Amalia se terminó el último cigarrillo. Cuando se dio cuenta de que el aire apestaba, abrió las ventanas y agitó las manos como si espantase a las moscas. Tenía planeado limpiar todo antes de que aquella mujer molesta tocase la puerta; había sacado la basura, escondido el teléfono —por si este sonaba y era Henry Dayton—, y se había encargado también de los documentos que tenía por allí que pudiesen delatarla. Esperaba que no le faltara alguno.
Veinte minutos después, el timbre sonó.
—¡Gina! —Laura Baywick se mostró con un carisma muy diferente al que tenía en la playa. Ahora besó a Amalia en ambas mejillas, le dio un abrazo y por poco la sofocó—. Por fin entro a tu baticueva. Y pues con razón no te gusta mostrarla. Es porque está algo vacía, ¿verdad? Lo más embarazoso en la vida de una mujer, es mostrarle un sitio inadecuado a sus visitas.
Ella discrepó con semejante declaración, pero se rehusó a contradecirla.
—Qué bueno que viniste. ¿Ya estás lista?
—¿No me ofreces un trago primero?
—¡Oh, sí, claro! ¡Es verdad!
—Que tenga alcohol y sea frío, por lo que más quieras.
En lo que Amalia había ido al gabinete por alguna botella con alcohol, Laura se puso a contemplar las paredes igual que un detective. Tomó alguno que otro objeto, que no representaba nada, y lo analizó en busca de huellas.
—Gina, ¿no te parece que este departamento sí está muy vacío? —preguntó desde la sala.
—Sí... Es que... Acabo de llegar aquí a Berkeley.
—Yo pensaba que ya vivías aquí.
—No, yo era del sur de San Francisco.
—Oh, ya veo. ¿Acabas de mudarte para estar cerca de la universidad?
—Exacto.
—¿Y viniste sola?
—¿Por qué no?
—Eres una persona autosuficiente, por lo que veo —contestó, ahora desde la puerta de su recámara.
Amalia terminó de preparar los tragos, de una forma muy torpe.
—Así soy.
Le entregó su vaso y bebieron frente a frente.
—¿Y no tienes retratos de tus padres por aquí?
—No, y ni los busques.
—¿Por qué?
—Nada. Es solo que... ellos se quedaron en donde yo vivía.
—Los has de odiar.
—Eh... No...
—No te sientas culpable. Yo a mis padres no los veo desde hace años, y la verdad es que no quisiera volver a hacerlo. Por mí han perdido su derecho.
Amy asintió, como si la comprendiera.
—Me parece justo.
—¿Verdad? ¡Oh! Y a juzgar por la falta de muebles, puedo creer que casi te escapaste de ellos, ¿no es así?
—¿Hacemos la entrevista?
—Bien, señorita Thompson, usted lleva prisa —dijo, a modo de broma—. Comencemos.
La entrevistada se sentó en un sillón y Amalia en el otro. Le hizo las mismas preguntas que le había hecho a Free. A diferencia de la otra muchacha, Laura respondió a cada una con un estilo más o menos ácido. Primero le parecía una incongruencia que Joseph Lavender figurara como promotor, pues este hombre no la convencía, y en segundo lugar despreció la idea de que Free Speech People participara en la política nacional. Para Laura, su movimiento debía limitarse a razones estudiantiles. Amalia solo pensaba en Free con tristeza; su mejor amiga quizá ni creía en ella como debía.
Una vez que detuvo el magnetófono, Laura se levantó y reanudó su inspección. Parecía que a ella no le bastaban las indirectas.
—Se me hace gracioso que todavía conserves frutas sintéticas, aún con las etiquetas que les ponen los de bienes raíces. —Fingió una risita.
—Me agradan.
—Y es todavía más gracioso que no te hayas molestado en quitar el precio de las periqueras.
—Me gustan los precios.
—¿Es que acaso te colaste en un departamento de muestra?
—Me lo acaban de dar.
—Bueno, llevamos semanas de conocernos.
—He tenido mucho trabajo.
—¿Y dónde está tu máquina de escribir, por cierto?
—La guardo.
—Yo pensaba que tendrías por ahí...
—Soy muy organizada.
—Pero...
—Así me gusta tener mi espacio de trabajo, Laura, todo vacío.
—Muy bien, entonces...
—Muchas gracias por venir, Laura, me pondré a trabajar en el material que me acabas de brindar. Ha sido muy didáctico, y tu información aportará mucho a nuestro artículo.
Laura caminó a empujones hacia la puerta, pero al llegar, se volteó y decidió sacar a flote su verdadera cara.
—Sé que piensas que soy una persona muy entrometida y dura contigo, pero déjame decirte, Gina, que tienes unos modos muy sospechosos.
Frunció el ceño. No le gustó nada que aquella declara tal cosa.
—Apareces de la nada —continuó—, no tienes fotos familiares, ni muebles, ni nada, vives sola en una clase de maqueta. Y vamos, prácticamente llegas a la vida de Liberty como un ángel, cual si ella hubiese rezado para que vinieras al rescate. —Se observaron con la tensión que habría en una cuerda estirada—. Yo sé lo que ocurre entre tú y ella.
—No sé de qué hablas.
—No te hagas la desentendida, Thompson. A Liberty le gustan las chicas, y sé que tú la encandilaste desde que se conocieron. Para serte sincera, no sé qué ve en ti. Aunque, no es asunto mío lo que le pueda gustar o no.
—¿Y estás celosa de ello?
—Escúchame bien, Thompson. Free se puso triste el otro día. No supe por qué. Imagino que le habrías dicho algo. Conozco sus gestos cuando se ofende.
Amalia recordó el beso que habían tenido en el mar.
—No le dije nada que fuese malo. Además, no te incumbe.
—Allí estás equivocada, queridita, sí me incumbe. Ella es como una hermana menor para mí; es ingenua, tierna y necesita que la protejan. Si tú le haces daño, yo te haré el mismo daño cinco veces. —Tras estas palabras, Laura se dio la media vuelta y cerró la puerta con fuerza. Amalia estaba furiosa, no tanto porque una persona ajena se entrometiera en sus asuntos, sino por su rechazo a Free.
+~+~+~+~+
¡Holi de nuevo!
Ya se puso de pesada Laura.
¿Qué opinan de ella? ¿Les cae mal?
¿Quieren que la mate?
¿Quieren un cafecito?
Yo sí. ¡Me urge uno! ¡Auxilio!
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Dos chicas de California ✔️
RomansEs California. Es el año 1968. Es la época en la que los jóvenes se sienten más libres que nunca. *** Amalia Bennett, una periodista conservadora, recibe el trabajo más importante de su vida: infiltrarse en la comunidad universitaria, escribir un ar...