11. A flor de piel

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A la mañana siguiente, me despertó el tono de llamada de mi teléfono, que en ese momento se encontraba en mi escritorio. Me levanté de la cama de un salto, y velozmente me dirigí hacia el aparato.

Leí en la pantalla "número desconocido", y no tenía muy claro si responder o no a la llamada. Después de debatir conmigo misma unos segundos, decidí contestar.

—¿Hola?

—Hola Lisa, soy David. ¿Me recuerdas? —era la última persona que esperaba detrás del auricular.

—Oh... sí, claro que te recuerdo. ¿Cómo estás?

—Muy bien. Verás, llamaba para proponerte hacer algo.

—Define algo.

—Pues no sé... ¿ver una película tal vez?

Lo pensé durante un corto periodo de tiempo. ¿Por qué no?

—Vale, me parece bien.

—¿Paso a buscarte en media hora?

—De acuerdo.

Añadí a nuestra conversación, después, la dirección de mi casa. Él, sorprendido, aclaró que vivía a tanto sólo cinco escasos minutos de mi calle.

Terminé con la llamada y fui a vestirme con un atuendo cómodo. Escogí unos tejanos junto a una camisa blanca y unos zapatos de color negro. Finalmente peiné mi cabello con una cola alta.

Me dirigí al comedor y esperé a que David llegase. Me apetecía ir al centro comercial a ver una película. Era un plan que no recordaba la última vez que hice, así que tenía ganas de que llegase la hora de ir al cine. No recuerdo el tiempo exacto que pasó cuando el timbre sonó, y bajé para encontrar a David en la calle. Me dio dos besos, gesto que devolví por educación, y empezamos a caminar.

David, después de una breve caminata, paró justo enfrente de un edificio; y sacó de su bolsillo unas llaves.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté.

Giró su cabeza levemente para mirarme.

—Ver una película, como habíamos acordado. ¿No?

—Ah... Pensaba que íbamos a ir al centro comercial a verla.

Retrocedió un paso y volvió a posar sus ojos sobre mí.

—Si prefieres ir allí... Yo he pensado quedar aquí porque el centro comercial está muy lejos. Además, ver una película en mi casa supone un coste de cero euros.

Consideré en un primer momento que era una situación un poco forzada.  David y yo no nos conocíamos en absoluto. No sabíamos nada el uno del otro.

Seguramente como tardé tanto en responder, él decidió hablar.

—Si no estás segura pues nada, Lisa. No quiero que estés incómoda.

—No te preocupes. Me parece bien —decidí finalmente.

Entramos y empezamos a subir peldaños y más peldaños. Parecía que la escalera no tenía fin. Pero después de subir cuatro plantas, finalmente llegamos a su casa. Abrió la puerta y cuando pasé la cerró.

—Pasa, pasa —hice lo que me pidió y me adentré al inmueble. En el momento en el que vi el sofá, me aproximé a él y dejé caer mi cuerpo en la blanda superficie.

—Tienes una piso bastante bonito.

—Gracias.

Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

Sabía que volverías (SA, LP#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora