Capítulo 6

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Caminaron varias manzanas lejos de la universidad, hasta un barrio tranquilo en el que no había tanta presencia de estudiantes

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Caminaron varias manzanas lejos de la universidad, hasta un barrio tranquilo en el que no había tanta presencia de estudiantes. El sitio estaba poco regentado, y había música de surf. Ambas esperaban la orden, de manera que Amalia tenía tiempo para preparar la entrevista.

—¿Vas a apuntar o...?

Como respuesta, Amalia sacó de su mochila un aparato gigante para la ocasión, un magnetófono. Lo acomodó en el centro de la mesa y se dispuso a colocar las cintas de grabación en las bobinas.

—¿Llevas esa cosa gigantesca a todos lados? —preguntó Liberty, sorprendida, aunque en son de burla—. No puedo creerlo, Gina, tus brazos han de estar muy adoloridos.

—No es para tanto.

Liberty no paraba de mofarse.

—Lo siento... Es que... ¡Dios! Pensé que apuntarías en una libreta.

—Necesito archivos de audio.

—Está bien. —Amalia no correspondía la risa. Aunque, para Liberty no era una señal de cerrar la boca y comportarse, sino más bien una invitación a ser aún más pícara. Para colmo, Amalia se tomaba el tiempo necesario—. Si quieres puedes tardarte todo el día.

—Ya casi acabo...

—Es broma, ¡cómo crees!

Amalia estaba muy entretenida.

—¡Imagínate que se rompan las cintas!

—No sucederá algo así.

—Pero... ¿qué tal que se incendien? Con el calor que hace...

—Por favor, Free.

—Ya, está bien. Es que... —Volvió a carcajearse—. ¡Tu cara!

Su única contestación había sido un gesto incrédulo.

—Ríete.

—No.

—¿Siempre eres tan seria?

—Sí.

—Me encanta tu seriedad. —Fingió un rostro serio—. Eres Señora Seria.

No respondió. Continuaba lidiando con una cinta que no embonaba.

—Tu pelo es lindo. ¿Tú te lo pintaste? —Estiró un brazo y le cogió un mechón.

—Ah, pues gracias. Y no, me hicieron el tinte.

—Eres muy preciosa.

Ella se ruborizó y volvió a agradecer. Pero luego carraspeó para quitar tensiones.

—Perdón, cuando estoy aburrida no me puedo callar. ¡Ja, ja, ja!

—Vaya, Free, eres muy risueña.

—Algo. —Mordía sus labios, con mueca traviesa—. ¿Cómo supiste de nosotros?

—Lo siento, pero las preguntas las hago yo. —Y apretó el botón de «grabar». Las cintas comenzaron a girar.

Dos chicas de California ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora