Abby estaba sentada en la misma mesa en la que había estado yo un rato antes. Hablaba con dos amigas a las que no conseguí verles la cara, estaban de espaldas. A decir verdad, el rostro de Abby era de preocupación. Una inevitable sonrisa apareció en mi boca. Mi cuerpo se relajó, como si verla fuera todo lo que quisiera hacer esa noche. Era adorable. Miraba a todas partes como si se le hubiera perdido algo. Bebí mi copa observándola en la distancia, entre la gente que bailaba acompasada. La deseaba. Mentiría si lo negase. Las ganas de encerrarnos en el baño eran inmensas. Había algo en Abby que me gustaba mucho. Recordé la primera vez que entró en el despacho guiada por Vanesa. Hubo un momento de silencio, miradas que hablaban, que decían: «¡hostia, no puede ser!», pero sí podía ser. Y me encantó que fuera ella la que entrase por la puerta. «¡Lo vamos a pasar muuuuy bien!», fue lo primero que pensé. «Al fin algo de emoción en mi vida». Jugar a ignorar lo que pasó me encantó. Ver como cada día perdía un poco más los papeles hasta llegar a preguntarme cosas absurdas. La inocencia seguía ahí escondida en algún lugar de su corazón de veinteañera.
De una manera muy cómica las amigas de Abby se levantaron a la misma vez y se fueron cada una por un lado. Ella se quedó allí sentada unos segundos hasta que finalmente se levantó. ¿A dónde iban tan rápido? Parecía que buscaban algo con desesperación. Fuera lo que fuera, yo esperaba que no estuvieran poniendo rumbo a casa. La seguí con la mirada hasta que se perdió entre la gente. Tenía que buscar la forma de aparecer, de tener un encuentro. Ella fue la persona que hizo que quisiera quedarme en el garito. Estaba a punto de irme a casa a hacer cosas aburridas de matrimonio quemado con mi marido.
Saqué el móvil del bolsillo.
Hablando del rey de Roma..., tenía un mensaje suyo.
«Hola cariño, ¿cuándo vuelves? No bebas mucho».
Rodé los ojos y guardé el móvil sin responder.
Hice un barrido visual por todo el local buscando a Abigail, a la chica que iba a hacer que me lo pasara bien esta noche, olvidarme de todo y perder nuevamente la cabeza. Me moví de un lado a otro y no logré encontrarla. Centré la mirada en las mesas otra vez.
Nada.
Se había esfumado.
Mi rostro se transformó en uno triste y apagado. «Seguro que se ha ido», pensé dándole el último trago a mi mojito. «Soy gilipollas, me tenía que haber acercado antes». Asumí que la había perdido y que lo de poder recrear nuestra primera noche no iba a ser posible. Dejé al vaso vacío sobre la barra y entonces... la vi. A lo lejos, apoyada en la barra con una cerveza entre las manos. «¡Ahí estás!», no pude alegrarme más al ver que seguía en el local. La sonrisa de oreja a oreja y de nuevo esa sensación de paz y tranquilidad dentro de mi pecho. No lo dudé un instante. Me acerqué a ella antes de que se volviera a perder entre la gente. La cerveza casi se le sale por la nariz al notar mi presencia, darse la vuelta y ver que era yo. Me miró boquiabierta unos segundos (adoro el efecto que le causo). Quedó congelada, sin poder reaccionar, sin palabras. Era normal su reacción. Yo también me hubiera puesto nerviosa si ella hubiera aparecido por sorpresa. Me coloqué el mechón de pelo tras la oreja, agarré su cerveza, le di un trago y la volví a dejar en la barra.
—A, Addison —tartamudeó.
—Veo que tenemos un imán —susurré sin desviar la mirada de su rostro asustado y frágil—. Cambio de sitio y... aquí estás.
¿Cómo explicarle que para mí que nos hubiéramos encontrado de nuevo era al especial? La conexión era real. La vida quería decirnos algo.
—¿Quieres un chupito? —No esperé respuesta. Me giré en la barra en busca de la camarera que minutos antes me había tirado la caña para hacerle un gesto—. Era tequila lo que tomabas, ¿verdad?
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Addison Lane
RomanceAbby es una joven de veinticinco años que ha conseguido un buen puesto en una gran empresa de publicidad. Addison es su jefa pero... ¿ya se habían visto en alguna parte?