Capítulo 16

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Phoebe se miró al espejo una vez más antes de salir de su habitación, para reunirse con lady Carrintong y partir hacia casa de los Dudley. Se veía bella y elegante con el vestido que con tanta ilusión había elegido para la ocasión, ilusión que había perdido tras la visita de las hermanas lady Morgan y lady Parker el día anterior.

Las hermanas se habían presentado la tarde anterior, muy molestas por haber sido de las últimas en enterarse de que Phoebe y su madrina habían estado en la ópera con los Dudley, ya que según les contaron se habían enterado por casualidad en la modista al escuchar a otras damas cotilleando. Después de que lady Carrington se disculpara, quitándole importancia al asunto, lady Morgan les había contado las desagradables palabras que lady Milford había dicho de Phoebe.

Por lo visto, las hermanas habían coincidido con lady Milford y su hija en la modista. Según las hermanas, estas estaban alardeando de que habían sido invitadas a cenar con los Dudley al día siguiente, y que eso era una señal evidente de que lord Dudley estaba interesado en su hija. Justo en ese momento había entrado lady Dacre, la cual al escucharlas no había dudado en contarles el chisme de la ópera (insinuando que lord Dudley parecía bastante interesado en la protegida de lady Carrington), por el mero placer de molestar a lady Milford.

Phoebe se había sentido muy incómoda y avergonzada al enterarse de que la gente chismorreaba sobre ella, pero lo que realmente le había molestado y dolido, fue enterarse de que lady Milford había dicho que cualquiera que pensara que una casi solterona pueblerina , carente de belleza, clase, fortuna o abolengo era la más mínima competencia para su hija, era un necio sin un ápice de inteligencia. Por si eso hubiera sido poco, aquella mujer a la que Phoebe ni siquiera había sido presentada, había añadido que los caballeros de una posición como la de lord Dudley solo se fijaban en una mujer así por un motivo y con una intención nada honorable, ya que solían ser jóvenes ilusas capaces de cualquier cosa por atrapar a un buen partido.

Por supuesto, Phoebe no había sido la única que se había sentido ofendida e indignada,  al enterarse de lo que había dicho e insinuado lady Milford, pues lady Carrington había estallado en cólera. Fue tanto el enfado de su madrina, que incluso había amenazado con arrancarle hasta el último cabello a aquella desagradable mujer si se atrevía a faltarle el respeto a Phoebe en su presencia.

Aquella visita le había quitado la ilusión que tenía de ir a cenar a casa de los Dudley, y no solamente porque sabía que coincidiría con las Milford y lo que opinaban de ella. El verdadero problema era, que aquellas palabras habían hecho que se preguntara hasta que punto lady Milford tenía razón ,  y si Trevor también pensaba lo mismo y solo la veía como una presa fácil con la que jugar y de la que reírse.

Tal había sido su desilusión y sus dudas, que incluso, le había comentado a lady Carrington que quizás lo mejor era mandarle una nota a los Dudley disculpándose con cualquier excusa y no asistir a la cena, pero lady Carrington no había querido ni oír hablar de eso. Había dicho que no iba a permitir que una arpía les arruinara la velada, ni mucho menos que rechazaran la invitación y que se olvidara de esa mujer, que no tenía que hacer caso a los comentarios ni habladurías y mucho menos de gente de esa clase.

Al final, las palabras de su madrina habían hecho que Phoebe cambiara de opinión y decidiera que no iba a permitir que nadie la amedrentara, por muy noble, adinerado o influyente que fuera. Así que esa tarde, cuando llegó la hora de empezar a arreglarse para acudir a casa de los Dudley, subió a su habitación, se puso su elegante vestido dorado, le hicieron un favorecedor peinado y tras mirarse por última vez en el espejo salió para reunirse con lady Carrington, con la cabeza bien alta, lista para enfrentarse cara a cara con las Milford, preparada para ver a lord Dudley coqueteando con lady Emily (algo que no dudaba que sucedería) y determinada a mostrarse distante con él.

─¡Oh! Estás preciosa, querida. Tengo que reconocer que aunque, en principio pensaba que habías elegido un vestido demasiado sobrio para mi gusto, a ti te queda divino. Definitivamente, cada mujer necesita un estilo propio para brillar y el tuyo es la sencillez ─comento lady Carrington emocionada.

Hay que puntualizar que lo que lady Carrington consideraba un vestido sencillo era en realidad un elegante vestido de un suave tono dorado, hecho de seda cubierta con una capa de organza bordada. El vestido tenía un discreto escote tipo barco que tan solo dejaba ver las clavículas,  y la falda estaba ligeramente abultada con enaguas, pues como era de entender jamás se usaban miriñaques o polisones para vestidos destinados a ese tipo de eventos. Como joyas había elegido una cadenita con un pequeño diamante que reposaba justo en el hueco entre las clavículas, y unos discretos pendientes a juego, ambos regalo de su amado padre. Para el peinado, esta vez había pedido que le hicieran un moño bajo y suelto que dejaba ver las ondas naturales de su cabello, dándole así un aire elegante, pero natural y relajado.

─Gracias, madrina. Usted también está muy bella esta noche y creo que tiene usted razón con lo del estilo, porque creo que si la viera con un vestido de tono pastel o sencillo, dejaría de ser usted y perdería su brillo.

─Cierto, querida, aunque hoy he escogido uno de mis vestidos más aburridos, no sé si voy demasiado sencilla ─dijo lady Carrington tras soltar una carcajada.

─Créame si le digo que va perfecta para la ocasión y aunque usted lo considere aburrido le aseguro que nadie más lo hará ─comento sonriendo Phoebe, pues lo que su madrina consideraba aburrido era un precioso vestido de seda de un brillante y llamativo color púrpura, adornado con bordados de hilo de plata.

─Bueno, querida, si ya estas lista será mejor que vayamos saliendo ya, no me gustaría nada ser la última en llegar ─añadió lady Carrington poniéndose sus guantes de un llamativo color naranja, color que por supuesto, era el mismo que el de su ridículo y abanico.

─Espere, madrina ─dijo Phoebe cuando llegaban a la puerta y retrocediendo se acercó a una mesita, donde reposaba un enorme jarrón lleno de flores, cogió una hermosa caléndula del color de los guantes y acercándose a su madrina se la puso en el escote─. Ahora sí que está perfecta.

Ya listas del todo y sin más interrupciones, Phoebe y su madrina por fin se montaron en el carruaje y partieron a casa de los Dudley.

─Buenas noches, lady Carrington, señorita Thompson ─saludó Higgins, haciendo una leve inclinación de cabeza al abrir la puerta.

─Buenas noches─ contestaron las dos.

─Si son ustedes tan amables de seguirme las guiaré al vestidor de las damas.

Los vestidores (uno para damas y otro para los caballeros) era la primera parada de todo invitado antes de pasar a la sala donde los esperaban los anfitriones. En los vestidores había una doncella o un lacayo, dependiendo de si era el de damas o caballeros, los cuales se encargaban de recoger y guardar sombreros, chal , bolsos, abrigos o cualquier cosa que el invitado no fuera a necesitar durante la velada. Una vez recogían las pertenencias del invitado, estas eran guardadas junto a una tarjeta con el nombre de propietario. Los vestidores no solo servían para eso, pues también estaban surtidos de todo lo que el invitado pudiera necesitar para darse los últimos retoques, desde agua y jabón a peines, horquillas o utensilios de costura y por supuesto un espejo de medio cuerpo y otro de cuerpo entero.

Tras dejar a las damas en el vestidor, Higgins ordenó al lacayo encargado de guiar a los invitados de los vestidores al salón, que fuera a avisar a lord Dudley de que lady Carrington y la señorita Thompson ya habían llegado, pues al carecer de acompañante masculino lo correcto es que fuera el anfitrión el que las acompañara a la sala, ya que seguía estando mal visto que las damas entraran a la sala sin la escolta de un caballero. En cuanto el lacayo avisó a Trevor este se disculpó con los Milford y lord Stanford, invitados que ya habían llegado, y se dirigió al vestidor de las damas donde esperó a que lady Carrington y Phoebe salieran.

─Lady Carrington, señorita Thompson, es un placer verlas de nuevo ─saludó Trevor con una ligera inclinación de cabeza y besándoles ligeramente la mano─. Si me permiten el honor las escoltaré hasta la sala.

─El placer es nuestro, lord Dudley y por supuesto que se lo permitimos, ¿Qué mejor escolta que el apuesto anfitrión? ─contestó lady Carrington, mientras Phoebe pensaba en lo poco que le había durado la determinación de ser indiferente a los encantos de Trevor, pues en cuanto este la saludó mirándola con esos ojos sonrientes y esa expresión de niño travieso, pero carente de maldad, Phoebe sintió un agradable hormigueo en el estómago.

─Va a hacer usted que me sonroje, Clarisse ─ dijo Trevor tras reír.

Tras saludarlas les ofreció un brazo a cada una y se dirigieron donde les esperaban los demás invitados y Lady Dudley.

Al entrar en la sala, Phoebe no pudo evitar ponerse rígida al ver como los que suponía eran los Milford ya estaban allí. Trevor iba bromeando con lady Carrington, pero aun así notó la repentina rigidez de Phoebe y la miró de soslayo extrañado por esa reacción, aunque no tardó en darse cuenta que el motivo debía de ser la inquisitiva mirada de Lady Milford y su hija, las cuales no esperaban que Lady Carrington y Phoebe acudieran a la cena.

A las Milford no les hizo ninguna gracia ver que Lady Carrington y su protegida estaban invitadas, pero lo que más las irritó fue ver que no solo lord Dudley había tenido el detalle de escoltarlas, sino que encima venía bromeando con lady Carrington y parecía que tenían bastante confianza. Por si eso fuera poco, la que ellas denominaban la pueblerina llevaba un vestido estupendo y muy elegante. No es que lady Emily no llevara un vestido precioso, pero por un momento dudó de si había sido la elección correcta y se dieron cuenta de que aquella don nadie podría ser una molestia para sus planes.

Tras el saludo de lady Dudley se acercaron a saludar a los demás invitados.

─Lord Milford, lady Milford, lady Emily ─saludó correctamente lady Carrington, aunque bastante más seria de lo habitual en ella─. Permítanme que les presente a mi querida protegida, la señorita Thompson.

─Es un placer señorita Thompson ─saludó el marqués con una ligera inclinación de cabeza y besándole la mano.

─El placer es mío, lord Milford ─exclamó Phoebe haciendo una reverencia.

Tras el marqués vino el saludo a la marquesa y a su hija, las cuales fueron sumamente correctas pero nada amigables. Luego se acercaron a saludar a lord Stanford, el cual fue muy cortés y agradable al ser presentado a Phoebe pese a que había sido bastante seco y descortés con lady Carrington, ya que tan solo correspondió a su saludo con una ligera inclinación de cabeza y sin apenas mirarla. Por suerte los demás invitados fueron llegando en apenas unos minutos, con lo que se aligeró la incomodidad del momento.

Una vez ya estaban todos y se habían hecho las presentaciones oportunas de Phoebe y Jessel (que al no formar parte de la nobleza eran los únicos que no conocían a todos los asistentes) lady Dudley empezó a formar las parejas para acceder al salón en el orden en el que tenían asignado los asientos.

Lady Dudley había decidido usar una mesa redonda para la ocasión, pues en este tipo de mesas era menos evidente la presidencia y los rangos y se facilitaba las conversaciones conjuntas entre todos los invitados, cosa imposible en caso de usar una mesa imperial o rectangular donde las conversaciones se limitaban a los que estaban sentados juntos o directamente enfrente.

Trevor fue emparejado con lady Milford, pues al ser marquesa era la dama de título más alto y su sitio era sentarse a la derecha del anfitrión, a la izquierda se sentaría Lady Carrington pues aunque había dos vizcondesas, ella era la de mayor edad.

Lady Carrington fue emparejada con el conde de Warrington, el cual era un agradable hombre algo mayor que Lady Carrington y que al igual que ella había enviudado hacía unos años.

A Phoebe la emparejaron con lord Pembroke, un apuesto y agradable joven de la edad de Trevor y amigo de este desde el colegio. Para Phoebe esta era la primera cena de gala a la que asistía y se quedó maravillada en cuanto entro al comedor. El gran salón era precioso y estaba adornado con un gusto exquisito. La pared frontal estaba formada por unos grandes ventanales y una gran puerta de cristal que daba al jardín, todas ellas abiertas y por las que entraba una suave brisa que refrescaba el caluroso ambiente y perfumaba la estancia con el delicado aroma de las rosas del jardín. En la pared de la izquierda había una gran chimenea y sobre ella un hermoso cuadro de la familia Dudley, con una muy joven y bella lady Dudley junto a su atractivo y difunto esposo, y un pequeño niño de unos tres o cuatro años con cara de travieso y que sin lugar a dudas era el actual barón. En la pared de la derecha, la cual estaba adornada con unos bonitos cuadros de paisajes, estaba el gran aparador de caoba y había unas grandes puertas que daban a otra sala. Mirara donde mirara, todo era elegante y perfecto, ya fueran las lámparas de gas, la magnífica alfombra, las sillas… Pero lo que más le llamó la atención a Phoebe fue la enorme mesa redonda a la que no le faltaba detalle. Para empezar su níveo mantel de damasco con un brocado del mismo color y servilletas a juego. El centro de mesa era de plata, con un lecho de hojas verdes sobre el que reposaban frutas y flores, con una combinación perfecta de colores. Sobre la mesa también había vasos de apio, platos de jaleas, exquisitos platitos de cristal con encurtidos, todos ellos distribuidos con un escrupuloso orden. Ante cada comensal había un pequeño ramito fragante, un gran plato de porcelana con el escudo de los Dudley y el filo de oro, cuatro copas de vino de diferentes tamaños y la copa para el agua, todas ellas del más fino cristal de bohemia con el escudo de la familia grabado. Y por supuesto, también estaban los cubiertos de plata, un pequeño salero con su correspondiente cucharilla y un platito con un bollo de pan.

Cuando llegó el turno de que entrara lady Dudley y lord Milford, este le ofreció el brazo izquierdo en vez del derecho (pues la anfitriona le cedía la presidencia y era lo correcto), y fue entonces cuando la madre de Trevor vio que el marqués llevaba la mano vendada, algo que había pasado desapercibido para todos, pues en la sala estuvo todo el rato con la mano a la espalda. Naturalmente, la baronesa estaba al tanto de todo lo referente al niño y al ver la venda sintió como se le encogía el estómago, ¿sería posible que lord Milford fuera el indeseable al que buscaban?, ¿o simplemente era una inoportuna coincidencia? Por suerte era una mujer que sabía disimular muy bien sus emociones, así que nadie notó ni su sorpresa ni su desagrado. Nadie, excepto Higgins, el cual se encontraba en un lado del comedor, esperando para dar las órdenes al servicio, y solo necesitó ver el gesto que hizo lady Dudley con los ojos, para entender lo que le quería decir y mirar la mano del marqués,  y ver que la llevaba vendada, detalle que no vio al recibirlo pues este llevaba los guantes puestos. Por supuesto Trevor no tardó en ser informado, ya que en cuanto miró a Higgins para darle la señal de que empezaran a servir la cena, este se tocó ligeramente la mano izquierda y le dijo con la mirada donde tenía que mirar, gestos que Trevor entendió perfectamente y que nadie más notó.

ARRIESGARSE A AMAR  ( Borrador Sin Corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora