denso y espeso. Usualmente este debe beberse a una temperatura elevada, que logre quemar suavemente la lengua del que la bebe, de no ser así entonces el té quedaría con un sabor frívolo y soso. Una costumbre muy antigua de los humanos, que pisan esta tierra desde hace miles de años.

Desde antaño, la humanidad se ha enfrentado a numerosos peligros y criaturas, que amenazaban con su extinción. Pero a pesar del peligro inminente y el miedo que este pudiera llegar a suponer, siempre han logrado adaptarse y avanzar, sin dejar que nada los detenga.

El ser humano es una criatura bípeda muy inteligente y fuerte. Dos características que han ganado gracias a su ambigüedad y sus muchos años de experiencia y evolución. Pero, ¿Y si la humanidad se viera en peligro por una amenaza de su misma magnitud? Fuerte, inteligente y con su misma experiencia y rama evolutiva, casi la misma especie.

A lo largo de la historia siempre se ha reflejado lo mismo en cada batalla. Humanos, contra humanos. Luchas de poder o de derechos, revoluciones, liberalismo.. Pero no, no hablo de eso. Me refiero a una amenaza mayor. Los demonios llevan existiendo y viviendo en este mundo desde que desarrollamos el don de la inteligencia. Estas criaturas semejantes a nosotros, amenzan desde hace mucho nuestra existencia, conviviendo y haciendose pasar por gente normal. Alimentándose de inocentes.

Sin embargo, hace unos años se creó una organización independiente al gobierno de Japón que se encarga de reclutar a gente capaz de enfrentar tras ser entrenada a estas criaturas, para proteger las ciudades y los enclaves. Los caminos y las más oscuras frondosidades. Esta, es sin lugar a dudas la lucha más larga y antigua de la humanidad, que aún ni siquiera acaba de empezar.

27 de Febrero de 1925.

Japón, Era Taisho

Glicinias. Las flores más bellas y escasas de la primavera, pero las más abundantes en el archipiélago Japonés. A pesar de verse menos, un enorme campo de estas se extendían a lo lejos fronterizando desde fuera un frondoso bosque. La belleza de este bello campo rosado, y de sus flores, era reflejada ligeramente por la escasa luz lunar que había en ese momento. Los cerezos las acompañaban, adornando aun más el paisaje, al teñir los arboles de ese color tan clásico de esta estacion del año en Japón. El cielo estaba nublado, aunque según la tradición no tardaría mucho en despejarse. Se distinguían algunas manchas resplandecientes en el cielo, que eran las estrellas.

Allí se reunía un cúmulo de personas, varias decenas, que permanecían en un disimulado silencio, que era interrumpido constantemente por murmullos. Todos eran muy jóvenes, nadie de los aquí presentes superaba la segunda década de edad. Algo que destacaba era que todos vestían un uniforme negro botonado, con un cinturón adornando sus cinturas. Lo único distintitivo que llevaban puesto eran Kimonos japoneses de distintos diseños y colores que llevaban por encima de la parte superior del uniforme.

Alguno que otro destacaba más, ya sea por sus apariencias, comportamientos o estados de ánimo. Uno de entre toda la multitud, destacaba por sus pintas, pues vestía un Kimono antinatural. Era de unos colores que ya no se utilizaban en los diseños recientes, y por el estado del ropaje mostraba a simple vista que era antiguo. Era del color del mar, un mar puro y limpio turquesa. También tenía implantado a lo largo de la prenda cuadrados simétricos y ajustados de color negro, quizá para muchos podía ser familiar. No solo su ropa era utópica. Los ojos de aquel joven eran similar al color que bañaba los cielos por el día, que resaltaban aún más debido a su piel pálida. Su cabello era medio rizado, y de tez oscura, aunque no tanto. Era una mezcla entre castaño y negro noche. No era demasiado alto, y tampoco aparentaba tener una edad considerada. Y por su expresión de incertidumbre mezclada con sus nervios no impresionaba mucho más.

Kimetsu no Yaiba SDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora