Capítulo 21

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   Salisbury, una hora después.
   —Señoras, siento interrumpir su agradable charla, pero ya hemos llegado a nuestro destino —informó Trevor cuando el tren se detuvo y vio que ellas seguían charlando sin ninguna intención de levantarse.
   —¡¿Ya?! Menos mal que está atento querido, si llegamos a viajar solas somos capaces de acabar en Escocia sin enterarnos.
   —Qué razón tiene Clarisse, yo tampoco me he enterado de que pasarán anunciando que la próxima parada era la nuestra —dijo Grace sonriendo.
   —Sí, ya me he dado cuenta de que van las tres muy entretenidas intercambiando información sobre modistas, telas y tiendas de sombreros—comentó Trevor poniendo una carita de aburrimiento.
   —Oh, querido que desconsideradas hemos sido parloteando de cosas de mujeres sin ningún interés para un caballero.
   —No se preocupe Clarisse, para mí es un placer verlas disfrutar y si no fuera porque el cochero debe estar esperándonos, y se preocuparía si no nos ve llegar, no las hubiera interrumpido, ya hubiéramos cogido un tren de vuelta cuando desearan. A demás —añadió bajando la voz y acercándose a Clarisse—, aunque los sombreros de damas y las virtudes de las modistas no me despiertan mucho interés, el tema de miriñaques, corsé y las ventajas y desventajas del algodón o la seda para ciertas prendas has sido sumamente interesante.
   —¡Oh, por amor de dios! No me puedo creer que estuviera tan ensimismada como para ponerme a hablar de prendas íntimas delante de un caballero. Qué vergüenza. Y tu querida, ¿cómo se te ocurre no avisarme? Van a pensar que soy una desvergonzada —dijo Clarisse, la cual se había puesto del color de las amapolas y se abanicaba enérgicamente para aliviar el repentino calor mientras se echaba la mano izquierda a la frente.
   —Ya lo intenté madrina, le di varios golpecitos con la pierna, pero usted parecía no notarlos.
   —Claro que los note querida, pero pensé que se debían al traqueteo del tren o a que te había entrado una rampa en la pierna por ir tanto rato en la misma posición, ¿cómo se te ocurre avisarme de esa manera?, lo apropiado es un ligero carraspeo o tose olla como se ha hecho toda la vida —dijo Clarisse poniendo los ojos en blanco, gesto que unido al comentario hizo que Trevor soltara una carcajada a la que no tardaron en unirse Phoebe y Grace—.
   »Si, sí, tú ríete de esta pobre vieja despistada jovencito desvergonzado, pero está muy feo escuchar las conversaciones privadas de las damas —añadió dándole un golpecito con el abanico.
   —¿Yo? ¿Y qué quiere que hiciera si se ponen a hablar a mi lado? La única opción que tenía para no escucharlas era saltar del tren en marcha y no me ha parecido una idea muy atrayente.
   —¡Bah! Excusas. A mí no me engañas que bien atento que has estado truhan. En fin dejemos el tema que al final me va a dar un tabardillo y bajemos antes de que este trasto se ponga en marcha de nuevo.
   Dicho esto todos se levantaron sonrientes y empezaron a coger sus pertenencias.
   —Permítame que la ayude —le dijo Trevor acercándose más de lo necesario a la espalda de Phoebe, para ayudarla a bajar la cesta.
   —Gracias —contestó esta simplemente, pues sentir como la rodeaba con su cuerpo y su cálido aliento en la oreja le había acelerado tanto el corazón que no le salían las palabras.
   Por supuesto, para Trevor no pasó desapercibida la reacción de Phoebe a su cercanía pues, aparte de notar el pequeño respingo que dio, también vio como se le erizaba la piel del cuello, algo que le gustó mucho, ya que él tampoco era inmune a dicha cercanía. La verdad es que no sabía muy bien por qué, pero Phoebe hacía aflorar su faceta más traviesa y juguetona, faceta que muy pocos conocían, ya que solo la mostraba cuando se sentía lo suficientemente cómodo como para despojarse de la compostura de lord Dudley, algo que no solía hacer ni con sus amantes. Trevor sabía que aquello empezaba a ser un juego peligroso, la señorita Thompson pertenecía al grupo de las frutas prohibidas y tenía muy claro que había líneas que no podía cruzar, pero aquella frutilla silvestre le parecía cada vez más jugosa y apetecible y no podía evitar sentirse atraído como una polilla a la luz, así que cuando le tendió la mano a Phoebe para ayudarla a bajar le hizo una ligera caricia con el dedo mientras le dedicaba una de sus pícaras y sonrientes miradas, pero esta, que ya le había pillado el juego, no reaccionó como lo haría cualquier otra debutante, y en vez de dedicarle una tímida sonrisa con la cabeza ligeramente agachada y ladeada, echando miraditas de pestañas caídas, se lo quedó mirando fijamente con una ceja levantada y los labios ligeramente fruncidos, algo que a Trevor le pareció tremendamente gracioso a la par que excitante, pues el gesto hizo que se muriera de ganas de besar y mordisquear aquella boquita fruncida.
   Una vez se apearon no tardaron en reunirse con el ayuda de cámara y las doncellas que los acompañaban y todos juntos se dirigieron hacia la salida.
   La estación de Salisbury era mucho más pequeña que la de Londres y a aquellas horas apenas había viajeros en el andén, así que no tardaron en divisar a uno de los cocheros esperándolos para acompañarlos a los carruajes con los que harían el trayecto hasta Wilton House, la cual estaba a tan solo tres millas de la estación, así que sin apenas darse cuenta ya estaban atravesando el portón que daba entrada a la finca.
   Pese a que durante el viaje, tanto su madrina como los Dudley, habían estado hablando de la mansión y de los preciosos y múltiples jardines que formaban parte de la propiedad de los Pembroke, Phoebe se quedó maravillada al ver la imponente edificación y el hermoso jardín de la entrada, el cual estaba rodeado por un ancho camino de tierra por donde entraban los carruajes hasta la puerta.
   Phoebe no pudo evitar asomarse por la ventanilla del carruaje en cuanto atravesaron el portón de entrada, quería ver el conjunto en su totalidad y para eso necesitaba estar a cierta distancia.
   —Señoras, ¿que les parece si vamos paseando lo que resta de camino? Así, la señorita Phoebe podrá disfrutar de las vistas de la fachada principal y del jardín —propuso Trevor en cuanto vio su interés.
   —¡Oh! Se lo agradezco, pero no es necesario que se tomen la molestia por mí, desde el carruaje lo veo bien.
   —No es ninguna molestia querida y mi hijo tiene razón, así podrá verlo todo mejor y a mí me apetece estirar un poco las piernas después de estar tanto rato sentada ¿a usted le apetece Clarisse?
   —¡Oh! Por supuesto que me apetece querida, además hace tantos años que estuve aquí por última vez que ya casi ni lo recuerdo.
   Todos estuvieron de acuerdo, así que se bajaron del carruaje para ir paseando y mandaron a los cocheros que siguieran hasta la casa para ir descargando el equipaje y guardando los carruajes.
   Phoebe agradeció mucho el detalle, ya que desde donde estaban se veía toda la mansión.         El jardín era cuadrado y estaba compuesto de parterres de formas geométricas delimitados con setos de media altura, cuyo interior estaba lleno de lavanda en flor y un arbusto de camelias podado en forma de arbolito en el centro. El conjunto de parterres estaban colocados de manera que formaban pequeños caminos para pasear entre ellos y un ancho camino central que daba directo a la puerta de entrada, y justo en el centro del jardín, rodeada de parterres y caminos, había una gran fuente de mármol con tres niveles y adornada con estatuas de mujeres de estilo romano llenando sus cántaros. Luego estaba la gran casa que no pertenecía a un estilo concreto, pues se mezclaban con gran gusto estilos tudor, paladianos y georgianos, fruto de su antigüedad, modificaciones y ampliaciones, ya que según le habían comentado la casa y las seis mil hectáreas de terreno pertenecían a los condes de Pembroke desde hacía siglos. La verdad es que del estilo tudor prácticamente solo quedaba la torre central, que era donde estaba la entrada principal, lo demás estaba formado por grandes pabellones de dos pisos de altura en los que se intercalaban torres de tres pisos, y luego estaban los laterales de la fachada, de los cuales salían dos largas edificaciones de una planta que llegaban casi al portón de entrada de la finca y que desde lejos parecían unos brazo abiertos dando la bienvenida a los visitantes.
   Lord Arthur salió a recibir a sus invitados en cuanto le dieron el aviso de que habían llegado.
   —Lady Carrintong. Lady Dudley. Señorita Thompson —Fue saludando en orden a las damas haciendo la correspondiente inclinación y besa manos—. Barón —bromeó al llegar a su amigo—.
   »Es un placer tenerlos aquí. Espero disculpen que los condes no hayan salido a recibirlos, pero el conde tuvo que salir a solucionar un asunto ineludible y seguramente tardará unas horas en volver. La condesa se reunirá con nosotros enseguida. Justo antes de que llegarán el heredero la reclamo, y créanme si les digo que cuando el heredero reclama a la condesa no hay niñera que lo calme —comentó provocando sonrisas y comentarios de entendimiento de las damas —Pero díganme ¿qué tal el viaje?, por cierto no sabía que habían decidido venir juntos.
   —¡Oh! El viaje ha sido de lo más ameno, fue una suerte enterarme de que lady Carrington y la señorita Thompson tenían planeado coger el mismo tren que nosotros. Nos vimos el otro día y charlando sobre el viaje me comentó que pensaban coger el ferrocarril de primera hora y no dude en ofrecerles que viniéramos juntos y que mandaran el equipaje en nuestro carruaje. Total, a fin de cuentas iríamos en el mismo tren y ya teníamos planeado mandar el carruaje, así que pensé que sería mucho más ameno viajar en compañía y no dude en ofrecérselo —comentó lady Dudley.
   —Lady Dudley tiene toda la razón, el viaje ha sido mucho más ameno viajando con tan grata compañía. Fue una suerte coincidir y que saliera el tema —añadió Clarisse sabiendo que no Grace había modificado los hechos para que no empezaran las elucubraciones.
   Tras esa vinieron otras conversaciones banales sobre el tiempo, el jardín y demás hasta llegar a la casa. Una vez allí, Arthur los acompaño hasta una de las salas y pidió al servicio que sirvieran una limonada y un ligero refrigerio a los invitados mientras esperaban a la condesa, la cual no tardo en aparecer y recibir adecuadamente a sus invitados.
   Tras los saludos, presentaciones y una breve conversación, la condesa llamó al ama de llaves y le pidio que acompañará a los invitados a sus respectivas habitaciones para que pudieran refrescarse, cambiarse y descansar del viaje si querían.
   Como ellos habían sido los primeros en llegar, y se esperaba que los demás invitados fueran llegando a diferentes horas durante el día, la condesa les informó que no estaba planeado nada hasta la hora de la cena, momento en el que ya habrían llegado todos, así que podían disfrutar de su tiempo como más les apeteciera, ya fuera descansando, paseando por los jardines o enseñando la casa a la señorita Thompson, que era la única que estaba allí por primera vez.
   Como ninguno estaba cansado del viaje, al final decidieron que en una hora más o menos, tras refrescarse y cambiarse de ropa, se reunirán de nuevo en la sala y junto a lord Arthur y la condesa harían un pequeño tour por la casa para que la señorita Thompson la viera.
   Las habitaciones estaban en el primer piso, siendo el ala oeste la destinada para alojar las alcobas de los invitados y el ala este la que albergaba las de los anfitriones y familia. El ala oeste era un enorme pasillo recto lleno de puertas a ambos lados, siendo las de la izquierda las asignadas a los caballeros y las de la derecha las designadas para las damas. Al llegar al final del corredor este daba un giro a la izquierda, siendo ese tramo donde estaban ubicadas las habitaciones para los matrimonios. En esa zona las alcobas estaban divididas en grupos de dos, una con decoración masculina y otra con decoración femenina, y estaban conectadas por una puerta interior, como era costumbre en los aposentos matrimoniales, proporcionando así la máxima comodidad e intimidad a sus invitados.
   Dada la gran cantidad de habitaciones disponibles y el pequeño número de invitados previsto, para la ocasión se había optado por dejar dos recámaras vacías entre cada convidado, siendo la de Phoebe la tercera, la de lady Carrintong la sexta y la de lady Dudley la novena, quedando esta justo enfrente de la de su hijo. Todas las habitaciones estaban decoradas acorde al género de sus futuros ocupantes, disponían de espaciosos cuartos de aseo con agua corriente y todas tenían preciosas vistas a un jardín. Las de los caballeros daban a un jardín interior, el cual estaba rodeado por la edificación de la propiedad, las de las damas daban a un hermoso jardín lateral, y las matrimoniales a un jardín trasero, pues, si por algo era conocida, Wilton House era por la gran cantidad de jardines que tenía distribuidos por toda la propiedad.
   Lo primero que vio Phoebe al entrar a su habitación fue que su doncella ya había sacado todo su equipaje de los baúles y prácticamente ya estaba todo ordenado y guardado en su sitio. Tras saludarla le pidió que le preparara uno de los vestidos de mañana y un baño. Mientras la doncella lo preparaba todo, ella aprovechó para deleitarse con la decoración y mobiliario de su alcoba, a la cual no le faltaba detalle. La habitación era de grandes dimensiones y estaba dividida en tres estancias. La primera era una especie de salita donde había una pequeña mesita redonda, un par de sillas y un coqueto buro. La segunda era donde se encontraba la gran cama de caoba con su dosel y cabecero finamente tallado, un gran armario, una cómoda y por supuesto un estupendo tocador, un gran espejo y un mullido taburete forrado en terciopelo. La tercera era el cuarto de aseo con su inodoro, bañera y todo lo demás. La decoración de paredes y cortinas era muy femenina, dominando el color rosa en varias tonalidades. Y por supuesto también había bonitos cuadros, adornos y un par de jarrones llenos de flores.    Después se acercó a la ventana y disfruto de las vistas del jardín lateral, pues si el de la entrada era bonito ese lo era aún más.

ARRIESGARSE A AMAR  ( Borrador Sin Corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora