Capítulo treinta y nueve

1.6K 129 14
                                    

La había cagado de todas las maneras posibles. Si lo que quería era joder de verdad esa conexión que tenía con Addison, lo había conseguido. La jefa se pasó tres días sin hablarme después de nuestro encuentro en mi despacho. No le sentó demasiado bien eso de que la mandara a arreglar su vida o que le dijera, de forma asquerosa, que se lo pasara bien con Álvaro en el viaje. Algo me decía que no estaba del todo de acuerdo en que se fuera él y no otra persona pero ya estaba decidido. Se comería a ese señor con patata. Esos tres días se los pasó sin mirarme a la cara siquiera. Pasaba delante de mi despacho y no volteaba la cabeza, nos cruzábamos en el pasillo y fingía estar muy ocupada mirando el móvil. Cero palabras, cero conexión y lo único que pensaba mi cabeza es que yo era una completa imbécil.

—No te preocupes —dijo Vanesa sentándose en la silla frente a mi escritorio—. Solo te está haciendo ver que está enfadada y que la que manda es ella, que hablaréis cuando ella quiera que habléis.

—Me da igual —me encogí de hombros e hice una mueca con la cara—. Que haga lo que quiera. Si quiere que me hable y si no quiere, pues que no me hable. Se lo dije. Nuestra historia queda cerrada a no ser que ella decida cambiar su vida. Y bueno, por lo que me decís, eso no va a pasar así que...

—Fue bonito mientras duró —dijo Vanesa, y esas palabras me dolieron más de lo que imaginé.

Ya está.

Era cierto que habíamos cerrado la puerta. La historia había estado bien, había sido divertida pero todo tiene un final. Habíamos sido dos completas desconocidas que se habían conocido una noche con ganas de diversión, se lo habían pasado genial en el baño de un garito y la historia se había prolongado unas semanas más pero lo bueno se acaba.

—Lo bueno se acaba —dije saliendo de mis pensamientos.

—Yo te acompaño en tu próxima salida de fiesta —aseguró Vanesa—. Te ayudaré a encontrar a otra Addison Lane, una que te corresponda de verdad.

Sonreí de lado.

La idea era buena pero me aterraba decirle adiós de verdad a Addison.

—¿Cuándo quieres? —insistió Vanesa. La idea le hacía más ilusión a ella que a mí—. ¿Este fin de semana?

—Se puede estudiar.

—Conozco un sitio bastante interesante. Podemos ir. Y tus amigas también.

—Ellas se apuntan sin necesidad de invitarlas.

—Es un sitio muy gay —esbozó media sonrisa—. Seguro que encuentras a tu nueva Addison.

—Y tú también. —Le dije.

—Bueno... —me regaló la sonrisa más tímida que le había visto hasta ese momento—, lo veremos.

Tras mi conversación con Vanesa en el despacho tuve claro que sí, que tenía que cambiar el rumbo de mi vida y de aires. Que conocer a otras chicas me haría todo un mundo y que una buena fiesta y reírme con mis amigas era justo lo que necesitaba. Fijamos la hora y el lugar, hasta hablamos de la ropa que nos íbamos a poner y lo que íbamos a cenar antes de entrar. El plan parecía perfecto y mi corazón dio un vuelco, muriéndose de ganas de que llegase el fin de semana.

Estaba a punto de abrir mi coche para ir a casa después de una jornada laboral agotadora cuando me fijé en el coche de al lado. Era el jeep de Doña Addison y ella... estaba dentro. Y me estaba mirando. Abrí la puerta del coche con la mano temblorosa, entré y la volví a mirar. Seguía mirándome. ¿Por qué no me quitaba el ojo de encima? Si seguía empeñada en no hablarme tampoco quería que me mirase. Arranqué, me puse el cinturón y volví a mirarla, disimuladamente. Sus ojos seguían clavados en todas y cada una de mis acciones.

«No me mires», le dije solo con la boca.

Ella esbozó una sonrisa y arqueó las cejas de esa manera tan sexy.

«¿Qué haces?», le dije gesticulando con los labios.

Se encogió de hombros.

No, no, no. De ninguna manera iba a volver a caer en su juego de seducción. Si seguía mirándola un segundo más, estaría completamente perdida, no podría parar y no tenía duda de que bajaría del coche y me metería en el suyo así que di marcha atrás y me fui de allí, huyendo.

Esa tarde en el Ambrosía, les conté a mis amigas el plan de Vanesa. Ambas aceptaron sin pensarlo, cosa de esperar, y Rose se alegró demasiado al escuchar que iba a ir a un bar gay con Vanesa. Les conté también que Addison seguía sin hablarme después de tres días, se rieron de mí y cuando acabaron de hacerlo me pidieron disculpas. Por su boca salieron frases como: «hay más peces en el río», «que le den a Addison Lane», «no va a jugarse el cuello». Quise creerlas. Estuve un rato autoconvenciéndome de ello. Mis amigas hablaban y yo indagaba en mis pensamientos. ¿Era lo mejor que podía hacer? Sí. El fin de semana lo iba a dar todo. Iba a quemar toda mi energía, mi rabia, mis frustraciones. Lo tenía muy claro hasta que la vi entrar por la puerta..., Addison llegó al Ambrosía con el pelo engominado hacia atrás, sus ojos azulados más brillantes que nunca y su chaqueta de cuero, esa que tanto me gusta, esa con la que la conocí. Lo que no me gustó es que..., no venía sola.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora