Capítulo veintitrés

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Como no podía ser de otra manera, la señorita Abigail permaneció en su silla hasta que la gente en la sala de reuniones comenzó a desaparecer. No esperaba menos. Me encantaba que se acercase a mí después de una reunión. Nunca sabía lo que iba a pasar ni por donde me iba a salir. Era todo un misterio, magia, erotismo.

¿Sigue en pie la cena del viernes, entonces? —preguntó en un murmullo.

Vaya, por ahí si que no esperaba que fuera la conversación. Pensaba que se remontaría a un: «lo siento, te mentí. Sí que estoy con Vanesa. Hemos tenido varias noches de pasión. Perdona por mentirte y blablabla». ¿Descubrí su mentira y lo primero que me preguntaba era si seguía en pie nuestra cena?

Es una cena de trabajo, ¿no? —preguntó—. No tiene por qué cancelarse... usted ha dicho que lo que hagamos fuera no importa.

Tocando justo donde tenía que tocar.

¡Qué chica más lista!

A las nueve. —Sentenció.

Alcé la vista cuando la última persona de la sala cruzó la puerta y la miré.

No es apropiado que me hable de esa cena cuando hay más gente —solté.

Los demás empleados podían pensar mal. Podían sentirse desplazados e ignorados y ver a Abigail como «la favorita» y no estaba dispuesta a empezar una guerra estúpida.

¿No? ¿No pueden saber que vamos a hablar de cosas de trabajo? —preguntó con picardía—. Porque eso es lo que vamos a hacer, ¿no?

«¡Maldita y sensual Abby!».

Por supuesto, señorita Abigail.

Vale... no diré nada a nadie de nuestra reunión de negocios —murmuró—. Tengo una curiosidad... ¿estará su marido presente?

La miré molesta con la pregunta.

¿Por qué la hacía?

¿Le importa eso mucho?

Doña Addison, ¿cómo le voy a hacer ver que no tengo ni he tenido nada con Vanesa? —acortó distancias conmigo apoyando su trasero en la mesa e inclinándose para verme más de cerca—. No sé cómo explicárselo.

No soy estúpida.

¿Y por qué está usted celosa? —arqueó una ceja—. No debería de estarlo. Usted y yo... no somos nada.

Fruncí los labios con rabia y dejé escapar un suspiro. Sus palabras sonaron como una bomba en mi cabeza.

Déjeme mostrarle que entre Vanesa y yo no hay nada —murmuró—. No sé cómo voy a hacerlo, pero lo haré.

¿Tanto le interesa convencerme, señorita Abigail?

Sí.

Nuestras miradas se encontraron.

¿Me estaba retando?

Se inclinó un poco más.

Sus ganas de besarme se podían ver a kilómetros.

Se arrodilló a mi lado colocando estratégicamente la mano en mi rodilla. La miré unos segundos procurando no entrar en pánico y tragué saliva. ¿Cómo se atrevía a hacer eso en la oficina? ¡Estábamos en la sala de reuniones, podía entrar cualquiera! ¡Estábamos locas y se nos estaba yendo de las manos! Pero nuestra tensión sexual era tan elevada que poco me importaba en ese momento lo que pudiera pasar. Solo quería que su traviesa mano siguiera su trabajo.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora