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Buscaba la manera de atribuirle su estado a lo que había consumido hace no demasiado, pero por experiencia sabía que engañarse a sí mismo nunca traía algún resultado. Podría mil y un veces decirse a sí mismo que lo que le rompía el pecho en aquel instante, no era la más absoluta y destructiva preocupación, pero sabía que esa solo sería una mentira. Al no encontrarse acostumbrado a esa clase de sensaciones, Dimitri sentía que el pecho se le desgarraba en dos solo para volver a unirse de nuevo en una danza salvaje que oscilaba entre la locura y la agitación.
Aquella carta había llegado a su casa; había sido lo suficientemente suertudo como para que su mujer no la recibiera, o incluso peor, el padre de su mujer. Llamar "su mujer" a aquella casi desconocida, resultaba amargo para él, pero suponía que el momento de acostumbrarse estaba llegando.
Dimitri enterró las manos en su volante, redirigiendo su mente al catastrófico momento en el que esa carta había llegado a él. Lo único que lo había detenido de arrojarla a la basura, había sido la firma. Aquella dulce firma, aquella dulce y malograda letra: la letra de su Violet.
Escondido en su habitación, había leído de pies a cabeza aquellos escritos. Luego había corrido tan rápido hacia su auto, que sus piernas atentaron con perder el vigor. Aquella no era cualquier carta. Aquella era la carta de suicidio de Violet.
Dimitri estacionó el auto con tanta brusquedad que su cuerpo se elevó hacia adelante con destemplanza, pero en realidad, la importancia que poseía aquello en una situación así, era muy diminuta. Jamás se había imaginado a sí mismo en una situación así, jamás la preocupación por alguien más que no fuese el mismo, había sofocado su capacidad de respirar, sin embargo allí se encontraba, corriendo por ella, buscándola en el único lugar que suponía ella podía estar.
La casa de Ian.
Los puños de Dimitri golpearon violentamente la puerta de aquella casa, pero la respuesta nunca llegó. Su cabeza se convirtió en un mar de malos presentimientos. "Algo malo ha ocurrido", susurró aquella voz en su cabeza, mientras que se recriminaba a sí mismo por preocuparse así por lo que se suponía era solo una más de sus zorras. Pero no había alguna necesidad de repetir lo que ya él sabía: ella no era una más.
—¡Ian! -La voz cargada de conmoción de Dimitri retumbó en todo aquel vecindario—. ¡Abre la maldita puerta! ¡Sé que ella está aquí! ¡Sé que ella está aquí! —La única razón por la que no había hecho aquello antes, era la presencia de su esposa; pero había recibido una carta de Violet. Una carta en la que ella se despedía de él para siempre. Dimitri la había -incluso en las circunstancias recientes- considerado como una jugada que siempre era posible de ganar; sabía que Violet estaba furiosa por su matrimonio. Estaba al tanto de que le costaría mucho más traerla a su infierno de nuevo, pero la posibilidad siempre existía, mientras ella permaneciera viva... pero aquella carta le había hecho verse a sí mismo en el profundo del abismo, perdido sin ella, perdido de verdad.
Dimitri continuó tocando la puerta hasta que sus puños se empezaron a pintar del característico rojo de su furia y fustración.
—¡Abre la maldita puerta!
La voz tomaba furia, pero perdia vigor a medida que perdía.
El tiempo caminó lejos de él como cenizas en la playa. Perdió la noción del tiempo que permaneció allí, tocando la puerta hasta que su cuerpo se derrumbó al suelo.
Cuchillas mancillando su piel; eso fueron las miradas de los habitantes de aquel vecindario.
Dimitri se levantó, mordiendo sus labios, sintiendo un descabellada ráfaga de furia romperle el pecho.
—¡Violet! —chilló, una vez más, sintiendo que la garganta abandonaba todas sus fuerzas—. ¡Ian, sé que estás ahí con ella!
Dimitri empezó a colisionar su propio cuerpo contra la puerta principal de aquella casa, con resultados infructuosos.
Finalmente, con las manos temblorosas, sacó su celular del bolsillo, marcando con urgencia el número de Ian. No sabía si él lo había cambiado, no sabía si recibiría una respuesta, pero sí sabía que debía de intentar, o la impotencia terminaría despellejandole las entrañas.
El teléfono timbró.
Timbró.
Lentos tintineos que contrastaban con la situación de Dimitri. Él era velocidad, desesperación.
El teléfono continuó timbrando.
—No estoy disponible ahora, quien quiera que seas.
La agitada voz de Ian se dejó escuchar desde la otra línea. Dimitri sintió la más intensa amargura, pues aquella era la misma entonación que se había aferrado a su voz al gritar el nombre de Violet hasta casi desfallecer. Ni siquiera era necesario confirmarlo: Ian estaba con ella. Lo sabía. Dimitri lo sentía.
