Capítulo veintiocho

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—Vamos a beber algo —susurró entre beso y beso.

¿Beber? ¿Ahora?

¡Estábamos a punto de follar! ¿Por qué paraba?

Oh sí, para dejarme con todo el calentón acumulado para después.

Me hizo a un lado y se levantó para ir a la cocina. Me quedé tumbada con las manos en la cabeza. Suspiré sin poder creerme lo que estaba pasando. La peor pesadilla era que Daniel abriera la puerta en cualquier momento y viera lo que estábamos haciendo. Observé el techo envuelta en mil pensamientos: «¿qué coño estamos haciendo?» «¡estoy en su casa!» «¿qué va a pasar con nosotras después de esto?» «No voy a poder fingir normalidad en la oficina».

Addison llegó con dos copas en la mano y se sentó a horcajadas sobre mí. Mi entrepierna se quejó. Tener a esa mujer casi desnuda encima de mí no me hacía ningún bien. Iba a entrar en pánico en cualquier momento. La visión se me iba a volver borrosa a causa de la excitación.

—Señorita Abigail —susurró volviendo al maldito juego de poder—, no sé qué ha hecho usted conmigo pero me tiene completamente absorta.

—Puedo decir lo mismo —me incorporé un poco y agarré la copa—. Ni se imagina lo que me gustó la primera vez que la vi. Con su chaqueta de cuero, su adorable pelo, sus ojos azules...

Addison chocó su copa contra la mía y bebió haciendo que sus labios quedasen húmedos.

—No suelo hacer esto con todo el mundo, quiero que lo sepa.

Esbocé una sonrisa y la agarré del culo pegándola más a mí.

—Tampoco suelo comerme la boca con la primera persona que se cruza en mi camino.

—Así que soy la excepción —dije de manera triunfal—. ¡Me gusta!

—Usted es muchas cosas que no sé explicar.

Tras una intensa mirada empezamos a besarnos de manera acalorada. El líquido de nuestras copas se fue cayendo en cada intenso movimiento. Las dejamos a un lado y Addison me tumbó por completo en el suelo. Sin dejar de besarnos en ningún momento. «Go fuck yourself» de two feet comenzó a sonar y jadeé con fuerza. Iba a perder el sentido de un momento a otro. Addison dejó de besarme solo para decirme:

—Separe las piernas.

Lo hice de manera automática, sin rechistar.

Me acarició la cara, bajando por mi cuello, mi pecho, mi vientre y llegando a mis braguitas. La metió por dentro sin permiso y se paró en mi sexo, tocándolo de manera delicada. Sentir la mano de Addison Lane en mi entrepierna fue algo indescriptible. Jadeé, gemí y la agarré con fuerza por la espalda. Su mano hizo un trazo de arriba abajo, en círculos, a un lado a otro. Meneé las caderas al compás suyo.

—Quítemelas. —Ordené.

Addison me bajó las braguitas sacándolas en un movimiento estudiado y dejándolas caer. Gateó por mi cuerpo hasta mi cara.

—Deje que le quite esto también —agarró el sujetador con delicadeza y lo desabrochó con un movimiento de muñeca. «¡Esta tía lleva quitando sujetadores toda su vida!», pensé—. Quiero verla completamente desnuda.

Ahí estaba yo. Completamente desnuda delante de la jefa que estaba a punto de hacerme Dios sabe qué. El tiempo se congeló cuando se tumbó en el suelo con la cabeza entre mis piernas, plantó su boca en el centro de mi ser y tocando mis pechos no paró de hacer movimientos estratégicos hasta que mi cuerpo entero tembló de placer. Me incliné hacia delante, la agarré del pelo, tuve uno de los mejores orgasmos de mi vida y me dejé caer exhausta en el cojín.

Doña Addison Lane me lo acababa de hacer como nadie nunca me lo había hecho. Se deslizó por mi cuerpo desnudo y me besó.

—Lo que he esperado este momento —susurré sin ser consciente de lo que acababa de pasar—. Pero no te escapas porque ahora te toca a ti.

Le quité el sujetador con la misma destreza que me había quitado ella el mío. Agarré sus bragas con ganas y se las quité de una. La acomodé en el cojín y la miré una vez más antes de empezar la aventura.

Humedecí mis dedos y los llevé hasta ahí abajo, al mismo sitio donde una vez estuve. Me acordaba perfectamente de cómo le gustaba. Supe en qué sitio tocar de una u otra forma para hacerla llegar al cielo. Y supe cuándo tenía que ser más intensa e ir más rápido. Addison me rodeó el cuerpo con las piernas y el cuello con los brazos mientras yo seguía haciendo mi trabajo y ella trataba de respirar con normalidad. Su cuerpo ligeramente arqueado, su boca entreabierta, sus ojos cerrados. Seguí y seguí, más rápido, más profundo hasta que sus gemidos fueron más vivos. Los había echado tanto de menos... esos sonidos salidos del cielo en mi oído. Addison era la persona más tímida del mundo. Eran gemidos intensos pero casi ocultos.

—No se contenga —susurré en su oído. El sonido de placer salido de su cuerpo se hizo más voluminoso. Abrió los ojos para mirarme y el orgasmo apareció.

Una delicia conseguir ese efecto en la mismísima Addison Lane.

Quedó unos segundos parada, tratando de respirar y se incorporó en el suelo. ¿Qué quería ahora? ¿Beber algo de agua? ¿Seguir con la diversión? ¿Me iba a mandar a casa ya? Tal vez hiciera como en el garito, una vez que estuvo satisfecha se fue sin mirar atrás.

—Me gustas mucho, Addison —solté sin pensar si estaba bien o mal. Igual iba a meter la pata pero de perdidos al río—. Podría estar así contigo el resto de mi vida.

Ella me miró pero no dijo nada.

—¿Por qué no vamos a la cama? —propuse. Me apetecía estar con ella en un sitio cómodo. ¡Nos merecíamos la comodidad de su elegante y amplia cama! No me hizo caso. Era como que no quería ir a ese lugar por algún motivo. Estuvimos en el suelo durante un largo rato. No recuerdo cuánto tiempo porque perdí la noción. Caricias, susurros, mordiscos, hablamos de la vida tumbadas la una junto a la otra, desnudas. La mejor experiencia de mi vida. Todo era íntimo y quería estar así durante toda la vida. Intercalar el hablar con follar era algo que podía hacer sin problema alguno.

Cuando doña Addison se incorporó vi en su cara que estaba mareada. Demasiado alcohol en sus venas, quizá. Se había levantado de golpe.

—¿Quieres algo más? —me preguntó.

Me fascinaba la facilidad con la que me dejaba de hablar de usted. Solo lo hacía cuando quería recordarme que la autoridad era ella. Le regalé la mejor de mis sonrisas.

—Quiero volver a besarte —respondí desviando la pregunta a mi terreno. Me incorporé y la besé de manera cálida, sin dejarme un centímetro de su boca sin recorrer.

—Esta es la mejor reunión de trabajo que he tenido en mi vida —bromeé muy cerca de sus labios.

—Me siento idiota —confesó—. No sabía cómo quedar contigo, cómo estar a solas contigo.

—Has elegido una manera de hacerlo... interesante.

—¿Verdad? —arqueó las cejas de una manera adorable y sus ojos azules me miraron—. No soy la misma desde que te encontré, Abby.

«Abby», repitió mi cabeza y mi entrepierna dio un chasquido.

Era excitante escuchar el diminutivo salir de su boca.

—Mi vida está tan patas arriba —susurró, su cara cambió de expresión a triste y no quise que los pensamientos que tuviera en la cabeza nos arruinasen la noche. La agarré de la barbilla e hice que me mirase.

—No vamos a pensar ahora en cosas malas —dije—. ¿No había que vivir el presente? Estamos aquí y ahora.

Se abalanzó a besarme de tal manera que caí hacia atrás y se subió sobre mí. El beso duró lo que me parecieron cuatro horas. Me susurró al oído que quería ir a otra parte a seguir con nuestra fiesta privada cuando escuchamos que la puerta de la calle se abría. Pude ver el terror en su mirada (y seguro que ella en la mía) y las dos nos apresuramos a recoger nuestras cosas.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora