33. Llamada inesperada

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—No quiero hablar del tema, por favor.

Hugo no insistió y emprendimos camino a casa. Había sido una visita muy breve pero lo suficientemente larga cómo para percatarme de las ganas que tenía mi madre de verme, y lo intolerante que seguía siendo mi padre.

Durante el trayecto no hubo una larga conversación, simplemente intercambiamos alguna pregunta con respuestas lo más escuetas posibles. No era un buen momento para decir nada.

Los minutos transcurrían fugazmente y no tardamos en llegar. Cuando tres metros me separaban de la puerta de mi casa, Hugo, pillándome desprevenida, rodeó mi antebrazo y me atrajo hacia él. No tardó en abrazarme y dejar un beso en la comisura de mis labios.

—Sería demasiado fácil si todo estuviese a nuestro favor, ¿no crees? —comentó, como si fuese capaz de leer mis pensamientos.

—No pido que todo esté de nuestro lado, pero es que siento que nada ni nadie nos quiere juntos. En ocasiones, es complicado.

—Eso lo hace todavía más emocionante Lisa. —Recibió también un abrazo de mi parte, y fue entonces cuando le escuché suspirar, como si hubiese estado esperando por ese abrazo una eternidad.

—A veces, creo que estás loco.

Una sonora carcajada de su parte hizo que dejáramos de estar en silencio, y no pude evitar sonreír.

—Quiero ir al cine, esta noche —murmuró a la altura de mi oído.

—¿Para besarnos furtivamente durante toda la película?

—Es muy tentador, Lisa.

—Te encantaría.

—Definitivamente, no deberías haber leído la lista.

Pocos minutos después, se marchó.

A partir de entonces, el tiempo transcurrió con demasiada lentitud. Durante todo el día no lleve a cabo nada especial ni me dediqué a hacer nada de provecho. Lo único que hice fue ver la televisión.

No tenía claro si al final Hugo y yo saldríamos al cine, o sólo había sido un comentario dicho con la única finalidad de ver mi reacción. Fuera como fuese, no podía evitar esperarle. Las horas pasaban pero él en ningún momento llegaba.

Se hicieron las nueve, y apareció en mí una pizca de desilusión. Pero pasados unos minutos, se escucharon gritos provenientes de la calle, que a medida que me aproximaba a la zona del balcón, se intensificaban.

—¡¿Qué se supone que haces?! ¡Podrías haber roto un vidrio!

Cuando salí al balcón, la vecina del piso del lado izquierdo gritaba a todo pulmón hacia alguien que se encontraba en la calle, y al asomarme con discreción y ver quién era el susodicho, me percaté de que el receptor de esas voces era Hugo.

—¡Le pido disculpas! ¡Me he confundido!

Ella paseó vagamente la vista por el suelo, y en su rostro, a medida que fue viendo todo lo que había caído en su balcón, su mueca de disgusto aumentaba.

—¡Mira cómo lo has puesto todo!

Y sin gritar una palabra más, se adentró a su casa, no sin antes darme las buenas noches.

Fue entonces mi turno para dejarme ver. Hugo, que tenía los ojos enfocados en la casa de la vecina, finalmente me miró. Esbozó una sonrisa como forma de saludo y yo moví levemente la mano. Para acabar, le hice un gesto señalándole que subiera.

Sabía que volverías (SA, LP#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora