15. Beso acompañado de lágrimas

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Prácticamente corrí hacia el edificio donde vivía Raúl. Al llegar, una señora estaba saliendo del lugar así que no hizo falta que llamase al timbre para que me abriesen. Subí todos los escalones a toda prisa y cuando estuve arriba del todo, abrí la puerta, ya prácticamente sin aliento.

Ahí estaba Raúl, empezando a recoger todo lo que había preparado mientras una canción, que se escuchaba desde el altavoz, le hacía compañía. Sus facciones demostraban tristeza y decepción.

—Hola —saludé como pude.

Raúl desvió su mirada hacia mi dirección, y una leve sonrisa que intentó disimular se dibujó en sus labios.

—Hola —habló Raúl—. Pensaba que ya no vendrías.

—Pues aquí estoy.

Dejó en su lugar lo que había cogido y volvió a mirarme. Yo me senté en la silla que antes había ocupado, y él tomó asiento en la que se encontraba enfrente de mí.

—¿Tu amiga está bien? —preguntó de repente.

—¿Mi amiga?

—Sí. Te has ido a toda velocidad porque una amiga tuya tenía un problema.

No recordaba hasta ese momento que le había mentido.

—Ah... sí, sí. Ya está todo en orden. Siento haberme ido tan precipitadamente.

—No te preocupes. Una urgencia es una urgencia. Lo que importa es que ya estás aquí.

Asentí levemente con la cabeza, y cogió el postre de una bandeja que se encontraba sobre una caja de cartón cerrada.

—Ya se habrá endurecido. Hace horas que lo he preparado.

—El sabor será el mismo.

Lo colocó en el centro de la mesa y me ofreció una cuchara. Instantáneamente empezamos a comer ese postre tan delicioso.

—¿Estaba bueno? —cuestionó cuando lo terminamos.

—Muy muy bueno.

—Me alegra que te haya gustado. He estado toda la tarde preparándolo.

—Te lo agradezco.

Introdujo el cuenco junto con los cubiertos en la caja de cartón, y volvió a sentarse bien.

—¿Bailamos? —sugerí.

—Oh no. Yo es que... no sé bailar —confesó con timidez.

—Yo tampoco —comenté mientras me levantaba de la silla—, hagamos el ridículo juntos. Será divertido.

—Es que tampoco tengo ritmo. Soy pésimo en el baile, de verdad —sus mejillas empezaron a adoptar un tono rojizo.

Me recordó a mí.

—Por favor. Inténtalo... ¿por mí? —intenté formar un puchero con mis labios. No sé si realmente hice algo parecido a ese gesto, pero fuera lo que fuese funcionó.

—Eso es chantaje —dijo mientras desocupaba su asiento.

—Son las pocas armas que tengo.

Vi que el altavoz estaba conectado a la radio.

—¿Puedo cambiar la emisora que está sonando?

—Claro. Pon la que quieras.

Fui pasando los canales radiofónicos hasta que encontré uno en el que sonaba una melodía para bailar más juntos.

—A nosotras nos encanta que vosotros sepáis moveros al son de la música, así que si alguna vez quieres impresionar a una chica, invítala a bailar.

Sabía que volverías (SA, LP#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora