Capítulo 27

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Liam

Hacía mucho tiempo que no me levantaba con esta sensación de calidez en el pecho. Pero ver a Avery durmiendo apoyada sobre mi cuerpo, abrazándome y con nuestras piernas enredadas me hizo sonreír sin esfuerzo. Solo con mirarla y estar acariciandola sentí que todo volvía a encajar. 

Mis dedos se pasearon por su espalda muy superficialmente, pero me deleité cuando soltó un pequeño suspiro y me abrazó con más fuerza. 

—Si no fuera tan idiota podríamos estar despertado así desde hace mucho tiempo, pequeña —murmuré para mí mismo. 

Mi cabeza dolía como la mierda, pasándome factura de los tragos de ayer. Me quedé mirando el techo sin moverme durante un tiempo indefinido hasta que mi pequeña comenzó a moverse. La miré desperezarse y abrir los ojos. Esos preciosos ojos verdes somnolientos se encontraron con los míos. 

Me sonrío. 

Y mi corazón comenzó a dar vueltas vueltas vueltas. 

—Hola, pequeña —susurré sobre su boca cuando me acomodé frente a ella para estar más cerca y atraerla hacia mí desde la parte baja de su espalda. 

—Buenos días —murmuró sin despegar su mirada de la mía. 

Acerqué mi mano a su rostro para acomodarle el cabello detrás de la oreja con suavidad. 

—¿Cómo es posible? —pregunté.

—¿Qué cosa?

—Que cada vez que te miro seas más hermosa.

Se le cortó la respiración durante un segundo.

—No puedes hacer eso, Liam. 

—¿Qué cosa? ¿Decirte lo que siento?

—Es… no está bien… no puedes.

—¿Por qué no? —insistí—. Pequeña, déjame entender. Quiero entenderte. Habla conmigo. 

—Es que… —suspiró—. Lo complicas todo Liam. Me complicas los planes cuando me dices esas cosas, o cuando me miras así o… —tragó saliva—. Cuando me tocas… lo jodes todo. 

—¿Por qué? —murmuré sin poder apartar mi vista de su boca.

—Porque me haces sentir cosas que no debería —admitió—. Y eso no está bien. 

Me la quedé mirando y mi corazón saltó otra vez. Puede que sea egoísta, pero tener la certeza de que no era el único que se volvía loco cuando estábamos juntos me daba esperanzas. Quizás esperanzas inútiles, pero esperanzas al fin. Significaba que quizás las cosas no habían cambiado tanto entre nosotros. Significaba que si está vez jugaba bien mis cartas, tal vez solo tal vez, ella me diera otra oportunidad para hacer las cosas bien. 

—Cariño, deja de pensar en lo que se supone que deberías hacer. ¿No es mucho más sincero y emocionante dejar que ocurra? ¿Por qué te da tanto miedo dejarnos ser? ¿Dejarte caer conmigo? Soy yo, pequeña. Sigo siendo yo. Y… —le acaricié la mejilla. El calor de su aliento me golpeaba en la boca.

Te amo.

—Me da miedo porque la última vez que me dejé caer contigo, no estabas ahí para atraparme. Y no pienso correr ese riesgo otra vez. 

Limerencia [Libro 2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora