Capítulo cuarenta

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Me encontraba en mi bar favorito viendo a Addison y su perfecto conjunto al fondo. Se había sentado en la barra completamente ajena a mi presencia. Lo que más me sorprendió es que fuera con su marido. ¿Qué hacía Addison Lane con su marido en un sitio tan cutre como el Ambrosía? Ella aspiraba a más. Ella iba con él a sitios de veinticuatro tenedores. ¿Por qué esa tarde habían decidido ir ahí? Les observé mientras mis amigas seguían hablando ajenas a lo que mis ojos presenciaban. Él le pasaba la mano por la espalda, esta daba muestras de cariño, se atusaba su perfecto y engominado pelo y le miraba de reojo. Pidieron dos cervezas. De vez en cuando él se acercaba para darle un beso y esta se mostraba algo reacia. Se olía a kilómetros que no estaban bien, ¿por qué él no se daba cuenta? Estuvieron hablando un buen rato. Addison miraba a todas partes sin prestarle mucha atención a la conversación. ¿Me estaba buscando? Lo estaba haciendo fatal, porque estaba justo detrás de ella y ni se estaba dando cuenta. La gente se movía de aquí para allá. ¿Qué debía de hacer? ¿Me levantaba a saludar? ¿Hacía como que no me había dado cuenta de su presencia?

—¿Qué te pasa? —preguntó Rose—. ¿Estás haciendo un viaje astral?

—No es nada.

—¿Cómo que no? Si llevas media hora embobada —siguió diciendo Rose—. ¿Qué narices estás mirando?

Cuando se giró y vio a Addison sentada en la barra, tuvo que ahogar un grito.

—¡¡Me cago en mi madre!! ¿Esa no es tu jefa?

Elena se giró con el poco disimulo que la caracteriza.

—¿Dónde?

—¡¡Madre mía, sí es!! —dijo Rose—. ¿Por qué no nos has avisado?

—Porque sois unas bocas —les hice un gesto para que bajasen el tono y dos coloretes aparecieron en mis mejillas—. No digáis nada. Callaos.

—¿Está con su marido? —preguntó Elena.

—Sí, ese es.

—¿Qué hace Addison en un sitio como este con su marido? —les dije.

—Está claro que ha venido a buscarte —susurró Rose—. Y ha venido con él para darte celos porque es mala y quiere torturarte.

—No es eso. —La defendí.

—Es raro que haya traído a su maridito rico a un sitio feo como este.

—Oye, el Ambrosía no es feo —se quejó Elena—. No hables así de nuestro bar favorito.

Los próximos veinte minutos los pasamos mirando a Addison y su marido e inventando casos hipotéticos de por qué habían elegido ir allí.

—Estaría espectacular que te levantases, te pusieras en medio de los dos y le soltaras todo —dijo Rose.

—Venga ya. No voy a hacer eso. Y no lo hago por respeto a ella.

—Pero sería genial —siguió diciendo mi amiga—. «Hola Daniel, soy la que se folla a tu mujer cuando tú no estás».

—Cállate —dije intentando ponerle la mano en la boca pero Rose se hizo hacia atrás en el asiento.

—«Me encanta comerle la boca —continuó imitando mi voz—, y me encanta hacerle cositas en el trabajo».

—Ya basta.

—Mira, mira, mira —Elena dio unas palmaditas en la mesa para que centrásemos la mirada en ellos. Se estaban besando. Pero no era un beso apasionado. Ella se dejaba hacer y él ponía empeño en profundizar el beso sin éxito alguno. Una oleada de ira y fuego recorrió mi cuerpo. Mis amigas se giraron a la misma vez esperando ver mi reacción. Aguanté el tipo como una campeona. Así como mis ganas de levantarme e ir a vomitar al baño. «Yo he besado la boca que tantas veces ha besado ese tío», pensé.

¡Pero menuda boca!

¡Menuda forma de besar!

Addison no besaba a su marido igual que me besaba a mí, al menos no aquella noche. Se veía fría y sin ganas. ¿Qué coño le pasaba? ¿Por qué estaba allí? ¿Qué es lo que quería? Llevabamos días sin hablar en el trabajo y de repente se presentaba en mi puto bar favorito vestida exactamente igual que la noche en la que nos conocimos. Addison Lane sabía perfectamente lo que estaba haciendo.

—Madre mía... es un tío con suerte —exclamó Rose sin dejar de mirar la escena del beso, boquiabierta.

—Creo que me he puesto un poco cachonda y todo —bromeó Elena.

—No —dijo Rose—, eso es el alcohol que corre por tus venas.

El matrimonio se separó. Él se la comió con la mirada y ella se limitó a agachar la cabeza y jugar con el vaso entre los dedos, como si hubiera hecho algo malo. Su expresión corporal era apagada, rígida y cerrada. El bobo de Daniel dió un último trago, le hizo un gesto dándole a entender que saldría a fumar cinco minutos y la dejó sola.

—¡Corre! —Rose me pegó un golpe en la mano—. Es tu oportunidad. Ahora o nunca.

—Venga Abby —susurró Elena—. Corre a decirle algo.

—¿A decirle qué?

—¡¡Algo!! —gritó Elena muerta de los nervios.

—Lo que sea —se apresuró a decir Rose—. Tiene que saber que estás aquí.

Armándome de valor, tomé aire y me levanté de la mesa. Me planté a su lado y ella me miró pensándose que esa presencia que había notado era su marido. Los ojos le cambiaron al ver mi cara. Sus pupilas se hicieron más grandes, más brillantes y la sonrisa discreta la delató.

—¡Señorita Abigail! —dijo sorprendida.

—¿Qué haces aquí? —murmuré.

—Qué casualidad.

—En serio... ¿qué haces aquí? —estaba más molesta que otra cosa.

—He venido a tomar una copa, ¿no puedo? —arqueó la ceja de una manera muy sexy. Tuve que tragar saliva para seguir hablando—. ¿Por que sea su bar favorito no puedo venir?

—Sé perfectamente lo que estás haciendo.

—¿Y qué estoy haciendo?

Suspiré e hice un barrido visual a su outfit.

—¿Qué pasa? —siguió diciendo, haciéndose completamente la loca.

—Venga ya... ¿has venido vestida igual que la noche en la que nos conocimos? Esto es una provocación en toda regla.

—¿Usted cree? —esa ceja de nuevo.

—Addison..., basta ya. Me voy a volver loca.

—No pague conmigo su frustración por no poder venir al viaje, señorita Abigail —susurró—. Y deje de ver cosas donde no las hay.

—¿Por qué parece que te gusta tanto que no vaya al viaje contigo? —pregunté llena de rabia. Ella esbozó una sonrisa.

—No me gusta. Simplemente, es lo que se ha decidido entre todos.

—Ya... —suspiré—, me gustaría ver ese «entre todos».

—No se ponga usted celosa señorita Abigail —murmuró tomándose el lujo de acariciar mi brazo—. Ya vendrán más proyectos interesantes.

—¿Vas a hablar con él? —pregunté cambiando radicalmente de tema.

—Váyase. —Ordenó.

—Tienes que hacerlo, Addison..., esto no es sano para ti. No es justo para él —sacudí la cabeza—. He visto cómo le besabas. ¿Dónde está tu pasión? No puedes seguir en una mentira.

Ella me hizo un gesto muy sutil para que me fuera, dándome a entender que Daniel estaba llegando. Así lo hice. La miré una última vez y desaparecí entre la gente para volver a mi sitio sin que él se percatase de nada. Y desde allí, seguí contemplando la cero química que mi jefa y su marido tenían.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora