25. Inicio de noche juntos

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Estuvimos tanto tiempo besándonos que perdimos la noción del tiempo.

 —¿Qué hora es? —pregunté.

—No lo sé. ¿Qué más da?

Su intención fue volver a besarme, pero me levanté de sus piernas antes de que pudiese hacerlo.

—Tenemos que ir a dormir ya.

—¿Quién lo dice? —preguntó. Yo alcé los hombros como respuesta.

—Puedes quedarte en mi casa esta noche, si quieres.

Instantáneamente, en su rostro se formó una sonrisa de oreja a oreja.

—En la habitación de invitados —especifiqué.

—¿Es negociable?

—No, Hugo.

Se levantó y besó cortamente mis labios.

—Vamos. Se te ve cansada.

—No, no tengo sueño.

Agarré su mano y entrelacé nuestros dedos.

Durante el camino, no conversamos demasiado; disfrutamos del silencio que nos otorgaba la noche, y en menos de veinte minutos llegamos a casa.

—Te enseñaré cuál es tu habitación.

Me posicioné delante de él. Caminé lentamente y en varias ocasiones le miré de reojo. Él, antes de llegar a la habitación, en varias ocasiones recorrió mi cuerpo con su mirada, y no tardó en acercarse a mí y juntar su anatomía a la mía por completo.

—Tu habitación es esa —señalé a la derecha.

—¿Y la tuya? —susurró a la altura de mi oreja.

Mi corazón empezó a acelerarse de forma incontrolable.

—E-es esta de aquí —indiqué la puerta cerrada de la izquierda.

—Deja que duerma contigo. Sólo dormiremos, lo prometo.

Di media vuelta, y Hugo desplazó sus manos a mi espalda.

—Tus promesas suele llevárselas el viento.

—No es mi culpa que seas tan deseable.

—Yo soy muchas cosas, pero deseable no.

Dicho esto, me empujó suavemente contra la pared y pegó sus manos en la pared a cada lado de mi cabeza.

Mis nervios estallaron.

—¿Qué puedo hacer para que veas que sí eres muy deseable?

Durante unos segundos estuvo mirándome a los ojos, y después, sin previo aviso, sus labios fueron directos a mi cuello, dejando allí varias caricias húmedas. Yo no pude hacer otra cosa que mover mis manos hasta sus hombros ante la sensación.

—Hugo p-para —me arrepentí de haber hablado, debido a que esas palabras salieron en forma de gemido.

Él se alejó y suspiró pesadamente.

—Buenas noches Hugo —le besé una vez más.

—Buenas noches Lisa.

Se disponía a entrar en la habitación, pero hice que se detuviese.

—Eh... Hugo.

—¿Sí?

—Puedes dormir conmigo, si quieres.

Sabía que volverías (SA, LP#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora