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No había un lugar lo suficiente aislado como para huir de la violenta ráfaga de sentimientos que crecían en su pecho y hacían contra fuerza, arrojandola al suelo en cada minúsculo intento por ponerse de pie.
Las lágrimas forraban sus ojos, convertidos en una carnosa máscara roja de fustración e ira. Su mirada solo podía revelar tragedia; situada en un punto alejado de la pared, Violet se encontraba como una flácida masa de huesos y mugre, acurrucandose en su propio hombro mientras lloraba de manera tan silenciosa que era incapaz de escucharse a sí misma. No tenía algún sentido escucharse de todas formas, no cuando lo sentía en cada particula de su cuerpo.
Ian había intentado consolarla, pero su corazón no se había recuperado ni siquiera un poco. Dimitri no era la clase de hombre que se casaría con una cualquiera, él no era la clase de hombre que tomaría una decisión así sin pensarlo ni siquiera un poco, y precisamente aquello era lo que la estaba consumiendo: mientras él tomaba su cuerpo, mientras dejaba besos de fuego en su desnuda piel... él pensaba en casarse con otra mujer.
La soledad rugió en el rostro de la demacrada muchacha cuando una abrupta tos se escapó de sus deshidratados labios. Recordó que estaba sola. Estaba sola en casa de Ian, llorando en el suelo del baño. El pensamiento recurrente de que tenía que irse de la casa de Ian porque estaba invadiendo su espacio, la perturbaba aún más que nunca. Ella no tenía el derecho de estar ahí; ella, no tenía el derecho de estar en ningún lado.
Una segunda tos se escapó de sus labios. No recordaba haber bebido algo en casi todo el día, su estómago imploraba por un poco de alimento, pero ella se negaba a dárselo. Ian se había ido hace una hora, Violet no podía evitar preguntarse como era posible que él le tuviera aquella confianza. Ella podría robarle, podría destruir su casa.
Violet rió con amargura: Ian sabía que ella no tenía ni siquiera la voluntad para levantarse del suelo, mucho menos para robarle.
"Llegaré en unas dos horas" le había avisado Ian, después de ofrecerle otra de aquellas indescriptibles miradas. Él decía mucho, pero su voz permanecía atascada en el silencio; él era una especie de paradoja.
Violet tosió por tercera vez, dejándose caer al suelo y cerrando sus ojos. Un repentino y agudo grito fue escupido por sus rotos labios, la última voluntad de su garganta.
—Te amo demasiado, y eso jamás será suficiente.
Sus labios escupieron aquel susurro a medida que todos los sacrificios que había hecho por él se reflejaban como una pantalla; en aquel instante, se transformó en una espectadora de las humillaciones a las que se había dejado someter por un suspiro de amor, por un beso sincero, por un abrazo caluroso, por un hombro al cual sostenerse cuando el mundo se le rompía en fragmentos... se sintió aún más rota al saber que nunca había tenido aquello... de nadie.
Violet se sentó de nuevo, dejando salir un alargado suspiro. Le tomó casi diez pesados minutos ponerse de pie.
Violet tenía solo una idea en su cabeza, su única alternativa.
*****
Dimitri rugió al sentir aquel whisky transitar violentamente por su garganta. Tenía que estimularse a sí mismo, disociarse lo suficiente para no perder por completo la cordura.
Era un hombre casado.
Oficialmente casado.
Sus intentos para evitar que la noticia fuera publicada por los periódicos, fueron absolutamente infructuosos.
Ella había visto aquella noticia.
Ella sabía.
Su Violet sabía.
Dimitri se sirvió otro vaso de whisky, pero un temblor en sus dedos lo obligó a soltarlo. La ansiedad no le permitía seguir adelante. Necesitaba de ella como un trozo de hielo necesitaría frío. Encaminandose en esa misma metáfora: él era un trozo de hielo que había sido sacado del refrigerador; Violet era su refrigerador... sin ella, él se derretía.
Habían transcurrido tres días desde su boda.
Había esperado aunque sea una llamada.
Un mensaje.
Una aparición repentina.
Pero no sabía nada de ella.
No la había visto en aquellos días.
Y la ausencia de Violet le estaba haciendo un daño que él mismo era incapaz de comprender o poner en palabras.
Los ojos enrojecidos por sustancias viajaron hacia su esposa.
Su esposa.
Sintió una presión en su estómago al llamarla así.
—Mi esposa —repitió, buscando acostumbrar sus labios a aquel termino que resultaba tan amargo para él—. Mi esposa.
Dimitri bebió el vaso de whisky y se sirvió otro más.
Moría al saber que ella seguro estaba con Ian.
Él aprovecharía aquella oportunidad.
Dimitri mordió sus labios con tanta fuerza que solo consiguió percatarse de la violencia que ejercía hacia sí mismo cuando espesas gotas de sangre se escurrieron por su pálido cuello.
Ian era un hombre atractivo.
Un hombre no tan alejado de la edad de Violet.
Un hombre que estaba con ella en sus momentos más vulnerables.
Un hombre que podría quitarle a Violet para siempre.
La botella de whisky resbaló de los dedos de Dimitri ante aquel pensamiento.
Por siempre de otro, nunca más de él.
La esposa de Dimitri empezó a gruñir delicadamente en la cama ante el sonido del vidrio contra el suelo.
Dimitri contuvo el demente deseo de asesinarla en aquel instante.
El padre de su esposa era demasiado poderoso. Incluso si fingía que ella había muerto naturalmente, aquello no lo salvaría de un horrible destino.
El empresario río con la amargura de mil infiernos cuando el recuerdo de Violet casi descubriendole llegó a él. Aquel día en el que ella había tomado esos documentos en la empresa, cuando aún... cuando aún era de él.
Dimitri caminó rápidamente hacia la cama en donde su esposa batallaba contra el impulso de despertarse o no.
La mujer gruñó cuando sintió el peso de Dimitri sobre ella. Pronto, violentos besos empezaron a ser marcados en toda la piel de su esposa. Él le arrancó la ropa y la penetro en un movimiento seco que despertó en ella dolor.
Las quejas de la mujer le llevaron a detenerse.
Dimitri siempre había amado la brusquedad en la cama, pero muy pocas podían soportarlo por un tiempo prolongado. De hecho, el hombre se detuvo a pensar en que la única que en verdad podía resistir, y la única a la que le gustaba aquella brusquedad, era Violet.
"Lastímame..." la recordaba diciendo. Ella amaba aquellos besos sofocantes, aquellas noches de placer, ella amaba caminar en el infierno con él.
Pero él había congelado aquel infierno.
Y al querer encenderlo, solo había conseguido incinerarse a sí mismo.
Porque no había ninguna otra mujer para él que no fuese ella.
Porque en aquel instante Dimitri se dio cuenta de que todo aquel tiempo, Violet había sido la indicada.
Aquella muchacha que imploraba por un beso.
Aquella del paso torpe, la de la voz ruidosa. Aquella que podía escucharle, aquella muchacha que a pesar de todo parecía eternamente amarle.
Con ella podía ser él, realmente él.
Había desperdiciado su dinero, había invertido mal, había llevado a su apellido a la quiebra.
Y todo porque nada era suficiente para él.
Ni siquiera quien le amaba.
Por primera en su vida, Dimitri sintió el amargo arrepentimiento del amor.
Podría haber invertido bien, podría haber estado con ella, con ella de verdad.
Podria...
Pudo.
"Ella nunca volverá a ser mía de la forma en la que lo era", fue lo único que pudo pensar.
Y por primera vez, Dimitri Brown no pudo objetar ante sus propios pensamientos.

La Sumisa De Dimitri Donde viven las historias. Descúbrelo ahora