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El duro material del auto, de repente resultó incómodo para Violet. En ella había un cúmulo de sensaciones que encontraba incapaz de describir. Eran la mezcla de emoción por saber que él había ido a buscarla a ella, preocupación porque él le preguntaría acerca de la razón de su presencia allí, y, mucho más intensa que las dos anteriores, Violet sentía que estaba haciendo algo incorrecto, pero no estaba por completo segura de qué. Al final, él era el hombre al que ella amaba. Aquel mismo que le había manchado la cara de rojo, aquel mismo que la humillaba, aquel mismo que no le permitiría salir de su prisión de amor. Él, Dimitri, nadie más.

Incluso si Violet intentase amar a alguien más, aquello sería imposible, pues Dimitri jamás lo permitiría.

Fue sujetada por el cabello, sus labios se encontraron con el infierno de Dimitri. Ella ardió en él, una vez más. Se había quemado las suficientes veces como para convertirse en puras cenizas que se movían al vaivén de la voluntad del empresario más frio de aquella ciudad.

—Violet... mi muñeca. —Él respiró en su nuca, se olvidó de su propia regla de limitarle los besos: él la necesitaba—. Mi muñeca, mía, mía... —La atrajo a él. La muchacha no había pronunciado nada, sentía vergüenza de sí misma, su cabeza dolía, necesitaba descanso, pero un desesperado Dimitri jamás se lo daría, no cuando se había abstenido de ella por más tiempo del que se creía capaz—. ¿Por qué? Dime, ¿por qué estabas allí con él?

Aquella infernal pregunta. Ella sabía que en cierto punto, él la haría, pero aún conservaba la débil esperanza de que Dimitri se fundiera lo suficiente en su cuerpo como para olvidar aquella duda. Violet se veía incapaz de decirle que se había acostado con Ian.

—Yo... Dimitri... —Las caricias no cesaron en la piel de la muchacha—. Nada... nada ocurrió... —Ella chilló cuando él apretó con fuerza su mano, casi rompiéndosela—. ¡Me lastimas!

—¡Dime la maldita verdad!

—¡Por favor, me haces daño!

La voz de Violet se quebró. Él terminó soltándola y ella se arrojó a sí misma en el asiento del copiloto, amasándose su enrojecida mano mientras le miraba por el rabillo del ojo de manera trémula. No hubo mucho descanso, él la apretó por la mandíbula. Ella estaba acostumbrada a sus cambios de humor, pero estos jamás habían incluido violencia de ninguna forma.

—No me hagas daño... por favor... —Dimitri apretó su mandíbula con más vigor—. Por f-favor... no m-me lastimes...

—¿No eres tú quien me implora que la lastime? ¿Ahora has cambiado? ¿Así te portas cuando estás lejos de mí? —El hombre la atrajo a él nuevamente, no soportaba la distancia—. ¡Dime qué hacías con aquel imbécil, Violet!

—Nada... mi amor, nada... d-de verdad... nosotros...

—Ustedes follaron —la interrumpió Dimitri. El estallido de amargura que se presentó en su voz, fue uno poco familiar para Violet—. No me mientas, porque todo será peor para ti —le advirtió—. Te lo repetiré una vez más, mi muñeca, ¿te acostaste con Ian?

Los ojos de la muchacha se convirtieron en agua.

—P-puedo explicarlo... —Un mar de cólera se abalanzó en aquellas pupilas masculinas—. Estaba ebria... y-yo... te lo j-juro p-por mi vida q-que no sabía lo q-que estaba sucediendo... p-perdóname, p-pero... tú me habías dejado y...

—¡Siempre serás mía, aunque yo te deje! —El hombre la zarandeó—. ¡Te dejé y te embriagaste hasta quedar en la cama de un imbécil como Ian! ¡Le diste tu cuerpo a otro maldito hombre, Violet! ¡Me das asco! ¡Diablos!

—No... no me d-digas eso, por favor... te dije que estaba ebria y no s-sabía...

Dimitri soltó a Violet y colisionó sus puños contra el volante hasta que el vigor se le apagó.

El pálido rostro del hombre se encontró teñido al final de manchas rojas causadas por su propio cólera. No estaba demasiado acostumbrado a golpear a las mujeres, pero en su mente se balanceaba la posibilidad de masacrar a Violet con sus propias manos.

Le dedicó una agitada mirada, ella se encontraba encogida en el asiento, esperando algo, lo que sea que él tuviera para darle: un golpe, un reproche, un grito.

—Dime como ocurrió —habló el hombre, tras cinco minutos en silencio—. ¡Dime como ocurrió todo!

Ella buscó su voz por unos instantes hasta dar con ella.

—F-fui al club al q-que me dijiste y... b-bebí de más... no r-recuerdo mucho, él se encontraba allí y... me llevó a s-su casa...

—¿Me estás diciendo que el imbécil planeaba desde el primer instante follarte?

—No lo s-sé... él...

—¡Por supuesto que sí! ¡Desde aquel día ha querido follar contigo! ¡Y tú se lo permitiste! —Dimitri colisionó sus puños una vez más contra el volante—. Pero estabas ebria y el maldito imbécil no, así que eso es violación. Mandaré a ese maldito a la cárcel, haré que se pudra, ¡haré que lo maten!

—Él no abusó de mí...

—¿Ahora defiendes a quien te violó?

—Yo s-se lo pedí...

Dimitri sintió una presión en su pecho. Apretó sus puños. Violet chilló de pavor cuando un grueso grito emergió de los furiosos labios del hombre. Pensó que él la agrediría, pero lo único que el empresario hizo, fue mantener su mirada de fuego, fija en un punto indeterminado, después, la situó en ella, calcinándola. Violet no pudo obviar la sensación de que Dimitri planeaba algo.

—Estaba ebria... —añadió la muchacha, ante el silencio del empresario—. Nunca le p-pediría eso despierta... s-soy tuya... lo sabes...

Dimitri acortó de repente la distancia entre ambos.

—Eres tan mía que le pediste a otro hombre que te follara. —Él la levantó y la sentó sobre su regazo, sujetando su cuello con débil fuerza—. Espero no te pese demasiado la consciencia, Violet.

Ella no comprendió sus palabras, él tampoco le permitió hacerlo, pues empezó a comerse sus labios mientras le arrancaba con furia la ropa que sabía que otro hombre había tocado. La mordió con cólera, acostándola sobre el asiento, fundiéndose en sus piernas mientras le susurraba palabras de egoísmo que se convertían en una segunda piel. Besó los labios de Violet hasta que la duda de si aquello era correcto, se borró de ella. Un beso de Dimitri era un cielo que hasta hace poco no se encontraba disponible para ella. Caía ante los pies de aquel cielo, aunque sabía que quizás no debía.

Violet jadeó de manera trémula cuando los dedos de Dimitri bailotearon en el interior de sus piernas. Las palabras de egoísmo no frenaron si quiera un segundo su andar.

—Borraré cada parte de Ian que haya en ti.

Entre jadeos, él le dedicó aquella promesa, pero Dimitri Brown no sabía lo mucho que sus propias acciones lo condenarían.

—Violet, ¿sabes lo que pasaría si intentas irte?

Él la extrajo de la lejanía de sus pensamientos con aquel cuestionamiento, que había dejado de ser uno y se había convertido en una constante amenaza que se encontraba marcada en ella.

—Lo sé —le murmuró, incapaz de repetir las exactas palabras que él siempre le decía: sería capaz de encender en llamas el mar si me dejas—. Nunca te dejaré, Dimitri...

Él la apretó por la mandíbula.

—No es como que puedas hacerlo de todas formas.

La Sumisa De Dimitri Donde viven las historias. Descúbrelo ahora