XIV

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Una visita autorizada

El sonido de mis pasos por el pasillo tan solo provoca que esté más nerviosa.

El exterior de Roca de Luz es precioso, un hermoso castillo en la cima de una montaña iluminado por el brillo del sol y rodeada de nubes — que, al parecer, en realidad son un muro dimensional —. Tiene unos todavía más hermosos jardines llenos de personas vestidas con túnicas de un finísimo lino que meditan, cuidan de las plantas, leen en el mullido césped y conversan pacíficamente.

Cuesta creer que todas esas personas que parecen tan amables antes fueran criminales.

Pero aquí, en el monasterio, creen en los poderes de la paz y la meditación, en la rehabilitación.

Sin embargo, no todo el recinto es así. En el ala de interior que ahora cruzamos, las paredes son de colores más opacos, sobretodo violetas y azules apagados rodeados de oscuridad. Los niveles de más seguridad, con los residentes más inestables.

Veo a templarios en todos los pasillos. Llevan ropas similares a los uniformes de los especialistas, sobretodo en cuánto las capas, pero con trajes de manga más corta.

Al menos, ese es el caso de los que parecen de más edad, que parece que hace años que no se cortan el cabello, mientras los más jóvenes lo tienen corto, casi en forma de casco, y ropas mucho más sencillas. De estos últimos, apenas he visto en esta ala.

Vuelvo a prestar atención a nuestro… digamos, guía, el subdirector de Fuente Roja, Codatorta. El abuelo no ha podido venir — o, más bien, no ha querido — y, aunque mi padre y mi tía estaban más dispuestos a acompañarnos, parece ser que desde la fuga de las Trix, el recinto se ha vuelto mucho más quisquilloso respecto a las visitas.

Lo que explica la que creo que es una excesiva presencia de templarios por aquí.

De todas formas, no me ha afectado mucho la falta de presencia de los adultos, tenía bastante claro quién quería que viniera conmigo a este lugar des del principio.

— Gracias por acompañarme. Sé que esto no es fácil. — susurro por lo bajo a mi primo.

No es que haya algún cártel por aquí que pida silencio pero, aún así, toda la atmósfera y el escrutinio de los guardias hace que me sienta algo diminuta.

Helia me da una sonrisa amable.

— No las des. La verdad es… que creo que también necesitaba esto. Verla. A ella.

A Zatura.

A nuestra abuela.

— La primera vez que oí a mi madre hablar de ella era muy pequeño, se suponía que estaba dormido, pero… — se encoge de hombros — Bueno, ya sabes como son los niños. La curiosidad puede ser tanto su mayor cualidad como su mayor defecto. Pasé los siguientes años dejando volar mi imaginación sobre cómo sería, y la mayoría de las veces estaba en lo peor. — vuelve a mirarme con esa sonrisa tranquila, aunque vacila, creo que solo está intentando darme ánimos — La realidad no puede ser peor que  la ficción, ¿verdad?

Sonrío. Tal vez tenga razón. Zatura hizo cosas imperdonables, pero eso no significa que tenga que asustarnos, ¿verdad?

— Alto. — resuena la voz contundente de uno de los templarios. Él y su compañero entrecruzan sus lanzas láser, bloqueando nuestro camino.

— Esta es una visita autorizada. — responde Codatorta con un tono incluso más intimidante.

Incluso cuando los guardias parecen bien entrenados, lo cierto es que el profesor no se queda atrás. Es prácticamente un armario con patas cargado de muy mal humor.

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