Capítulo treinta y ocho

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 —Lo, lo siento.

Vanesa y yo comenzamos a reírnos como dos niñas pequeñas. Apoyé la cara en su hombro y seguí riéndome sin parar. Una risa nerviosa y cargada de toda la tensión acumulada. Nos habíamos besado momentáneamente pero lo que habíamos sentido era un beso cargado de amistad y humanidad.

—Te aprecio muchísimo —le dije. Nos fundimos en un abrazo y volvimos a beber—. ¿Te ha quedado claro si te gustan las mujeres con este beso?

Ella me arreó un puñetazo. Estaba claro que no iba a salir de dudas tan fácilmente y mucho menos conmigo. Saqué el móvil del bolsillo al sentir la vibración. El número que ahora tenía guardado como «Addison Lane» me había mandado un mensaje.

Se me revolvieron las tripas.

«Buenas noches. No es adecuado que le escriba por aquí, lo sé. Me gustaría hablar con usted un momento. ¿A qué hora puedo llamarla?».

Vaya. Así que ahora quería hablar conmigo.

Me volví a guardar el móvil en el bolsillo, le hice un gesto con la mano a la camarera y pedí otras dos cervezas más.

—¿Quién era? —preguntó Vanesa al ver que me guardaba de esa manera el móvil.

—Nadie a quien no pueda contestarle después.

Seguimos bebiendo, hablando, riendo, cotilleando sobre amores de la oficina hasta que nos dieron las dos de la madrugada y la camarera nos miraba con cara de pocos amigos. No podía enfadarse, al menos habíamos estado consumiendo durante todo el rato. Y se notó cuando levanté mi culo de la silla y los pies se fueron a un lugar diferente al que quería ir mi cabeza. Un fuerte mareo se apoderó de mí, me tambaleé y me agarré al muro de la pared que tenía al lado.

—¿Estás bien? —preguntó Vanesa preocupada. Ella iba en el mismo estado que yo aunque disimulaba bien.

—Sí, estoy perfecta.

Vanesa soltó una carcajada y negó con la cabeza.

—No lo estás, pero bueno, tenemos que salir de aquí o nuestra amiga nos fulminará con la mirada.

—¡¡Adiós!! —grité a la camarera desde la puerta—. ¡¡Muchas gracias por todo y perdón!!

—Tranquila, volveremos —dijo Vanesa—. Pero en otro horario más decente.

—¡¡Perdona!! —volví a gritar sin ser consciente del nivel de mi voz—. ¡¡Es que teníamos muchas cosas de las que hablar!!

La camarera me hizo un gesto con la mano para despedirse de nosotras y salimos a la calle. Hacía frío y llevábamos poca ropa. Rodeé a Vanesa con mi brazo por el hombro, la froté apretujándola contra mí, dándole calor y comenzamos a caminar hacia su casa.

Tardó como tres minutos en buscar la llave en su bolso y otros tres en acertar a meterla en la cerradura. Cuando entramos nos dejamos caer en el sofá, mareadas y muertas de la risa.

—Mañana me voy a acordar de ti durante todo el día —se quejó Vanesa.

Le puse una mano en la cara y la hice hacia atrás.

—No te quejes, yo no te he obligado a beber solo te he invitado a venir.

—¡Eres horrible! —bromeó—. ¡Horrible!

—Lo que va a ser horrible es el olor corporal que voy a llevar mañana a trabajar —solté—. Necesito que me dejes tu ducha. Y tu ropa.

—¿Mi ropa? —arqueó las cejas—. La última vez Addison se enfadó mucho, ¿te acuerdas?

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora