III

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Diablos

Un salto en el último segundo es lo único que impide que quede atrapada entre las redes.

En cuánto vuelvo a tocar tierra, frunzo el ceño.

— ¡Hey! ¡Eso ha sido trampa!

Helia ni siquiera se inmuta ante mi reclamo.

De hecho, reacciona con rapidez en cuanto me lanzo hacia él. Apenas he visto como ha bloqueado mi espada con la suya propia, del mismo color que las redes especiales que utilizan sus guantes.

— En una batalla uno debe utilizar todos sus recursos disponibles. — responde totalmente calmado mientras aún hacemos una lucha de equilibrios entre mi espada y la suya.

Para ser un chico pacifista, mi primo está dándome una auténtica paliza.

Y eso que la mayor parte del verano ha sido un blando, ha tardado en acostumbrarse.

Solo percibo un milisegundo donde sus ojos se apartan de los míos y, de repente, mi espalda ha chocado contra el suelo.

El muy maldito me ha hecho tropezar.

Otra vez.

Suelto una maldición que hace que el abuelo me reclame en la distancia.

Empiezo a arrepentirme de este entrenamiento.

Suelto un resoplido y choco mi nuca contra el suelo. Sé que Helia tiene más experiencia que yo, pero es frustrante. Es un baile donde haces un paso en acierto y cinco en falso.

— Venga, no te enfades. — pide suavemente el pelinegro mientras me bloquea la luz del sol.

— No me enfado. — digo, claramente enfadada.

Helia tan solo suspira y desenvaina su espada.

Si, sabe usarla, aunque prefiere mil veces sus cuerdas.

No, yo tampoco lo entiendo.

— Estás mejorando, de verdad.

Pienso contradecir, pero el abuelo ha llegado hasta nosotros y se adelanta.

— Tu primo tiene razón. Tan solo debes seguir practicando... ¡no le frunzas el ceño así a tu abuelo! — acaba exclamando, aunque no muy en serio.

Por ello, frunzo los labios infantilmente, también en broma.

Helia sonríe, negando entre la complicidad de ambos, y me tiende la mano para que me levante de una vez. Acepto, pero antes suspiro dramáticamente, y mi primo me levanta de un salto como si fuera una simple pluma.

— Algún día te derribaré y lo disfrutaré. — suelto mientras lo señalo, tratando de sonar ligeramente amenazadora.

Aunque no funciona. Helia me contempla como si fuera un adorable conejo.

— Seguro, estaré esperando con ansias ese día. — comenta, con un leve brillo de burla en sus ojos mientras se cruza de brazos, totalmente tranquilo.

Oh, ¿conque esas tenemos?

Esta vez, es Saladino quién niega ante nosotros dos.

— Sin duda sois hijos de vuestros padres.

Ambos dejamos nuestro vano intento de guerra de miradas para enarcar una ceja a la vez hacia el abuelo.

— ¿Quieres decir como insulto o como cumplido?

— Un poco de ambos, nieta mía.

Muy bien, parece que hoy todos estamos un poco bromistas.

Tampoco puedo idear algún comentario gracioso, alguien está llamándome por teléfono.

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