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Levi lleva las manos a su pecho tratando de abrazarse así mismo por un inútil intento en consolarse y mantener el calor. El silencio rodea la habitación, ni siquiera el tic tac de aquel viejo reloj de bolsillo puede escuchar, la cama es incómoda y las sábanas parecieran que son de papel a causa de que el fino roce con su piel crea incomodidad.
Se siente sucio, por más que bañó su cuerpo puede sentir la suciedad en él, el polvo, el sudor... la sangre.
— ¿Puedo pasar? —una tenue vela simbolizando una pequeña luz de esperanza se asoma por su puerta. Isabella con ojeras, ojos rojos y moretones en sus brazos se abre paso, insegura. Siendo apenas iluminada por la vela, un camisón blanco con unas pequeñas zapatillas en sus pies es lo que observa, ¿Por qué no está dormida?
— No quiero hablar —se gira en la cama dándole la espalda, la puerta se cierra pero la luz se va acercando lentamente a él hasta reposar en el mueble más cercano.
La cama comienza a hundirse a su lado.
— Usted dijo que no quiere hablar, no lo haga. Yo estoy aquí —por fin la siente recostarse a su lado, extrañamente la sábana comienza a ser más suave que de costumbre.
Unos segundos de silencio, escuchando mutuamente sus respiraciones.
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— ¿Usted a donde quisiera ir cuando pase? —pregunta en voz baja— Sé que no quiere hablar, no tiene que contestar, solo que... —estira sus brazos tratando de tocar el techo, el estiramiento provoca que sus huesos truenen aliviando el dolor del día y relajándola por un momento— me imagino que cuando sucede, regresamos a casa.
Levi mira a un punto inexistente en su habitación, las palabras de Isabella lo alientan a un poco en querer expresarle lo que siente pero por el momento... escucharla está bien.
— Cuando me suceda, sé que me encontrarán en los árboles quebrados, en los buñuelos, en las teclas desafinadas y en los viejos libros olor a viejo —Levi se gira con lentitud para también mirar hacia el techo, junto a ella— volveré a casa.
