Capítulo veintisiete

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Cuando Addison volvió el corazón me iba a mil por hora. No sabía qué hacer con mis manos y volví a echarme vino porque beber era lo único que se me ocurría. Se sentó en su sitio y me miró con una sonrisa. Me encantaba que el alcohol hubiera hecho olvidarse por un momento de esa figura de estirada que trataba de llevar siempre con ella.

—No dirá que no la he invitado a cenar bien —murmuró.

—Vaya... creo que no he probado una comida tan rica en mi vida.

—Luciano lleva muchos años cocinando para nosotros —explicó—. Para Daniel y para mí. En eventos importantes.

Era de lo más raro que una simple cena conmigo lo hubiera catalogado de evento importante. ¿Tan bien estaba haciendo mi trabajo? A ver si ahora me tenían que poner una alfombra de oro para acceder a mi despacho.

—¿Dónde está Daniel ahora? —pregunté casi sin pensar.

—También en una cena de negocios.

Vaya... ¡qué casualidad más grande!

—¿Podemos dejar de hablarnos ya de usted o tenemos que seguir con la tontería?

Addison me miró unos segundos, frunció los labios y se acercó a mí con la silla. La tensión se podía cortar. Estábamos como en aquel garito pero ¡solas! Nada ni nadie nos podía interrumpir. No había gente por en medio, ni oscuridad, ni camareras queriendo llevarse los botellines vacíos. Y lo más importante, no estaban Rose y Elena mirándonos a lo lejos mientras comentaban la jugada. Solo existíamos ella y yo. Y eso... me ponía muy nerviosa.

—¿Por qué le gusta tan poco hablarme de usted?

No respondí.

—¿Le hace perder autoridad? —dijo.

—Porque cuando estamos fuera de las paredes de la oficina, lo último que me apetece es hablarle de usted. Está muy bien, no se lo voy a negar. Tiene su... morbo. Pero todo tiene un límite.

La jefa se acomodó en la silla de una manera elegante, se sirvió un poco más de vino y bebió un trago sin apartarme ojo. Estaba pensando cual iba a ser la siguiente pregunta. Y lo que escuché no me gustó demasiado.

—Así que... no tiene nada con Vanesa, ¿no?

Sonreí dejando escapar el aire de mi cuerpo.

—¿En serio se lo tengo que volver a repetir? —humedecí mis labios y me acerqué más a ella—. ¿No le ha quedado claro? ¿Qué le pasa, doña Addison? ¿No le gusta compartirme?

La jefa me observó sin moverse un centímetro con la copa de vino en la mano, los labios hinchados y los ojos llenos de excitación. Le hubiera quitado el peto vaquero de un tirón, haciendo saltar los botones y tirantes por el aire.

—Que bonita casualidad fue encontrarla aquella noche —le dije—. Pensé que después de aquello nunca más volvería a verla. Y me daba mucha pena, la verdad. Que tuviera que conformarme una sola vez con una mujer como usted.

Addison suspiró. Sus mejillas estaban coloradas por el vino. Agarró el mando de un aparato de música y pulsó un botón. «Love is a bitch» de Two Feet comenzó a sonar. Eso solo aumentó mis ganas de ella.

—Me encantó hacerlo con usted pero me supo a poco —expliqué—. Quería más. Quería... invertir los roles.

—Señorita Abigail, sabe usted mucho de la vida.

Fruncí los labios sin entender qué me quería decir exactamente con aquello. No se explicó. Bebió de nuevo de su copa, bajó la pierna que tenía sobre la rodilla y se inclinó apoyando los codos en sus piernas. El mechón de pelo que tanto me gustaba cayó sobre su cara, ella lo sopló y voló divertido durante unos segundos.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora