4. El parque

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Llegué a mi casa y cerré la puerta de un fuerte portazo, intentado liberar de mi cuerpo algo de la rabia que tenía acumulada. Sólo quería gritar, gritar muy fuerte. Me dejé caer en el sofá y ahogué un grito en el cojín.

No iba a dejar que me afectase. 

Transcurrido un corto periodo de tiempo, me dirigí a mi habitación y busqué algo muy cómodo en el armario. Me decidí por una camiseta básica junto con una sudadera y unos tejanos negros. Me calcé con unas deportivas y salí de casa nuevamente.

Simplemente quería caminar, y pensar, y relajarme. Inicié el recorrido sin un destino fijo, ya que aún me resultaba desconocida la zona y por ende, las calles. Un tiempo después divisé un parque que parecía enorme. El lugar era precioso, estaba repleto de árboles frutales y por todos lados podías encontrar a gente o tumbada en el césped, o leyendo un libro, o simplemente sentada en los bancos.

De repente, a lo lejos, en mitad de un camino de tierra por el que iba, vi que un perro de gran tamaño se acercaba a gran velocidad hacia mi dirección y un chico, a una distancia considerable de él, le perseguía gritando lo que parecía ser el nombre de su mascota. 

Cuando quise darme cuenta y sin poder remediarlo, el perro se abalanzó sobre mí. Por suerte, pude mantener el equilibrio. Intenté apartarle, intenté que se bajara, pero hizo caso omiso a mis gestos. Su amo, cuando nos alcanzó, lo primero que hizo fue unir la correa al collar e cuando lo logró se agachó, apoyando sus manos en sus rodillas, intentando recuperar todo el oxígeno perdido.

En ese momento no supe que hacer. No sabía si marcharme o si quedarme.

—Espera, por favor —dijo, elevando su mirada hasta a mí.

—Vale.

Me permití el lujo de mirarle unos segundos de más. Me sonrió e inevitablemente le sonreí de vuelta. Tenía una sonrisa preciosa. Suspiró una última vez y se estiró, era bastante más alto que yo. Desvió su mirada a un punto de mi cara y en la suya se dibujó una mueca de horror.

—Te ha arañado —llevó su mano hasta mi cara, y acarició una zona que no me había percatado de que me escocía hasta ese instante que pasó su extremidad por encima. Siseé de dolor.

—Lo siento muchísimo, de verdad —aparté su mano con delicadeza.

—No te preocupes, no ha sido tu culpa.

—¿Puedo hacer algo por ti? Lo que sea.

Hubo unos segundos de silencio, en los cuales no hicimos otra cosa que mirarnos.

—No te preocupes. Cr-creo que debería irme. Hasta luego.

Empecé a caminar a paso ligero por el camino, cuando escuché que su voz intentaba llamar mi atención.

—¡Oye! ¡Espera! —giré mi cuerpo ciento ochenta grados y le vi corriendo hacia mi dirección.

Cuando me alcanzó, volvió a sonreírme.

—Toma, he ido a la fuente y he mojado mi pañuelo. Espero que te sirva.

—Oh muchas gracias, eh...

—Raúl, soy Raúl.

—Pues te lo agradezco mucho, Raúl.

Cogí el pañuelo de sus manos y lo aplasté contra el arañazo.

—Espera, déjame a mí —me quitó el pañuelo de las manos y empezó a hacer presión con él sobre la herida.

—¿Te hago daño? —cuestionó.

—No.

Siguió limpiando la sangre hasta que la herida ya estuvo limpia del todo.

—Ahora sí que escuece —aseguré.

Sabía que volverías (SA, LP#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora