Capítulo 11.

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Había batallado todo el camino para evitar que Violet cayera sumergida en un profundo sueño, apenas lográndolo, por fin en las afueras de su casa, estacionó con rapidez. Siempre había sido un hombre solitario, así que llevar a una muchacha hacia su casa, aunque fuese en condiciones como aquellas, resultaba completamente incómodo. Nunca había sido un hombre de novias fijas, era más de una sola noche, se imaginaba a sí mismo llevando a su casa, a quien sería su primera novia, de verdad, no a la ebria amante de su desquiciado ex amigo.

Le tomó muy poco esfuerzo a Ian levantarla, ella apenas respiraba. Los últimos rastros de lucidez se estaban desvaneciendo de su cuerpo, se convertía en una flácida masa indefensa.

El pelirrojo abrió la puerta con suavidad, caminando con ella hacia el sofá, en donde depositó su cuerpo. No pretendía acostarla en su cama, aquello solo ocasionaría que la situación se tornara más compleja de lo que para él era. La imagen de Dimitri llegando en aquel instante, le pareció una hilarante.

El hombre empezó a dar vueltas de manera veloz. Quería irse, pero no quería dejarla en su casa sola, no quería que ningunas de sus pertenencias fueran robadas, aunque ella no parecía una ladrona. No lo sabía. Tenía un nudo en la cabeza. Necesitaba algo de licor para lidiar con aquello.

El fuerte sonido de algo colisionando contra el suelo, detuvo su caminata. Al volver su cuello, consiguió percatarse de que se trataba del cuerpo de Violet.

Un vigoroso suspiro emergió de sus secos labios, los cuales lamió a medida que la levantaba para situarla de nuevo en el sofá. Aquella posición le ofreció una vista expandida del escote de la muchacha. Sus ojos no fueron indiferentes al comienzo de su rosada areola, pero era incapaz de tocarla en aquella situación. Ella ni siquiera era capaz de saber en donde se encontraba.

Él la situó de nuevo allí, luego intentó ir por bebidas, una vez más, pero de nuevo, el sonido de un golpe seco, obstaculizó su meta. Ella empezó a quejarse, se había golpeado la frente, aquello le indicó que aún seguía despierta.

El pelirrojo maldijo tan alto que ella le observó con una chispa de pavor, una que se consumió tan rápido como su voluntad de quedarse quieta en el lugar en el que él la había dejado. Allí, él dedujo que si no quería que ella muriera de un traumatismo cerebral, tendría que llevarla a su casa.

—Demonios, demonios. Esto no debería de... —La sostuvo por los brazos; le tomó por sorpresa como ella se enredó en su cuello, refugiándose allí, era muy probable que creyera que se trataba de Dimitri—. Esto no debería de ocurrir. Maldición.

Le tomó un suspiro encontrarse en su habitación. La depositó en la cama, observando como ella empezó a arroparse con sus colchas.

Ian se retiró de allí con la mayor rapidez que sus extremidades se lo permitieron. Buscó en su nevera una cerveza, la cual consumió, intentando procesar qué hacer, o si debía de hacer algo en realidad, al final, le había salvado el pellejo.

Dos. Tres. Cuatro. Las bebidas seguían, perdía vigor, aún no estaba ebrio, pero si continuaba, aquel estado lo poseería muy pronto.

Cuando intentó beber su quinta cerveza, escuchó el sonido de vidrios quebrándose.

—¡Maldición!

El hombre se situó de pie con velocidad, corriendo hacia su habitación y encontrándose con Violet rebuscando entre sus costosos perfumes.

—¡Violet! ¡¿Pero qué haces?!

—Ba... baño... mi... —Él corrió lo suficientemente rápido para evitar que ella colisionara contra el suelo—. Ian... Ian... —La muchacha le dedicó una torpe mirada—. ¿Por qué...? —Las frases dejadas a medias le resultaron frustrantes al hombre—. Aquí... tú...

La Sumisa De Dimitri Donde viven las historias. Descúbrelo ahora