17: "La mujer de cualquiera".

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Encontrarse entre la espada y la pared, era una metáfora que no poseía la suficiente complejidad para describir la situación de Violet.

Abandonar a su padre, o estar con Dimitri.

Aunque anteriormente había decidido a Dimitri sobre cualquier cosa, imaginar la decepción de su padre, era realmente duro para ella. Una sensación que no quería permitirse experimentar.

Del mismo lado, imaginar que Dimitri la reprocharía por no estar con él y, además, se iría con otra, era un duro golpe en su estómago.

Aunque, en la situación actual, Violet se creía obligada a estar con Dimitri, pues se encontraba en su departamento, decirle que se iría y darle una excusa, no significaría mucho para el hombre, que no se saciaba de ella. Había llegado adolorida a donde él, pero Dimitri no le había dado algún descanso, ella era incapaz de pedírselo, pues también era incapaz de lidiar con el rechazo del hombre.

—Muñeca, muñeca. —El susurro del hombre viajó por el precioso cuerpo de Violet, uno aún marcado por las heridas de cigarrillos—. ¿En dónde estabas antes de estar aquí?

Ella pasó saliva. No pudo evitar preguntarse si él también era capaz de oler el perfume de Ian en aquella ocasión.

—En casa de papá, m-mi amor.

Dimitri acarició los delicados pies de Violet, anhelando romperlos. Sabía que ella mentía; no solo había mandado a alguien a seguirla, alguien que le había dicho que ella había estado hablando con el pelirrojo, sino que también, era capaz de oler el perfume de Ian en las muñecas de Violet. Pero decidió no hacerle algún reclamo. No aquel día.

—Te creo, muñeca. —Dimitri aproximó su cuerpo al de la muchacha—. Anhelo verte sufrir de placer.

La mirada de Violet se elevó hacia la hora.

La noche había caído. No faltaba demasiado para que la cena empezara, y ella se encontraba allí, encerrada en los brazos de un cruel hombre.

—Dimitri... —Ella rebuscó valentía en su interior—. Mi amor... quizás... quizás esta noche... no podré... estar aquí... —Los ojos de él se atestaron de inmediato cólera, aquello fue suficiente para arrancarle la valentía a Violet—. Mi amor... no me mires así... puedo quedarme p-por una hora más, p-pero... debo de ir a donde mi padre, m-me necesita... por favor... no... no m-me mires de esa forma, ¿sí? Sabes q-que paso casi todo el día contigo, p-pero...

—Pero ahora tu padre es prioridad. Ahora yo dejé de serlo.

—No, no... tú siempre eres mi prioridad... mi amor, eres más importante q-que cualquier cosa para mí...

—Demuéstramelo quedándote aquí.

—P-pero...

—Tu padre nunca podrá sustituirme. Yo debería ser el único hombre en tu vida.

Ella anheló decirle que los quería a ambos por igual, pero desistió al ver la firmeza con la que él parecía que ella se quedara allí, con él. Violet era muy poco resistente.

—Solo iré por diez minutos, ¿sí, mi amor?

—No, Violet. No te dejaré ir.

—P-pero... p-por favor...

—La puerta está cerrada. No sabes en donde está la llave. No irás a donde tu padre, no ahora. No hoy, esta noche serás completamente mía, una vez más.

***

Violet gimió ante el latigazo que se atestó contra su cuerpo. Había perdido la cuenta de la cantidad de latigazos que él le había dado, se encontraba exhausta, pero sus labios sellados por aquel trapo rojo, era incapaz de decir algo, y, aun con sus labios libres, ella no se quejaría.

La Sumisa De Dimitri Donde viven las historias. Descúbrelo ahora