35. Acción y consecuencia

568 52 39
                                    

Mis ojos se paseaban por todo el local, pero sin ningún objetivo. Aseguraría que mi subconsciente deseaba que Lisa apareciese por la puerta, me abrazase, y me llevase con ella hasta su casa. Que durmiéramos toda la noche abrazados y... me dijese cuánto me quiere a cada segundo.

Pero mi parte más consciente, sin serlo demasiado en aquel momento, no quería encontrarse con ella.

A medida que los minutos transcurrían, mis ganas de derrumbarme iban en aumento y amenazaban con mandarlo todo a la mierda. Ser un capullo no estaba en mis planes, pero lo fui, más que nunca. Admito que el alcohol empezó a surtir efecto, y jugaba con mis pensamientos y sentimientos a su antojo. Por mi mente, corría la imagen de Lisa, su sonrisa, su dulzura... y después aparecía Lucía, con esa lencería que tanto me encendía, esas noches... Pero rápidamente volvía Lisa, con su precioso rostro distorsionado por el dolor, para quedarse durante largos minutos y recordarme cuánto le hería este lado de mí.

Pensé en lo que estaría haciendo, y una voz gritaba en mi interior seis letras, cada vez más fuerte, y de forma más insoportable: Llorar. Cuando quise darme cuenta, tenía las manos tapando mis oídos y los ojos tan cerrados que me dolían. Lo último que quería es que Lisa llorase, y lo primero que hice fue ser el motivo de esas lágrimas.

Recordaba esa voz temblorosa al otro lado del teléfono, a punto de quebrarse en mil pedazos, lejos de mí...

Pero una mano, tocando de forma intermitente mi hombro, sin previo aviso, me arrancó de ese sentimiento que me estaba retorciendo el alma.

—Hola, ¿Hugo?

El taburete giró 180 grados hasta encontrarme con Lucía. Había llegado pronto, o tarde. Perdí la noción del tiempo.

—Lucía.

Tomé un trago. Y después otro, y otro. El vaso parecía infinito.

—Tienes mal aspecto.

—No puedo decir lo mismo de ti.

Su sonrisa denotaba satisfacción y orgullo.

—¿Recuerdas este vestido? Lo llevé en nuestra primera noche. —Qué bien le quedaba, y que poco me importaba en ese instante.

—¿Quieres tomar algo? El capullo invita.

Lucía soltó una carcajada, pero sin humor. Pude notar su decepción.

—¿Cuánto has bebido?

—¿Qué te importa a ti, Lucía?

Pidió una copa de algo que no recuerdo y me preguntó una gran cantidad de cosas, algunas más explicitas, otras más comunes. Cuando terminó la copa, me preguntó por esa chica que recordé en múltiples ocasiones durante nuestra relación: Lisa.

—No recuerdo su nombre —afirmó—. La verdad es que tampoco me interesa.

—Yo no quiero hablar de ello.

Lucía se levantó y me hizo ponerme de pie. Faltó poco para perder totalmente el equilibrio y caerme, pero me sujetó.

—Has bebido más de lo que pensaba.

Durante aquel periodo de tiempo de silencio, intentó besarme. Y lo consiguió. Fue un breve beso en la comisura de los labios.

—Yo no quiero Lucía. No te quiero.

Su respuesta fue una bofetada sonora. Rabia.

—¿Y para qué me haces venir hasta aquí? ¡Tres horas!

—No lo sé. Para hablar.

—Hablar podíamos haberlo hecho por teléfono. Tu intención no era sólo charlar.

Sabía que volverías (SA, LP#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora