Capítulo nueve.

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¡Por fin llegó nuestro momento! Viernes por la noche. Rose, Elena y yo estábamos en un nuevo garito. Pensábamos quemarlo, darlo todo. Iba a ser la noche más alocada de nuestra vida. Así nos lo habíamos prometido antes de entrar. Habíamos tenido una semana dura, la fiesta iba a ser intensa. Muy intensa. Nos costó tres minutos hacernos un sitio en la barra, atestada de gente. El garito era aún más cutre y descuidado que en el que tuvo mi encuentro con Addison por primera vez y eso me hacía sentir segura. Por allí seguro que no iba a aparecer.

—¡¡Ronda de chupitos!! —gritó Rose—. El primero nos lo tomamos por el súper artículo que ha hecho esta hija de perra.

Sonreí de lado y Elena me dio un abrazo.

—¡¡Pon tres chupitos de tequila, por favor!! —pidió Rose a la camarera.

Menos mal, al menos no había pedido absenta. Ya habría lugar a lo largo de la noche de tomar ese líquido del diablo.

—Hoy voy a bailar hasta que me quede sin pies —anunció Elena—. ¡Necesito desfogarme!

—Me parece estupendo —dije—. Yo bailaré contigo todo lo que haga falta.

La camarera dejó tres vasitos delante de nosotras, los llenó en un movimiento y nos puso un plato con limón. Lo chupamos, brindamos y lo bebimos de una. Elena gritó al aire llena de euforia. Rose soltó una carcajada y yo las agarré de la mano y las arrastré hasta la pista. Rose bailaba agitando los brazos y dando saltos. Elena se contoneaba sensualmente como ella sabe hacer. Era una delicia verla bailar. Traté de imitarla pero no lo conseguí. Resulté de todo menos sexy. Nos habíamos vestido a conciencia para la ocasión: íbamos perfectamente maquilladas (cuando no solemos hacerlo). Elena se puso un mono negro, unas sandalias y recogió su pelo en una coleta alta. ¡Estaba preciosa! Rose llevaba falda pantalón a cuadros y una camisa blanca. Por mi parte, había elegido un top transparente que dejaba ver mi sujetador negro, una falda de tubo negra y unas botas militares. Me costó enfundarme en ese outfit. No me suele gustar vestir así pero por algo me lo compré. Para usarlo algún día, ¿no? Era momento de sacar a la Abigail sexy y salvaje que vivía dentro de mí.

Elena apoyó los brazos en mis hombros y bailamos frente con frente.

—¡Estás cañón esta noche! —dijo elevando la voz por encima de la música.

—Gracias. Tú siempre lo estás.

Ella esbozó una sonrisa, me dio una palmada en el culo y se separó para bailar con más energía. La muchedumbre se movía de un lado a otro al ritmo de la música, las luces de colores y el humo que aparecía de la nada de vez en cuando daban el ambiente necesario. La gente coreaba los estribillos de las canciones más conocidas y gritaba cuando empezaba otra que supuestamente era un «temazo». Se fueron dos horas bailando en la pista. Rose se encargó de reponernos la bebida cada vez que veía el vaso vacío. Calor, sudor, mareo. El alcohol empezaba a pasar factura en nuestro cerebro pero nos daba igual, íbamos a seguir bailando hasta que nos dolieran los pies; como decía la canción que sonaba en ese momento. La cantamos a todo pulmón: «bailamooos hasta las diez, hasta que duelaaaan los pieees».

—¡Qué rollazo lleváis! —una chica apareció de la nada. Nos miró a Elena y a mí y esbozó una pícara y alcoholizada sonrisa—. Me encanta vuestra complicidad.

Elena y yo nos miramos.

—Mis amigas son unos muermos —anunció señalando a un grupo de chicas que estaban en una esquina—. Llevan un rato sin moverse y me estoy empezando a dormir. Pero os estoy viendo a lo lejos y esa energía vuestra me ha contagiado. ¿Qué tal? Me llamo Delia.

Le tendí la mano y Elena hizo lo mismo.

—Soy Abby.

—Yo Elena.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora