Capítulo quince

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—¡Es que se te cae la baba! —gritó Rose dejando la cerveza en la mesa.

—Te gusta mucho. —Sentenció Elena asintiendo con la cabeza.

—A ver..., no habéis escuchado nada de lo que he dicho —dije.

—Sí que lo hemos escuchado —intervino Rose—. Y esa es nuestra sentencia. Te mueres por su culito.

—Y por su boquita.

Suspiré y bebí de mi cerveza. No me iban a dejar hablar. No iban a dar por válido otra cosa que no fuera lo que ellas pensaban. ¡No me gustaba tanto! Vale que quizá me había quedado un poco pillada de ella, de su energía, de su atractivo y de su gran capacidad para encenderme. De sus ojos y su boca pero... ¡no me gustaba tanto! Addison era..., un rollo de una noche. No la mujer con la que quería despertar cada día de mi vida.

—¿Hoy también te ha ignorado? —preguntó Rose arqueando las cejas—. ¿Habéis jugado a que solo os conocéis de la oficina?

Le encantaba pensar en ese juego de jefa dura y empleada cachonda por alguna extraña razón.

—No, Rose. Hoy no nos hemos visto.

—¡Vaya mierda!

Elena sonrió y se incorporó en la mesa.

—Yo creo que debes de ir más allá —musitó con los ojos abiertos como platos—. Quiero decir..., que lleves ese tonteo que tenéis cuando os veis en el garito, al trabajo.

—¿Estás loca?

—¡Le fliparía! —gritó Rose dando un golpe en la mesa—. Estoy segura de que Addison... perdón, Doña Addison estaría encantada.

Negué rotundamente.

No.

No.

Y mil veces no.

La oficina era un lugar demasiado arriesgado como para tontear con ella. Teníamos las dos mucho que perder. Yo más que ella. Mil ojos estaban pendientes de todos y cada uno de nuestros pasos (los del Álvaro el primero). Y ese ser tardaría cero segundos en chivarse. Mis amigas estaban alucinando si eso de verdad les parecía buena idea.

—Eres una sosa —protestó Rose llevándose la cerveza a la boca.

—Es demasiado arriesgado —dije—. Coquetear con Addison en el trabajo... sí claro, y follamos en la sala de reuniones con las cortinas abiertas y que todo el mundo nos pueda ver por la cristalera como si estuviéramos en un zoo.

—Pues a mi llamadme —bromeó Rose.

Elena se echó a reír y yo las miré como si fueran las personas más idiotas del mundo.

—Está claro que nos has llamado para contarnos tus sentimientos por Addison —dijo Elena—. Aceptalo. Te gusta mucho, Abby. Y es comprensible.

—Está buena —sentenció Rose.

—Está buenísima —apoyó Elena.

—Y en persona es mucho más guapa que en fotos.

—Y eso que en fotos no puede ser más impresionante.

—Vale, que sí —hice un gesto para que dejasen de hablar sobre lo atractiva que era la jefa—. Que ya sabemos todos que nadie diría lo contrario.

—Habéis empezado un juego muy interesante —dijo Rose—. Podéis llevarlo hasta donde queráis. Seguro que a ella le encanta, le va la marcha. Se le ve.

—Totalmente —asintió Elena—. Solo hay que ver las fiestas que se pega ella sola los fines de semana.

—¿Te ha contado ya por qué le pone los cuernos a su marido de esa manera?

Addison LaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora