Capítulo cuatro.

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Mi hora de salir del trabajo eran las cuatro de la tarde. A las cinco seguía en mi despacho. Ese día le tenía un asco terrible. Parecía que las paredes encogían según pasaban los minutos. La lista que Addison me dio parecía no tener fin. Se me estaba haciendo insufrible pero ya casi lo tenía. Un retoque por aquí, un texto por allá y podría cerrar el ordenador para echar a correr a casa y enfundarme en mi pijama.

«¿Salimos a tomar algo, chicas?», preguntó Rose por el grupo de WhatsApp.

O quizá no iba a enfundarme en el pijama.

«Sí, por favor», contesté apresurada, «llevo todo el puto día en la oficina. Se me está haciendo larguísimo».

Las luces de los despachos contiguos se habían apagado. Quedaba una al fondo y la mía. El silencio era absoluto. De vez en cuando escuchaba toser al compañero del fondo pero nada más. ¿Me habían gastado una broma de novata? No me extrañaría. No sería la primera vez que caigo en una broma de ese tipo. Seguro que a Addison le había parecido súper gracioso mandarme a hacer trabajo extra para dejarme sola en las oficinas, con la luz del pasillo que parpadeaba cada dos por tres dándole un ambiente macabro. ¿Se gastarían bromas a los nuevos en una empresa como esa?

Tecleé en el ordenador a toda prisa. Taché varias cosas de la lista y sonreí al ver que, por fin, había terminado. O eso creí. Se me ocurrió voltear el folio y allí había anotadas al menos dos cosas más.

«Me cago en mi puta vida», pensé borrando la sonrisa por completo.

Busqué los documentos en el ordenador. Me llevó cosa de cinco minutos dar con ellos (maldita la compañera anterior, lo tenía todo fatal organizado). Me concentré en redactar el artículo lo mejor posible, aunque a esas horas después de todo el día mi cabeza ya no rendía bien. Cuando estaba buscando la mejor foto para insertar, una silueta captó mi atención.

Alcé la mirada.

—Hola —Addison apareció apoyada en el marco de la puerta—. ¿Aún estás aquí?

¿Me estaba vacilando? Me había dado trabajo para siete semanas y tenía que acabarlo en horas, ¿de verdad me lo preguntaba? La miré con el rostro serio. Echar horas extra no entraba en mis planes. Mis planes eran salir pitando del curro e irme al Ambrosía a tomarme una cerveza (o un néctar) con mis amigas. En ese momento la odié más que nunca. Me daba igual su perfecto pelo, sus labios gruesos, sus ojos azules. Por mí toda ella, con sus tacones y sus conjuntos de lujo se podían ir a la mierda.

—Era imposible terminar todo lo que me has dado en el tiempo establecido. —Me quejé siquiera sin mirarla, sin levantar los dedos del teclado.

Ella entró golpeando con fuerza los tacones en el suelo. Marcando territorio. Tratando de lograr mi atención, quizá.

—¿Qué le queda?

—¿Es que la anterior chica no hacía nada? —Fue un pensamiento en voz alta.

—Por eso está donde tiene que estar. ¿Qué le queda?

—Dos cosas —Le indiqué lo que faltaba señalando en el folio.

—Le doy permiso para que se vaya —anunció.

La miré extrañada.

¿Era una trampa?

Oh sí. Me estaba poniendo a prueba. Quería saber si me levantaba corriendo, agarraba mis cosas y me iba sin mirar atrás. Me estaba valorando. ¡Eso era! El hacer todo ese trabajo en un tiempo muy corto era una jodida prueba.

—No. Ya que estoy voy a terminar —dije, pensando que esa era la respuesta adecuada. Por mí, me hubiera ido sin preguntar nada más.

—¿Está segura? —se cruzó de brazos y arqueó su ceja perfectamente depilada.

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora