Capítulo seis.

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 —Tía, pues déjame uno.

Fue lo primero que me dijo Rose al enterarse de que tenía una caja llena de consoladores en mi despacho.

—No puedo. Solo son para inspirarme mientras escribo —le dije.

—¿Y cómo te inspiras exactamente? —preguntó Elena antes de soltar una carcajada.

—Idiota. —Respondí.

—A ver, eso hay que probarlo —admitió Rose—. ¿Cómo vas a contar al cliente cual es el mejor? Tienes que hacer una sesión y probar.

—¡Que no voy a probar los dildos! —insistí muerta de vergüenza. ¿En qué momento había sacado la conversación? Con esas dos hijas de satanás era imposible hablar en serio.

El Ambrosía estaba lleno esa tarde, aún así la camarera, que ya era nuestra amiga, nos atendió antes que a todos. Incluso nos invitó a las primeras cervezas. Las bebimos con algo de picar mientras ponía al día a mis amigas de la movida en la empresa. Lo borde que había sido con Álvaro, lo desconcertada que había dejado a Vanesa con mis preguntas y para rematar, Addison entregándome la caja de dildos.

Elena agarró una patata, la lanzó al aire y la atrapó con la boca.

—Entonces, ¿qué conclusiones sacamos? —preguntó mientras la masticaba—. ¿Es tu jefa la del baño o no? Yo así no puedo vivir.

—Es ella —dije—. Estoy segura. Tiene que serlo. Pero no se acuerda de mí.

—Spoiler —intervino Rose haciendo un gesto en el aire—: sí se acuerda de ti.

—No me importa eso ahora, chicas —protesté—. Lo único que quiero es hacer mi artículo sobre la caja de dildos. Nada más. Tengo una semana.

—¡Qué semana te espera! —Rose arqueó las cejas y se llevó el botellín de cerveza a la boca—. Una semana divertida.

—Mi semana está siendo una mierda —confesó Elena—. El viernes tenemos que salir de fiesta.

—Amén, hermana —Rose le puso el puño y Elena lo chocó.

Dejé volar mi mente en lo que ellas debatían qué se iban a poner para salir y sobre todos los vestidos que tenían sin estrenar en el armario. El dildo bailando sobre la mesa de Addison no salía de mi cabeza. Sin duda una imagen que estaría ahí durante mucho tiempo. Su cara al preguntarle sobre su presencia en garitos de mala muerte me hizo sonreír, pero recordar que se limitó a hacerme un gesto con la mano para que me fuera del despacho y no me contestase, me borró la sonrisa. Tenía que afrontar la situación. Le tenía miedo a su figura. Su presencia me intimidaba. Mi nuevo reto era plantarle cara y hablar las cosas. Dejarlo todo claro y quitarme esa espina de una vez. «En cuanto acabe el dichoso artículo, se lo diré», me dije agarrando con fuerza el botellín de cerveza. Una oleada de ansiedad invadió mi cuerpo. Iba a ausentarme un segundo al baño cuando...

—¿Abby?

Alcé la mirada para encontrarme con Vanesa y sus gafas de pasta mirándome de pie junto a la mesa.

—¡Vanesa!

—Me ha parecido verte a lo lejos —explicó—. Sabía que tenías que ser tú.

—Sí, aquí estoy. De cervezas —alcé la botella y bebí un trago—. No se lo digas a la jefa.

—Estás en tu derecho de tomarla —dijo sonriente y centró la mirada en mis amigas.

—Chicas, esta es Vanesa. Compañera de trabajo —dije—. Ella es Rose y ella Elena.

—Encantada —respondieron al unísono.

—Un placer —dijo Vanesa colocándose su ondulado pelo tras la oreja.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora