32. Visita desagradable

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Cuando la mujer cerró la puerta, Hugo no tardó en envolverme entre sus brazos y depositar sus labios sobre mi cabeza.

—No te preocupes, mañana iremos a verles.

—No he mirado la dirección de donde viven ahora. Quizá están lejos.

—Sea donde sea Lisa. Iremos.

Y así fue. Mis padres se mudaron a un barrio muy tranquilo a las afueras de la ciudad; y a la mañana siguiente, después de desayunar, fuimos.

Esa noche no pude dormir demasiado bien. No podía dejar de pensar en las reacciones de mis padres al verme. Sabía que tenían ganas y les agradaría mi visita por el mensaje en la tarjeta, pero yo si fuera ellos, no podría evitar molestarme conmigo. 

Salimos de casa y emprendimos camino a su barrio. Hugo conocía su localización porque sus abuelos habían vivido allí, y cuando era pequeño les había visitado de forma constante.

—No estés nerviosa —dijo cuando entrelazó nuestros dedos.

—No puedo evitarlo. —Me atrajo a su cuerpo y pasó su brazo por mi cintura.

—Inténtalo.

Después de eso no dijimos nada más y en menos de una hora llegamos al lugar. No tuvimos que recorrer muchas avenidas para encontrar la calle que buscábamos, así que sólo nos faltaba divisar el número dieciocho. Dirigí la vista hasta la placa que indicaba el número sobre la puerta y vi que estábamos en el cuarenta y seis.

Anduvimos calle abajo mientras pasábamos de largo casas y tiendas; y transcurridos tres minutos más, quedamos delante del número que buscábamos, que correspondía a una casa bastante grande. Sonreí al ver el felpudo. Era el mismo que teníamos.

—Bueno Lisa, estás a cuatro pasos, tal vez cinco, de reencontrarte con tus padres.

—Gracias por ese dato, Hugo 

—No lo pienses más. Sólo llama.

Asentí no muy segura y posé mi mirada en mi objetivo: el timbre. 

—Deséame suerte.

—No la necesitas.

Avancé sin soltar en ningún momento su mano y cuando tuve la puerta en mis narices toqué el timbre un par de veces. Tal vez con una hubiese bastado, pero estaba tan nerviosa que si no fuese por la manía que tenía de tocar sólo dos veces, habría insistido varias veces más.

Suspiré en un intento de relajarme y Hugo me dio un leve apretón. Un corto periodo de tiempo después, la puerta se abrió, dejándome ver a una mujer desaliñada: mi madre. Su aspecto me preocupó al instante.

—Hola, mamá.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y sonrió. No pude evitar preguntarme cuanto tiempo hacía que no sonreía.

—¡Lisa ha vuelto! —gritó hacia el interior de la casa.

Hugo me soltó y corrí a abrazar a mi madre. Ella me rodeó con sus largos brazos y subió su mano hasta mi cabeza, enterrando sus dedos en mi cabello. ¡Cuánto había echado de menos sus abrazos!

Mi padre no tardó en aparecer. La reacción de él fue semejante, con la diferencia de que su aspecto era idéntico al que tenía cuando me marché, y de que su abrazo fue más frío.

Volví al lado de Hugo y vi a mi madre secar sus lágrimas. Ella aún no creía que yo estuviese allí.

—Hola Hugo —saludó mi madre.

—Hola, señora Jones.

—Me sorprende verte aquí —contestó mi padre cortante refiriéndose a Hugo.

Sabía que volverías (SA, LP#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora