Capítulo 4

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Quackity ensayó un par de días, los suficientes para sentirse confiado con su nueva arma. Había logrado adaptarse tan bien a esta que incluso se había olvidado de su vieja hacha.

Durante ese periodo de tiempo descubrió que la guadaña no sólo podía transformarse en una daga, sino que realmente podía ser cualquier arma que contara con filo. Podía ser una espada, un hacha, una pala... Cualquier cosa que su imaginación pudiera concebir y que fuera capaz de rebanar a alguien a la mitad. 

Después de analizar el clima y de idear unos detalles durante esos días que Purpled estuvo con Dream, Quackity tuvo todo el tiempo para preparar su primer ataque. Había analizado los horarios de Purple y se había dado cuenta que solía llegar alrededor de las nueve a su vieja cabaña, por lo que su ataque sería de noche. Primero llevaría acabo la distracción y después, cuando menos se lo esperara lo atacaría por la espalda, justo como él lo hizo.

Cuando su único reloj marcó las siete y media supo que era hora de marcharse. Se vistió con sus ropas manchadas de sangre, colocó sus aretes y tomó su guadaña, transformándola en una pequeña daga que podía pasar desapercibida.

Salió de su habitación con una sonrisa en los labios y antes de poner un pie afuera de la cabaña, una mano lo tomó con autoridad del hombro, sobresaltado se giró y suspiró al ver de nuevo aquella capucha negra que cubría casi todo el rostro de su "aliado".

—¿Qué?—cuestionó de mala gana, aún seguía molesto por lo que había sucedido. 

Se había esfumado así como si nada, sin dar explicación ni aparecerse por toda la semana, y cuando estaba ahí, lo ignoraba como si se tratará de un mueble. No quería admitir que odiaba ser tratado como un objeto, pero si le dolía ser trato así. Le traía recuerdo de Jschaltt y uno que otro de sus ex prometidos.

—Toma.

Estuvo apunto de rechazar lo que sea que él sujeto le estuviera ofreciendo. No iba a comprar su perdón con cualquier porquería. Pero claro, que jamás se imaginó que le daría una manzana de Notch.

—¿Eso para que es?—la duda no puede evitar salir de su voz, el contrario sólo se encoje de hombros y lo obliga a tomarla.

—Purpled no es el mejor peleador del servidor, pero si puede ponerte en aprietos si llegas a cometer un error o te confías de más; ahí es cuando entraría la manzana de Notch, en caso de que estés apunto de morir o creas que es urgente usarla, cómela—comenta—, pero toma una sabia decisión, esas manzanas no son fáciles de conseguir ni de hacer.

—Bien—masculla y la guarda en su inventario—. Me voy, tengo que partir ya.

No hay respuesta del contrario, sólo mueve la cabeza y se aleja con dirección a las escaleras, donde se encuentra su habitación. A Quackity le irrita el no tener respuesta, pero lo deja de lado, ahora tiene que centrarse en cosas más importantes que ese mago de fiesta infantil.

Sale de la grieta de espacio-tiempo, camina en la oscuridad del bosque, dejándose guiar únicamente por su instinto y por los astros que parecen marcar su camino. La nueve comienza a derretirse, los arboles cambian de tamaño y el frío a pesar de seguir presente, no es tan intenso como antes. Cuando llega a una colina sonríe, sólo debe de rodearla y entonces por fin estará frente a la preciada casa de Purpled.

Debe admitir que creyó que sería más difícil de encontrarlo, pero parece que él pobre iluso aún no aprende la lección. 

No dejar las cosas frente a todos porque cualquiera puede explotarlas.

Sus pasos cada vez son más silencioso. Intenta volver su respiración menos ruidosa y se convierte en uno con el lugar, se esconde detrás de un arbusto hasta que escucha los pasos de alguien más acercándose, sonríe al ver a su asesino caminando sin preocupación alguna comenzando a llamar sus perros quiénes por obvias razones no salen a su llamado. Siente un poco de lastima por los caninos, ellos no deberían pagar por las estupideces de su dueño; pero, su plan fue diseñado así desde el principio.

