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Levi abrió sus ojos lentamente notando de poco a poco un techo blanco ajeno a su habitación. »¿Qué sucedió?«, miró hacia su derecha notando a la persona que había estado cuidando de él en estos tres meses. Su frente estaba recargada cerca de su brazo siendo apoyada en la cama y sus manos estaban cerca de su rostro, ¿Por qué?
Bajo la mirada un poco notando un extraño aparato que increíblemente le ayudaba aliviar el dolor de respirar. ¿Cuánto tiempo ha estado aquí?
— Isabel —le llama, su garganta está seca y tiene un sabor metálico. ¿Está dormida e inconscientemente le sigue dando respiración artificial?— despierta.
La pálida mano de la mujer sube a su frente y lo recuesta con cuidado. — Deberá estar en reposo al menos 1 semana y bajo mi cuidado —sentencia aún sin verle— si trata de negarse, lo amarraré a la cama.
— ¿Qué hora es? —parpadea nuevamente, se siente muy cansado y a gusto, el hecho de que la médico le ayude a su tarea de respirar le alivia el ardor de sus pulmones— pareciera que me he perdido de mucho.
— Pasando del medio día, creo.
— Gracias —su mano toma la muñeca de Isabella provocando que suelte un suspiro, aliviada— ¿Estas bien? —escucha un débil sollozo de la mujer, ¿Está llorando por él? — Estoy aquí.
— Llevas más de 25 horas inconsciente, pensé que no despertarías —el capitán no le suelta tratando de consolarla un poco, por un débil intento de que ella entienda que ya ha despertado— ¿Por qué no pide ayuda? ¿No teníamos algo llamado confianza?
— No suelo pedir mucha ayuda, trataré de hacerlo a la próxima. Lo prometo Isabel.
— No lo hará, así que estaré más al pendiente de usted tanto afuera como dentro de las murallas, dormiré al pie de su puerta si es necesario. Yo solo estoy aquí para cuidarle, no quiero perder a más gente.
La conversación cambia, ambos jamás habían hablado de esta manera tan seria. O al menos la doctora trataba de desviar ese tipo de conversaciones excusándose en un mal chiste o en alguna maldad. Levi sabe que Isabella no es tan fuerte como la gente piensa, y esa fortaleza es admirable para el capitán.
— No soy él, Isabel —su voz es ronca, el comentario provoca que ella contenga la respiración por unos segundos— no soy Elio, estoy aquí.
Sabe que está tocando un terreno peligroso.
— Entonces, seamos sinceros por primera vez entre los dos. Hablemos del pasado, ¿Quién es Isabel?
Alza su cabeza demostrando unos ojos rojos, cansados y ojerosos. El rostro bello que siempre ha tenido tiene un semblante cansado, parece muy distinta.
