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Actuar como si su vida no se estuviera sumergiendo en la miseria, resultaba cada vez más complicado para Violet.
Aquella mañana, él había tomado su cuerpo, no había guardado el arma ni siquiera un solo instante del acto, avisándole de manera muda que si quería volarle los sesos, en cualquier momento podría hacerlo con una aterradora facilidad. Ella no había disfrutado que él tomara su cuerpo, no había sentido nada. El miedo le había imposibilitado la posibilidad de sentir algo.
Tras haberse saciado de ella, Dimitri le había acariciado con el arma, advirtiéndole una vez más en silencio que no podría irse de su lado. Luego, había desecho las maletas de Violet, yéndose de allí.
"A donde vayas, ahí estaré", le había advertido él una vez en el marco de la puerta.
A donde fuera, ahí estaría él. Lo que podía parecer una promesa romántica, en el contexto de Violet, era una amenaza.
"Aceptaste mi invitación al infierno, Violet, ahora arderás conmigo".
La muchacha carraspeó de manera suave su garganta, regresando a la realidad.
Caminaba por los pasillos de la empresa, tenía la joya que Dimitri le había pedido en las manos. Él le había pedido que la llevara.
A medida que caminaba, se daba cuenta de como su mente aún intentaba recapitular lo que había ocurrido cuando se había encontrado ebria en casa de Ian.
Pero no conseguía nada. Tenía solo una leve pista mental que le indicaba que él había confesado algo.
¿Pero qué podría confesarle Ian?
Violet se detuvo antes de entrar a la oficina de Dimitri.
Elevó su mano para tocar la puerta, pero al escuchar unas voces masculinas, se detuvo.
Acercó su oído a la puerta, espiando la conversación.
"¿Es ella?"
"Lo es. ¿Linda? Desnuda luce mejor".
"Dijiste que nos mostrarías fotografías de ella sin ropa".
"Aquí las tengo".
Aquella era la voz de Dimitri.
Violet sintió un agrio sabor en sus labios, pues aunque no se había incorporado a la escena lo suficiente, presentía que hablaban de ella.
Recordó como él la había amenazado con mostrarles sus fotos desnudas a sus socios empresarios.
"Tiene un cuerpo precioso".
"Lo tiene; pero es solo mío".
"¿No tienes videos?"
"Sí, muéstrame videos. Las fotos no me muestran demasiado".
Hubo un momentáneo silencio.
Uno que fue roto por el sonido de gemidos.
Violet reconoció aquellos gemidos.
Eran los de ella.
La muchacha mordió sus labios con fuerza.
"¡No, hombre! ¡Déjame verlo completo!"
La risa de Dimitri quebró los oídos de Violet, que intentó mantenerse de pie.
"¿Tú y esa muchacha tienen algo?"
"Por supuesto que no", respondió Dimitri.
"¿Y por qué tienes videos de ambos follando?"
"Porque es una fácil. Es como una muñeca inflable que resiste todo. Además, folla bien, ¿por qué no tendría videos?"
"A mí me parece que algún interés debes tener en ella".
"Violet es solo una muñeca. Con el tiempo me canso de mis juguetes".
Violet gruñó, encolerizada, humillada, destrozada.
Arrojó la joya al suelo y caminó lo suficientemente fuerte como para que antes de que lograr irse del pasillo, alguien abriera la puerta de la oficina de Dimitri.
—¿A dónde tan apurada?
—Púdrete —murmuró ella, casi sin voz.
Dimitri corrió detrás de Violet, sujetándola por el brazo.
—Repítelo.
—¡Púdrete! ¡Les estabas mostrando mis fotos desnudas a esos hombres!
—¿Por qué te empeñas en espiar mis conversaciones, Violet? Te gusta herirte a ti misma, muñeca.
Violet rugió de furia en el rostro de Dimitri, soltándose bruscamente de su agarre.
Pero una vez más, él la sujetó.
—No he terminado de hablar contigo.
—¡No quiero hablar contigo!
—Violet, regresa a la maldita oficina. Es una orden.
—¡Al demonio tus ordenes!
—¡Regresa a la oficina, zorra!
—¡No, no, púdrete, Dimitri!
Violet jadeó cuando las manos de Dimitri se enroscaron en su cuello, sofocándola. Apretándola tanto que por un instante su mundo se sumergió en oscuridad.
El odio inundó aún más las pupilas de Violet.
—P-pensé q-que… no eras un ab-busador…
Dimitri soltó su cuello, dejándola caer.
—¡Regresa a la oficina!
Violet tosió de manera sofocada.
—¡No lo haré, maldición! ¡No regresaré! ¡No me importa que nadie me vaya a dar trabajo! —La voz de Violet se quebró—. ¡No me importa nada! ¡Puedes hacerme lo que quieras! ¡Golpéame, estrangúlame, viólame! ¡De todas formas ya lo haces!
Violet se arrancó los tacones, corriendo como una bala, lejos de Dimitri.
—¡Violet! —Dimitri la persiguió por la empresa—. ¡Ven aquí! ¡Violet, si cruzas esa puerta estás despedida!
Violet miró hacia atrás una vez más.
Violet cruzó aquella puerta.
***
"Violet es solo una muñeca. Con el tiempo me canso de mis juguetes".
Ella sentía el infierno en su pecho, el mar en sus ojos y cenizas en sus entrañas.
Su mirada viajó hacia el espejo, en donde observó los dedos de Dimitri aún marcados en su piel.
Tosió al sentir la resequedad en su garganta, la cual dolía demasiado.
La muchacha se quebró en lágrimas una vez más, arrojándose al suelo, en donde se sacudió, sintiendo que la cordura corría lejos de su cuerpo.
Aquello tenía que ser algo más, el amor no podía doler así.
Ella era una muñeca.
Y él se aburría de sus juguetes.
Violet sabía que no podía permanecer en su casa por mucho tiempo, pues Dimitri se aparecería pronto allí.
A amenazarla, a obligarla.
Ella era una muñeca inflable para él, Dimitri amaba sumergir agujas en su piel.
Ni siquiera aunque su corazón le siguiera perteneciendo, ella podía seguir junto a él.
Un repentino grito emergió desde la parte más profunda de su corazón.
¿Cómo podría seguir? ¿Cómo podría seguir con la cabeza en alto sin el hombre al que, a pesar de todo, amaba?
Era alejarse de él o terminar muerta.
Violet intentó situarse de pie, pero fracasó.
En el suelo del baño se encontraba.
El escusado abierto y un frasco vacío de pastillas revelaban lo que había ocurrido: había intentado acabar con su vida y después se había arrepentido.
Violet consiguió ponerse de pie al tercer intento.
Se apuró a salir de su casa, direccionándose hacia la de su padre.
Le confesaría todo.
Le diría que se había metido con un hombre doce años mayor que ella.
Un hombre que le había arrancado la virginidad.
Un hombre que la había usado para complacerse.
Un hombre que la había herido.
Un hombre que la había transformado en un desastre.
Un hombre que la había obsesionado.
Un hombre que no se daría por vencido tan rápido.
Violet eligió caminar.
La brisa fría colisionó contra su cuerpo encendido en el fuego de un profundo desamor.
Sus ojos eran amargura, sus pasos eran débiles.
Sabía que su padre la odiaría por habérselo ocultado.
La odiaría por haber permitido que la trataran así.
A medida que caminaba hacia la casa de su padre, Violet escuchaba el sonido de sirenas de ambulancia y de policía.
No las relacionó a su padre.
No hasta que quedó frente a la casa del hombre y se dio cuenta de que había sido su padre el que las había llamado.
La muchacha empezó a correr angustiada hacia aquella dirección.
—¡Déjeme entrar! —chilló, cuando un policía intentó bloquear su paso—. ¡Soy su hija!
—Lo siento, señorita, estamos sacando el cuerpo herido de su padre y necesitamos espacio.
El mundo de Violet se convirtió en trizas.
¿El cuerpo herido de su padre?
«Dimitri».
—¡No! —vociferó ella, viendo como sacaban a su padre en una camilla—. ¡No, no, no! —Violet, histérica, intentó abalanzarse sobre la camilla de su ensangrentado padre, pero unos fuertes brazos la frenaron.
—No, Violet, no… solo le harás más daño…
Un olor conocido se apoderó de ella.
En su histeria, giró, encontrándose con los ojos de Ian.
Violet palpitó de dolor, aún siendo sostenida por los brazos de Ian.
Entre lágrimas vio como transportaban a su padre a una ambulancia.
Y mientras lo hacían, sus temblorosos labios solo pudieron pronunciar una sola pregunta.
—¿Sabes q-qué ocurrió?
Ian le dedicó una profunda mirada antes de responderle.
—Lo vi todo, sé quien hizo esto.

La Sumisa De Dimitri Donde viven las historias. Descúbrelo ahora