Pero mucho antes de que Dimitri pudiera siquiera abrir los labios y vomitar sobre Ian la ráfaga de furia que le asesinaba, el pelirrojo colgó.
"No estoy disponible ahora, quien quiera que seas".
—Está ocupado —murmuró Dimitri, sonriendo con sus labios pintados de rojo sangre—. Ocupado con ella. Por supuesto. Por supuesto.
Un par más de indiscretas miradas se clavaron en Dimitri cuando el hombre empezó a enterrar sus puños en la puerta de la entrada de aquella casa.
Casi veinte minutos le tomó vomitar solo una pizca de su furia.
Herido por su propia furia, corrió de repente hacia su auto, encerrandose allí.
Trató de poner su turbada mente en orden. Trató de imaginar en donde ella podría estar, pero lo único que podía sentir eran unos destructivos celos.
Así que sacó la carta de despedida de Violet, mordió sus labios una vez más. No se molestaría en echarle un vistazo al espejo, sabía que estaba destruido. "Me intentaron asaltar" mentiría al llegar a casa cuando su esposa le hiciera aquella pregunta que él sabía que recibiría. Ella la esposa que cualquiera anhelaria, por supuesto, cualquiera menos él.
Porque la mujer perfecta para él ya existía.
Y estaba en los brazos de otro hombre.
****
Ian caminaba de una esquina a la otra, mordiendo la comisura de sus labios, revelando en total silencio su nerviosismo.
Ella no podía morirse. Ni siquiera había tenido tiempo de conocerla bien. Ni siquiera había tenido una mínima oportunidad de decirle que quizás, para él, ella no era solo una insensata muchacha, ni siquiera había podido insinuarle que quizás, le gustaba aquel movimiento que hacía con sus brazos cuando se ponía nerviosa, que le gustaba la manera en la que tartamudeaba cuando se quedaba sin que decir, y que le resultaban gratificantes los débiles puñetazos que ella atentaba contra él cuando se enojaba.
La caminata de Ian se frenó de repente cuando uno de los doctores salió de la habitación en donde se suponía estaba Violet.
El hombre vestido de blanco retrocedió al percatarse de la rapidez con la que Ian caminaba hacia él.
—Doctor, ¿cómo está? ¿Perdió mucha sangre? ¿Despertará pronto? ¿Los cortes son muy profundos? ¡Deme una respuesta!
El doctor le dedicó una mala mirada antes de carraspear su garganta para hablar. Lo único que le evitaba dejarlo con las dudas entre los labios, era saber que Ian, pese a estar acostumbrado a mezclarse entre incluso la sociedad más mediocre, cargaba un apellido adinerado.
—La señorita Violet, ella...
—¿Despertó?
El hombre carraspeó su garganta una vez más.
—Violet, ella...
—¿Se encuentra bien?
—¿Podría dejarme hablar?
Ian mordió sus labios con ansiedad.
—La señorita Violet perdió mucha sangre. Demasiada. —El pelirrojo meneó su lengua de manera apresurada, pero antes de que pudiera decir algo, el doctor consiguió adelantarsele—. Pero... sobrevivió. —Los ojos de Ian se iluminaron—. Le tomará unos días recuperarse. Puede que despierte hoy en la noche, pero no es seguro. ¿Puede decirme que fue lo que sucedió con ella?
La mirada de Ian cambió de aspecto.
Casi se había ahogado en la lluvia de su propio desamor, aquello había ocurrido con ella.
****
Dimitri llevó la décima copa de vodka a su boca. La percepción se empezaba a deshacer frente a él.
El mundo había dejado de ser lo que era y se había convertido en una capa traslucida que lo asfixiaba. En una capa traslucida en donde solo estaban ellos dos encerrados. Ni siquiera era necesario decir su nombre; su mente la aclamaba, su cuerpo la deseaba, su corazón la palpitaba y sus recuerdos le enloquecian. Jamás se había percatado de lo enfermo que estaba por ella, hasta que enfermarse por su ausencia había quedado siendo su único camino.
Las demacradas líneas de lucidez que aún no habían abandonado a su cuerpo, le decían que debía de parar. Sabía que seguir bebiendo así, le causaría la muerte. Pero había perdido la voluntad sobre su propia piel; le recordaba a cuando sujetaba el delicado cuello de Violet, besándole los labios para después hacerla beber el más potente vodka que su dinero le permitía.
Pensar en ella le generó un dolor de pecho que lo llevó a beber más.
Estiró su pálida mano y sujetó la carta de despedida que ella le había enviado.
Al empezar a leer aquella carta de nuevo, Dimitri supo que quizás Violet no era la única adicta al dolor.
".... cada uno de mis recuerdos se clavan en mi piel y me destrozan el pecho como filosas cuchillas que guardan tu nombre en cada una de sus puntas,
te he buscado en mis sueños; ahí te ahogas junto a mí en un lugar que pensé que era solo nuestro,
pensar en todas las veces que dije amarte sin miedo a ser lastimada,
pensar que en cada de aquellas ocasiones me herirste,
me duele
duele como no comprenderás,
duele como nunca sentirás,
tu corazón siempre fue hielo, yo ardía por derretirlo
y ahora soy cenizas,
cenizas que nunca consiguieron ver una sola de tus gotas derretidas,
y a pesar de que mi amor nunca haya sido suficiente, temo tu dolor, temo lastirmarte,
porque siempre me he odiado lo suficiente para elegir lastimarme antes que a ti,
digo que te odio,
y lo hago,
pero mi amor
es caprichoso,
mi corazón
está enfermo,
y quiere dejar de latir
desde el día en el que se enteró,
que yo nunca tendría un espacio en ti,
me has hecho más daño del que cualquiera me ha hecho,
pero no más daño del que me he hecho a mí misma,
porque apesar de todo
me fustra saber que una parte de mí,
por siempre anhelará ser de ti,
¿qué es este veneno que me diste?
¿acaso estaba en cada uno de tus besos?
tengo espinas de rosas clavadas en el alma,
este amor me está matando, mis emociones me están envenenando,
me retuerzo del dolor,
mi corazón sangra con la misma violencia que mis muñecas,
podría buscarte sin alguna brujula y aún así dar contigo,
podria buscarte entre una capa de humo, solo para darme cuenta de que estás con otra en el otro lado, solo para darme cuenta de que se trata del humo de mi alma en llamas,
he ardido por ti tantas veces que ya no soy nada,
ni siquiera cenizas.
incluso en nuestros momentos más oscuros intenté buscar un camino de luz para nosotros, Dimitri,
drenaste mi colores y ahora solo soy gris
me gustaría decir que no guardo arrepentimientos,
pero no soy más que ellos,
me arrepiento de haberte conocido,
me arrepiento de amarte,
me arrepiento de no ser amada,
por ti
por nadie
me arrepiento de jamás haber sido amada por nadie,
mi amor es intenso,
no puedo amarte sin intensidad,
no puedo amarte sin destruirme,
mi amor por ti me está comiendo viva,
un corte a mi muñeca por cada rechazo,
las gotas de sangre manchan el suelo
pero yo había sangrado mucho antes,
pero
estabas muy ocupado con otras como para verlo,
he ido al lugar en donde todos mis demonios habitan,
he ido al mar de nuestros recuerdos y me he sofocado,
y aun así, aún viendo lo que hemos pasado,
aún viendo lo que me has hecho pasar,
nadé hacía ti,
no existe una manera de amarte sin odiarme a mi misma,
porque todo lo que he conocido a tu lado es dolor,
la rabia me está matando,
quiero golpearte
quiero herirte
quiero llorar en tu pecho
quiero que me digas que me amas
quiero que alguien alguna vez me diga que me ama,
y que lo diga enserio
solo amor
solo amor
solo amor
solo eso quiero, solo eso quise, solo eso querré,
tus miradas me queman la piel,
mis manos duelen y se manchan de rojo mientras recuerdo tus palabras,
besos, caricias, cenizas, tragedia,
mis manos se debilitan cada vez más,
la cuchilla clava profundo
más profundo,
hasta cortar aquella parte de mí que te ama,
por eso sé que moriré,
porque si quiero eliminar aquella parte de mi que te ama,
tengo que acabar conmigo misma,
nunca conocerás un amor como el mío
y quizás, eso sea lo mejor
porque
¿qué tan envenenado tienes que estar para amar...
a quien en tu pecho un cuchillo podría clavar?
como yo tendrías que estar,
sangrando y con malestar,
a punto de sus venas cortar,
me espera un camino
y no creo que sea de luz
porque mi luz eras tú, Dimitri
por qué
solo dime por qué
¿por qué nunca me pudiste amar?
el malestar de no saber esa respuesta por siempre me va a acompañar
ahora
voy a cortar
cada parte de mi que se atreve
a todavía amar,
aferrate a la última vez que tus ojos con los míos se pudieron cruzar,
porque esa es la última vez que viva me vas a mirar,
pero quizás
en el infierno nos volvamos a escontrar,
ahí
quizás de nuevo podamos empezar..."
Dimitri lanzó un grito que le costó su último aliento.
Apretó su puño y la botella bebió.
La bebió hasta que de la realidad se desconectó.
Su cuerpo contra el suelo colisionó.
Un rabioso estruendo sonó.
Aquel día, el empresario Dimitri una intoxicación por alcohol sufrió.

La Sumisa De Dimitri Donde viven las historias. Descúbrelo ahora