II

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Volar a ciegas


Domino está exactamente igual a cómo lo recordaba.

Nieve, nieve y más nieve.

Definitivamente quiero unas vacaciones de mis vacaciones.

Después de nuestra breve, e incómoda, visita a Hagen, papá y yo nos permitimos descansar un poco una vez bajamos algo de la colina, gracias a una tienda de campaña mágica portátil que nos habíamos traído.

Esta dimensión tiene sus ventajas.

Aunque, después de comer las provisiones y tumbarnos un poco, no tardamos mucho en irnos de Hoggar, ambos con sentimientos encontrados.

Y papá, con mil dudas en sus ojos, abrió otro portal, esta vez a Domino.

No es hasta que ponemos un pie sobre la nieve y veo su mirada, que caigo en el hecho de que es la primera vez que papá está en Domino desde su caída.

Desde que huimos.

Desde que era un bebé.

Desde que mamá murió.

Y, sobretodo, aunque él ya sabía en qué estado se encuentra el planeta que una vez llamó hogar, nunca lo había visto.

— ¿Sabes? — digo, una vez le doy unos minutos para que procese su alrededor y sus sentimientos — Puedo hacer el resto sola, no hace mucho de la última vez que estuve aquí, de todas formas.

Papá parpadea una, dos veces, y luego se las ingenia para darme una sonrisa que no le llega a los ojos. Acaricia mi cabeza por encima de la capucha de la capa mágica que recogí antes de irnos y me protege mágicamente del frío.

— No digas tonterías, sería un padre terrible si te dejara sola en un sitio como este.

— Tampoco está tan mal.

Bueno, vale, hay nieve y más nieve a kilómetros a la redonda — y de casi todo el planeta en realidad — pero es diferente.

Es nieve hecha con mi magia, la magia de mi madre, la magia de mi familia.

De alguna manera, cuando descubrí todo aquello la primera vez que estuve aquí, cuando descubrí que la nieve es tan solo un hechizo protector de mamá, dejé de sentir miedo. Dejé de ver a este planeta de una manera tan hostil.

Resulta… familiar, casi acogedor.

Me agacho tan solo para tomar algo de nieve y que esta se escurra entre mis dedos, breves chispas de aurora boreal aparecen durante un segundo, casi saludándome.

Papá suelta una queja.

— Es casi imposible determinar dónde estamos. Antes podía saber los lugares de Domino prácticamente con los ojos vendados, pero ahora…

Mira alrededor, supongo que tratando de buscar algo, lo que sea, para identificar el lugar en el que los encontramos, pero no parece encontrar nada.

Sin embargo, yo comienzo a caminar.

— ¿Acaso sabes a donde vas, jovencita?

Me encojo de hombros.

— Realmente no, pero es la única manera que se me ocurre para que nos encuentren.

Papá enarca una ceja. Yo sonrío.

— Ahora me toca a mí ser la guía. — afirmo con retintín — ¿Vienes o no?
Finalmente, parece que se decide y me sigue.

— ¿Estás segura de que sabes lo que haces?

Asiento con tranquilidad, caminando con imperturbable mientras paso una mano por la nieve, haciendo que aparezcan las chispas de luz que aparentemente solo yo puedo ver.

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