Es lo único que Purpled realmente ama. Él único legado que tiene, junto con su feo hogar.

Sin dudarlo mucho, estira su brazo, sujeta la palanca y espera pacientemente, entonces, una explosión sacude la tierra y el aire los golpea en todas direcciones.

Purpled esta atónito. Su casa, sus perros, su vida se acaba de irse frente a él sin que pueda entender quién fue el responsable de eso.

—Good night, Purpled—esa voz, esa odiosa y maldita voz.

Sus ojos morados chocan con la mirada azabache, que lo mira con tanta calma que cada vez siente como la rabia se apodera de él. Saca su espada, mientras que Quackity se hincha como un pavo real. 

Todo esta saliendo según el plan.

Toma rápidamente su daga, transformándola en la imponente guadaña que bloquea el primer golpe. Empuja lejos a su contrincante antes de volver a tomar una bocanada de aire fresco. Ama sentir la adrenalina electrificar cada fibra de su ser, recorrer hasta su último musculo. Ama sentir el impulso de seguir y no parar hasta tener la sangre del contrario manchando su ropa... Sus labios. Ama saborearla. La sangre fresca sabe mejor cuando hubo una cacería reñida.

La pelea sigue, sabe que Purpled comienza a preocuparse cuando sus golpes son más agresivos, pero inseguros. Su mirada se pasea por la zona con desesperación, esperando que algo o alguien acuda a él. Quizá espera a Dream.

Pobre tonto e ingenuo Purpled. ¿Realmente cree que Dream lo aprecia? Él sólo lo usa como un arma, un títere del que puede tirar cada vez que lo ocupe, pero él jamás arriesgará su integridad por Purpled. Lo aprendió a la mala y demasiado tarde, pero a Quackity le alegra saber que si quiera morirá sabiendo en que clase de mundo vivía.

No moriría en la misma burbuja de fantasía.

Empieza a ver el pecho del chico moverse agitado, no va a aguantar más de de cinco minutos.

Quackity decide terminar con eso de una vez. Tiene sueño y cosas que planear, no puede esperar a que Purpled siga llorando y rogando por que alguien se digne a venir y ayudarlo, tiene mejores cosas que hacer que verlo hundirse en la miseria de suplicar.

El golpe final llega, su contrincante no puede hacer nada para frenarlo porque es tan volátil e impredecible como el dueño. 

La sangre comienza a brotar, se deja caer al suelo nublado por el dolor. Su último instinto es tocar su vientre, mirar como aquel líquido rojizo cae por sus dedos antes de mirar por última vez a su agresor. Sus últimos segundos de vida no los invierte en llorar, maldecir o suplicar; sólo ve esos ojos infernales. Ve la decadencia de un alma a la que ya no reconoce. No es aquel chico cálido que conoció años atrás?

¿A dónde habían sido capaces de llegar para convertir al mexicano risueño, en aquel demonio de ojos tormentosos y sonrisa retorcida, capaz de comerse el corazón del hombre que amaba y asesinar a alguien a sangre fría por orgullo?

¿Qué habían hecho? ¿Acaso ellos mismos habían firmado su sentencia de muerte?

—I hope you can rest easy now that you know no one will remember you, son of a bitch.

Aquellas palabras lo atormentan, pero no puede decir ni hacer nada; sus parpados se cierran y las últimas lagrimas manchan su rostro antes de que su último aliento se quede atorado en medio de sus labios.

Él dueño de las Nevadas lo mira fríamente. No se arrepiente de lo que hizo, pero si se siente un poco culpable de que todo haya terminado así para ellos. Pudieron haber sido grandes socios como él y Foolish, pero el Purpled tomó su decisión y le gustará o no eso lo había llevado a donde estaba hoy. 

Morir en el olvido.

Acuerdo de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora