Capítulo 8: Bestia encolerizada.

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Dimitri contempló el flácido sol por la ventana. El aire se le convirtió en nada a medida que fumaba un cigarrillo. Tenía la regla de no fumar en la empresa, porque aunque muchos sabían que las apariencias de buen hombre de él, eran solo un velo casi traslucido, él no podía arriesgar a reforzar aquellas conclusiones que la prensa tenía de él.

Observó de manera inquieta la hora, luego observó con desdén a su secretaria: aquella rubia era preciosa, pero no podía encontrar en ella, aquello que había encontrado en Violet, algo que hasta aquel día, seguía siendo incapaz de nombrar o describir, pero sabía que una segunda Violet, no podía haber.

Repasó a la rubia por unos instantes, sin alguna clase de pudor. Ella se percató de las lascivas miradas, pero, aterrada de perder su empleo, y advertida del carácter explosivo de aquel empresario, no podía hacer más que permanecer ejerciendo su trabajo, con la esperanza de que todo aquello solo se redujera a miradas que parecían querer desnudarla.

Dimitri dio un paso hacia adelante, aproximándose a ella, quien pasó saliva de manera casi imperceptible: ni siquiera la belleza que poseía aquel casanovas, era suficiente para que ella no sintiera pavor de pasar con él más de cinco minutos en un sitio cerrado, pero no había demasiado por hacer, puesto que un día, el jefe de la antigua empresa en la que trabajaba, le había dicho que no sería más su secretaria, sino la de Dimitri. Aquello había sido un balde de agua caliente que le había arrancado la voluntad de seguir trabajando como secretaria, pues entre callados susurros, se decía que él era una bestia en más sentidos de los que ella se encontraba dispuesta a comprender.

La mujer jadeó con brusquedad cuando él se encontró a espaldas de ella, sujetando su trasero, carente de alguna vergüenza. A la rubia, le tomó unos instantes reaccionar. Jamás se había enfrentado a algo de naturaleza similar.

El hombre giró su cuerpo con tanta brusquedad que la respiración de la mujer se suspendió por unos instantes. A la cabeza de Dimitri llegó el pensamiento de que quizás tenía que probar antes de emerger con un juicio, no había nada que le dijese que ella no era incluso mejor que Violet; pero Dimitri no era alguien estúpido: sabía que ella no lo era, porque no podía transmitirle aquello que Violet le transmitía.

Dimitri aproximó sus labios a los de la rubia, sofocándola. Fue un contacto efímero que le aburrió, porque muy poco de Violet podía encontrar en aquellos labios rojos pintados de manera perfecta.

—Ponte de rodillas.

A la mujer le tomó unos instantes digerir aquella petición, por un segundo, fue tan inocente que no comprendió la razón de esta, fueron palabras tan sutiles, tan serenas, que hacían un contraste violento de lo que había detrás de estas.

—¿No me escuchaste?

—P-pero, señor Brown...

Él enarcando una ceja, fue lo único que ella necesito para que las palabras murieran en sus labios. Sofocando un sollozo, la mujer fue gradualmente situándose de rodillas.

La melodía de succiones no tardó mucho en empezar, así como no tardó demasiado en terminar.

Dimitri abrochó su pantalón. La furia de rompió el rostro, pateó una mesa hasta casi romperla, empujó a aquella mujer: nada era suficiente. Era incapaz de comprender por qué. Antes de que Violet se hubiese ido, él podía acostarse con una mujer y aquello le parecía satisfactorio, pero luego de que él hubiese roto con ella, nada lo llenaba de plenitud, quizás saber que siempre podría recurrir a su muñeca de porcelana, era lo que le generaba algún placer en realidad.

Él escuchó como ella sollozó, colocándose de pie y limpiándose los labios. No sabía si debía de seguir el curso normal de su trabajo, pero verlo tomar asiento en su escritorio como si nada hubiese sucedido, fue el indicativo de que sí, de que tenía que hacerlo.

La Sumisa De Dimitri Donde viven las historias. Descúbrelo ahora