Al día siguiente, Amalia decidió hablarle a Free por teléfono. Primero hubo silencios, pocas palabras, pero Liberty comenzó a abrirse y aceptó que se reunieran. Aquella de verdad necesitaba volverla a ver, porque casi notó su voz a punto de romperse; y también era muy cierto que Amalia precisaba componer las cosas. No obstante, poco después de colgar, la periodista tuvo un choque de intereses.
«¿La quiero de verdad o la necesito para continuar mi trabajo?»
De nuevo regresaron tales pensamientos, como una brea que se impregnaba en su cuerpo. Inclusive cuando se duchó esa mañana, la pobre se pasó la esponja por el cuerpo hasta que se le enrojeció la piel. De todos modos, pasó el resto del día escribiendo. A menudo desechaba una cuartilla y otra si no le agradaba el trabajo. Llenaba el cesto de montones de bolas de papel. Y salió también por el revelado de sus fotografías. Se afanaba a su labor con suma devoción, pero al final sus escritos tuvieron la calidad que siempre exigía.
Llegó la noche. Era hora de ver a Liberty después de unos días del incidente.
Apenas la vio frente al Bar Silencio, Amalia tuvo el impulso de abrazarla. Ella correspondió el gesto, y así se mantuvieron un tiempo. Ahora regresó la paz, misma que había envuelto su corazón en el mar. Quiso besarla otra vez, para ver si aquella paz se volvía más intensa. Con Free, creyó, la ansiedad se iba de paseo.
—Gracias por aceptar mi llamada, Free.
—Claro, claro —decía, comprensiva—. Ven, conozco un lugar en el que podemos estar seguras. —Miró la calle, donde había personas inmersas en sus propias charlas.
Adentro, Joe, quien servía algunos tragos, enfocó su atención en ellas dos, y luego asintió con complicidad. Se alejó de la barra, dijo algo a uno de sus colegas en una oreja, y entonces este hombre ocupó su lugar. El italiano les pidió que lo siguieran a la trastienda con un movimiento de cabeza. Amalia tuvo que caminar cerca de dos oficiales que la veían con desinterés. Nada más, al sentirse referenciados, movieron la cabeza a manera de saludo.
Las muchachas bajaron por unas escaleras muy estrechas y entraron a un sótano. En la puerta, Joe había dicho una contraseña: «Genovese». Detrás de la puerta resultó que había un bar distinto, una zona de juegos en la que muchos participaban en partidas de ajedrez, cartas, e incluso juegos tan inocentes como el Scrabble. Amalia primero había creído que allí se reunían los mafiosos a hacer apuestas de caballos, pero pronto comprendió que los presentes eran todos parejas del mismo sexo; había hombres besándose sin miedo alguno, personas de las que no pudo ni adivinar su género y unas mujeres muy altas y fornidas.
—Diviértanse en Sugar Town, chicas, aquí estarán seguras de ser ustedes mismas —les dijo Joe, con su típico acento de Brooklyn—. Y por favor díganle a Emile que me espere en la salida secreta. Quiero irme con él.
Free aceptó la petición.
Emile, el joven barbado que manejaba la furgoneta hippie, estaba allí con un par de aquellas mujeres gruesas. Se divertían con una partida de dominó. Cuando notó a las chicas, este solo hizo una seña amigable con la mano.
—Aquí vengo a ser yo misma, Gina. —Se detuvieron a mitad del bar-sótano. No he conocido muchas chicas aquí que me atraigan. He tenido buenas charlas con algunas que vienen, pero no me han parecido tan interesantes como tú.
—Escucha, Free. Siento todo esto muy ajeno todavía. Me siento un poco abrumada aquí adentro. No sé qué decirte, yo... —Esperó a que Free la interrumpiera—. Yo... siento que necesito tiempo para procesar todo esto que está pasando. Desde lo de la playa siento que no soy yo misma, como si hubiese otra personalidad en mi cabeza. Quiero que nos lo tomemos con calma. ¿Puede ser así?
—Sé cómo te sientes, porque yo me sentí así la primera vez que vine aquí. No te culpo; aceptar que no eres como los demás es una tarea titánica. Uno no simplemente sale del armario y ya es feliz. Es algo que toma a veces mucho tiempo, sobre todo si el mundo no te lo permite. Pero aquí podemos ser nosotras, conocernos, ser unas simples chicas de California que nada más quieren divertirse. No es necesario que te impongas cargas de ningún tipo. Y si lo tuyo no es tanto estar en medio de un montón de gente, lo comprendo, podríamos venir en el día. ¿Qué opinas? ¿Me dejarías conocerte aquí?
Amalia escuchaba las risas, la música, estudiaba a los que estaban por ahí, y no supo qué opinar de todo aquel mundo tan rimbombante para ella. Aunque, si había un deseo sincero dentro de su corazón, era el de complacer a la dulce Liberty, por lo que no pudo negarse.
Otra vez, solo asintió.
Las desconocidas respetaron la reunión de Amalia y Liberty con Emile, y se limitaron a despedirse con un ligero movimiento de cabeza.
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Nuestra periodista favorita tuvo la semana más gratificante y extraña de su vida. Sin haberse dado cuenta, ya no necesitó el tabaco, al menos en compañía de Emile y Liberty. Rechazaba los cigarros, pensando más en las malas sensaciones que le traía consumirlo, y lo hacía sin esfuerzo. Afuera, no obstante, para su mala suerte, volvían las pesadillas y las ideas intrusivas. De nuevo, el tabaco la ayudaba con su trabajo. Así estuvo días en los que tanto el artículo malo como el bueno fluían a través de la tinta. Todo el día, hasta que llegaba el ocaso, por el departamento se escuchaban las teclas de la máquina.
Por las noches, Amalia enseñaba su trabajo a sus amigos. Planeaban el siguiente paso que haría Free Speech People y se imaginaban exaltando el carisma de la nueva generación, además de denunciar las injusticias del gobierno. Durante este corto lapso, soñaron con mejores días.
Y, aunque Laura era parte del proyecto, por una política que había en el Bar Silencio, ella debía enterarse de todo por fuera. Era heterosexual. Podía entenderse como que estaba discriminada por Joe, o algo así, pero era una medida que se hacía por seguridad. No había ningún rencor de parte de nadie. Según Joe, todos eran amigos en Bar Silencio, pero el peligro de las redadas a lo largo del país era constante. Un secreto así, filtrado de manera irresponsable, podía destruir su único negocio.
Al tiempo, Liberty y Free intimaron un poco más en aquellas reuniones nocturnas. De día le sonreía a Henry Dayton con los detalles de la operación; de noche le sonreía a Liberty, y ninguno de los dos sabía que Amalia hacía tratos con el enemigo. Sirvió de mucho tener una relación con Dios y el Diablo a su vez. Claro que Amalia debía contar las experiencias de Georgina Thompson; lo hacía a veces mezclándolas con las suyas propias. Pero esta tendencia agravó en ella una conducta inusual en la que confundía su propia personalidad, como si dos personas convivieran dentro del mismo cuerpo.
Sin más, se acercó la fecha del concierto. Se aproximaban los Animals. Y ya que Eric Burdon le tenía demasiado aprecio a California, este decidió financiar de manera secreta la comuna de hippies que se hallaría cerca de Sacramento, así que no había que preocuparse por muchos gastos. Todo estaba bajo control para ambas.
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Holi, holi *~*/
Es un momento crucial para Amalia.
Ya vienen los Animals. ¿Ustedes los han escuchado? ¿Los conocen?
Por cierto, hay unas referencias ocultas en este capítulo. Quién sabe y las encuentren muajaja
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Dos chicas de California ✔️
RomansaEs California. Es el año 1968. Es la época en la que los jóvenes se sienten más libres que nunca. *** Amalia Bennett, una periodista conservadora, recibe el trabajo más importante de su vida: infiltrarse en la comunidad universitaria, escribir un ar...