Capítulo doce.

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Un viernes más que decidí salir de fiesta. Sola. No me hacía falta nadie más. Daniel se había convertido en el hombre más aburrido del planeta tierra y yo quería bailar, pasarlo bien y conocer gente interesante (principalmente para que llenasen el vacío que él estaba dejando). Hacía mucho tiempo que mi marido ya no era el mismo. Le encantaba estar presente en cada evento, gala, de cara a la gente daba una imagen que nada tenía que ver con la realidad. Me preguntaba en qué momento eso empezó a ser así. La vida con Daniel se convirtió en monótona, aburrida. Nos queríamos, sí. Pero ya no teníamos magia, ni pasión, no teníamos... nada. Ese viernes, como otros muchos, mi marido estaba tumbado en el sofá desde hacía horas viendo la tele con el mando en la mano y pegando alguna que otra cabezada. Con el pijama de seda que le regalé por su último cumpleaños. ¡Estaba guapísimo enfundado en él! No se sorprendió cuando me vio aparecer por el salón con mi chaqueta de cuero, mis vaqueros y el maquillaje ahumado que me encantaba hacerme. Al igual que me encantaba dejar a un lado por una noche los tacones, blusas, camisas y todo lo relacionado con la Addison del trabajo, la jefa, la que tiene que tener un carácter diferente al que suelo tener. Daniel me miró, esbozó una sonrisa, dijo algo así como un «qué guapa estás» y siguió cambiando la tele. Le dije que saldría de fiesta, se lo dejé bien claro. La única mentira que dije fue que iba con mis amigas. Él me dijo que lo pasara bien y se acomodó pensando en lo bien que iba a estar toda la noche solo con su sofá y sus series.

Decidí ir a un sitio de copas nuevo. Me apetecía probar otra cosa. Y ¿por qué no decirlo? Ver a otras personas. En el garito de la semana pasada encontraría a los mismos y eso era aburrido. Tan aburrido como mi matrimonio. Ver a Abigail de nuevo me pareció una idea bastante buena. Ya la conocía, sabía cómo seducirla y lo que me hizo en el baño todavía rondaba mi cabeza. Si cerraba los ojos podía ponerme cachonda recordando todos y cada uno de sus movimientos en mi entrepierna. No tenía ni idea de dónde había aprendido a hacer eso, o porqué era tan buena haciéndolo, pero caló dentro de mí.

El garito aparentaba ser un lugar sucio, con poca ventilación. Las luces daban vueltas, la música estaba muy alta. Demasiado para mi gusto (¿me estaba haciendo mayor?). Los jóvenes bailaban codo con codo y a penas se veía la barra con tanto cuerpo rodeándola. Me preguntaba una y otra vez por qué coño me gustaba meterme en esos sitios, con gente tan diferente a mí, gente con la que me llevaba tanta edad. Era un lugar donde nadie me reconocía, donde podía ser yo misma, podía dejarme llevar, podía bailar sin complejos, beber hasta que me diera la gana. Estaba harta de los sitios donde todo el mundo viste impecable y bebe champán en una copa de oro. Me gustaba ser la Addison que era, pero necesitaba desconectar de ese ambiente de vez en cuando. Allí la variedad era alucinante, encontrabas de todo. Y lo adoraba. Un chico con el pelo lleno de rastas en una esquina, unas chicas muy arregladas, otros con chándal, raperos, góticos. La variedad era inmensa.

—Ven, tienes un hueco aquí —dijo un chico haciéndome un gesto con la mano. Me puse a su lado en la barra y le regalé una sonrisa a modo de «gracias». Me observó unos segundos (si se pensaba que no me estaba dando cuenta, estaba muy equivocado)—. ¿Qué vas a pedir? Te lo pido.

¿Para luego invitarme y tirarme la caña?

Seguro que era para eso. El chico no sería tan amable por naturaleza.

—¿Me dejas elegir a mí? —preguntó con los ojos abiertos como platos. Tenía carita de acabar de salir del instituto. Probablemente se había graduado hacía unas semanas y estaba en aquel lugar para perder la virginidad de una vez por todas.

—Un mojito. —Dije tajante.

Él asintió con la cabeza y llamó a la camarera, pidió mi mojito y se acomodó en la barra dispuesto a darme conversación. Adoptó una postura un tanto extraña y graciosa. Supuse que lo había visto en alguna serie de Netflix donde los adolescentes, interpretados por tíos de treinta años, se besan a los tres segundos de conocerse.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora